La escuela de economía austriaca está en peligro de muerte. Lucha por ser poco más que un club de barrio. Su languideciente supervivencia en el tiempo y menoscabado su prestigio por unas creencias superadas la ponen contra las cuerdas. Es pecado de soberbia en el hombre compararse con lo más bajo para reconocerse en lo más alto. Algo de esto ocurre entre los austriacos. Tendremos que sacudir nuestro orgullo para elevar la vista más allá de donde la pusieron los padres fundadores si queremos que la causa de la libertad no se la trague el sumidero. Para evitar males mayores empujaremos la ortodoxia hacia la crítica subversiva. No aplicaremos cuidados paliativos sobre su analytica corporis; aún guardamos una carta bajo la manga. Antes de llegar a ella fijemos la siguiente declaración de principios: el individuo es riqueza; el individualismo es pobreza; y el individualismo metodológico es pobreza extrema. Solo he conocido en mi vida un país más individualista que Colombia; Camboya. Y ambos son pobres o muy pobres. ¿Por qué? Porque son individualistas. Ahora bien, ¿qué voy a entender por individualismo? El individuo reconocido a la altura de su ombligo. Esto tiene implicaciones definitivas para el desarrollo económico. Aquí en Colombia las personas, por ejemplo, se ven frecuentemente sobrepasadas por los eventos más cotidianos; y solo porque estos son atendidos cuando le son directamente afectados. Y como el ombligo queda bien por debajo de la vista nunca hay oportunidad para el juicio templado, y las decisiones terminan engullidas por la rapidez de las pasiones. Algo de esto ocurre cuando atendemos al tránsito urbano. Los colombianos hacen por esquivarse unos a otros a lo largo de en un trajinar de intereses extraños a códigos comunes. A la larga cunde en severos problemas de planificación familiar, financiera, etcétera. El cortoplacismo se impone como el primer instante del individualismo. A raíz de ello el individuo queda achatado, maniatado, esquilmado; amputado. Puede un hombre gozar de mucha ciencia que si esta no se desentiende del cerebro que la elevó se hace rancia, opaca, traslúcida a la verdad. Quizás por esto mentes universales como la de Germán Arciniegas o el propio Nicolás Gómez Dávila han pasado desconocidas para el mundo de las letras universales. Para que el individuo sea reconocido en todo su esplendor tiene que tomar distancia de sí mismo igual que hace el rostro ante un espejo. Solo deja este de ser una mancha amorfa cuando pone espacio de por medio. Así mismo le ocurre al individuo. Requiere de la distancia que le brinda el hecho de reconocerse ante los demás para poder mostrarse en plenitud; es decir, necesita ser un sujeto moral. La moral es a la economía lo que el Espíritu Santo es a Dios. Nos entronca en los demás (sentimiento moral) sin vernos por ello disminuidos en nuestra autonomía personal. La moral no implica un desgastarse en el otro como se puede entrever de las corrientes socialistas, antes bien, es el primer momento de la verdadera individualidad. ¿O es que algo como el derecho de propiedad no se alimenta del reconocimiento que lo demás nos otorgan para disfrutar libre y privadamente de nuestros bienes? Y, sin embargo, por muy importante que la condición moral resulte ser para el objeto de lo económico, la escuela austriaca pasa por ella de puntillas.

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Esta situación no debe desalentarnos. Tenemos una salida a todo este entuerto. Antonio Escohotado es la llave que nos hará transitar desde una visión disminuida del individuo a otra capaz de alumbrar todos sus entresijos. Estoy seguro de que muchos austriacos habrán visto la admiración por el pensador español reñida con el contenido de algunas de sus tesis (véase su posición favorable hacia el Estado (socialismo democrático de Bernstein) el pluralismo ético que se recoge de sus obras más reconocidas o su voraz crítica a Rothbard catalogándolo de “liberal dogmático” y “fanático del ciento por ciento”. Tales posiciones no solo no coinciden con lo austriaco antes bien hace retumbar sus delicados cimientos. Hoy celebramos en este auditorio la figura de Antonio y la fuerza de su pensamiento para desatascar muchos de los entuertos por los que discurre la escuela austriaca.

Analizaremos en las siguientes páginas porqué el individualismo traiciona la misma idea de individuo y veremos de qué manera Escohotado hace por superarla. Para ello analicemos cuatros errores fatales de la economía austriaca producto de confundir individuo con individualismo; por un lado, la economía es vista como (1) una ciencia de medios y no de fines (véanse los axiomas praxeológicos en Mises). Si nada ni nadie puede interponerse en la manera en la que la voluntad individual se expresa a sí misma, no habrá fines que puedan deducirse de tales actuaciones (haga usted lo que quiera mientras no me perjudique). Sin embargo, esta posición atenta contra la sobrevivencia de los propios medios. Ya que nada de estos podemos extraer sobre los propósitos de la acción ni sobre las implicaciones que de ello pueda derivarse para la acción humana no podremos reconocer de qué manera esos fines desconocidos afectarán el uso de los medios. Los medios vienen afectados por los fines y los fines por los medios. No se desenvuelve la libertad con igual maestría cuando viene consagrada por el régimen civil de derecho que cuando cae bajo la fatalidad del estado de guerra. De igual manera, la carencia o abundancia de medios desquiciará el modo en el que la imaginación logra recrear fines por sí misma. En esto Escohotado actúa con pericia. Su conformidad republicana hacia la cosa pública lo lleva a asimilar la íntima relación entre fines y medios como un sistema recíproco de causas causadas y causantes. En su obra “Caos y orden” introduce las ideas de la complejidad en las ciencias sociales (el caos de la libertad) y arguye que ni los medios se desentienden del fin social para el que sirven, ni los fines de los medios desde donde los individuos se ordenan.

Al igual que en la física en cuya virtud toda suerte de sistemas exhiben relaciones de incertidumbre que se van inventando a cada instante, a diferencia de las entidades idealizadas (procesos lineales, determinativos de medios hacia fines), donde antes o después alguna abstracción se proyecta como ley del acontecer. (Caos y Orden, pg. 9)

Escohotado se burla así de la influencia del individuo individualista dispuesto como medio y fin; inicio y conclusión de toda su obra.

(2) Si bien solo el individuo está presto para tomar decisiones (Rothbard) no todas las decisiones las toma como individuo. De nuevo vemos la gracia del individualismo austriaco deshabilitado, esta vez, para distinguir entre el individualismo metodológico del individualismo ético. Muchas de las decisiones que los individuos afrontan no se encuentran auspiciadas por el entero domino individual. Frecuentemente estas se ven alteradas por el influjo directo de la sociedad. Nadie en su sano juicio podrá arrogarse para sí la vacunación frente al Covid-19 como un acto de entera libertad. Si bien la persona puede advertir razones de peligro social (pandemia) no puede explicar el modo en el que la sociedad se las impone y mucho menos, las razones últimas desde donde estas logran legitimarse. De aquí el arte de razonar nos lleva a lo siguiente: todo liberal que tenga el carné de vacunas o valora muy poco la libertad o tiene por libertad algo que vale muy poco. Pues o bien el Estado debía intervenir “excepcionalmente” y entonces no sé cómo se hacen llamar liberales (¿bajo qué exigencias justifican la excepcionalidad de esta situación y hasta qué grado abrupto?) o bien las tesis liberales son incompatibles con la realidad, y entonces, viven en el error. Qué duda cabe que hay un poco de ambas cosas. En esto Escohotado no es clarividente. Fue filósofo antes que sociologo y jurista antes que economista lo que bien le permitió deshacerse de cualquier miramiento acerca de una libertad dogmática. En Sesenta semanas en el trópico aclara la relevancia que anticipa en el individuo el influjo de una sociedad bien educada frente a los escarceos del dogmatismo y el rancio interés pobrista; “un país no es rico por tener diamantes o petróleo, sino por tener educación (…) cuando un pueblo tiene educación un pueblo es rico”(Entrevista ¿Tristes trópicos? RTVE).

El individualismo austriaco tampoco recoge el modo en el que la sociedad alcanza a (3) restringir la libertad individual. Al no poder fijar fines, la persona no logra asimilar el modo en el que la libertad de los demás atenta contra la suya; pues los otros, en tanto que individuos, tampoco pueden comprender el modo en el que consiguen (involuntariamente) restringírsela. Véase, por ejemplo, el azote de la desigualdad en estas tierras y de cómo logra alterar las pasiones, y enturbiar los intereses más allá de la relación de cercanía que las personas guardan entre sí. En esto Escohotado se revela de nuevo clarividente. En un primer momento defiende la consustancialidad entre la libertad y la seguridad, entre estado y mercado. Para el escritor de los “Enemigos del comercio” más mercado es sinónimo de más intervención y nunca lo contario;

¿no es toda la evolución que llamamos desarrollo, por un lado, el resultado de que no hay control y por otra evidentemente el resultado de que el Estado interviene cada vez más y de que debe seguir interviniendo cada vez más? (Pienso luego existo, RTVE2, 2015)

Sin embargo, viene al poco a puntualizar;

Ahora bien, que la intervención signifique restringir el mercado, el que dice eso, no sabe lo que dice. (Pienso luego existo, RTVE2, 2015)

Cualquier austriaco apreciará una contradicción entre ambas citas. No se puede aceptar la intervención del Estado, dirán, y acto seguido abrir las ventanas a la libertad comercial. Algo parece fallar. Pero no es Escohotado quién falla aquí sino el marco reductivo desde el que tambalea el individualismo austriaco. Para poner luz a esta contradicción entendamos lo siguiente con respecto a la libertad; (4) en la libertad, no toda la libertad, es libertad de elección. Ni todas las elecciones vienen apremiadas por la voluntad individual ni toda libertad sirve a la elección. Esto está muy claro en Escohotado cuando sirviéndose de su maestro Hegel consagra la libertad a lo siguiente; “el arte de hacer posible lo que uno debe hacer”. Hay algo en la libertad de Escohotado que pasa de largo para la escuela austriaca y que se destaca en sus apuntes del trópico: el sentimiento moral. Esto es, el saberse ella misma reconocida en el corazón de los demás. En Escohotado, como ocurre antes con Hegel, la libertad no solo es movimiento también es reposo. No solo se fija a sus preferencias personales; también asume un sentido del deber (moral). No es una libertad que nace en el individuo y muere en él; más bien lo atraviesa para elevarlo a algo más virtuoso que él mismo; la hace fecunda. Precisamente por esto no se puede esperar que la libertad de elección empuje hacia el pleno desarrollo de lo humano. No conozco país con una competencia más dinámica que la disfrutada por el reino de Camboya. Miles y miles de comerciantes se apilan en el interior de las enormes plazas que se distribuyen a lo largo de la ciudad de Phnom Penh. De su ruidoso trajinar no se advierte nada que pueda elevar la prosperidad de sus participantes. La libertad es aquí el más árido intercambio de bienes; un ocuparse meramente infructuoso. Solo cuando alzamos la mirada y nos enfrentamos a una libertad que se proyecta más allá de los asuntos ordinarios, entonces y solo entonces, puede esperarse lo mejor del individuo. No es competencia, ni tan siquiera libre competencia, es sobre todo competencia en libertad. Solo así, la libertad deja de ser predicado para convertirse en protagonista, en sustancia viva de la acción de competir (espíritu de la competencia). Entendida así la libertad, la intervención pública no le es desfavorable; antes bien, inevitable. La libertad ya no sería una llave que sacude las cadenas del individuo cuanto la facultad con la que se hace valer el hombre en favor de metas universales. Un hombre libre es aquel que puede fumar sin verse irrumpido ante nada ni ante nadie. Un hombre en libertad es aquel que rechaza voluntariamente la satisfacción de fumar por un fin superior. Las metas universales (éticas) no pueden pensarse y mucho menos acometerse desde la elección individual; uno no elige fines elevados uno se consagra a ellos (nadie elige creer en Dios). En esta distinción Escohotado es particularmente elocuente. Solo donde el individuo abraza fines universales se eleva como actor moral en lugar de verse rebajado a elector de preferencias. Bajo estos parámetros el hombre ya no se basta con ser lo que es, en cambio, aspira en su autonomía hacia lo que debe hacer (compromiso moral). Por eso mismo en Escohotado el llamado Adam Smith Problem nunca fue un problema. Para él, y para aquellos que han conseguido consagrar las tesis hegelianas a la economía, la simpatía y el amor propio no son sentimientos discrepantes sino una misma forma de sentir donde la libertad individual se sacude del egoísmo con el que se ejerce la simple libertad de elección.

Coronemos la intervención con la siguiente moraleja: El verdadero enemigo de la libertad no es el Estado sino la pereza que cristaliza en forma de hábito. A todo esto 2 leyes fundamentales: (1) la libertad solo se alcanza cuando se arriesga; (2) y solo desde la libertad se llega a la libertad. Dos leyes que pueden resumirse en esta fundamental; (3) el pan es importante, mucho más la libertad, pero por encima de la libertad, la adoración a la Verdad. Muchas gracias.

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Conferencia dictada durante el II Congreso Colombiano de Escuela Austriaca de Economía en la Universidad de San Buenaventura Cali el día 25 de febrero de 2022.

Foto: Jordan Steranka.


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Antonini de Jiménez
Soy Doctor en Economía, pero antes tuve que hacer una maestría en Political Economy en la London School of Economics (LSE) por invitación obligada de mi amado padre. Autodidacta, trotamundos empedernido. He dado clases en la Pannasastra University of Cambodia, Royal University of Laws and Economics, El Colegio de la Frontera Norte de México, o la Universidad Católica de Pereira donde actualmente ejerzo como docente-investigador. Escribo artículos científicos que nadie lee pero que las universidades se congratulan. Quiero conocer el mundo corroborando lo que leo con lo que experimento. Por eso he renunciado a todo lo que no sea aprender en mayúsculas. A veces juego al ajedrez, y siempre me acuesto después del ocaso y antes del alba.