En mi ya larga estela de artículos en este acogedor rincón de Disidentia, he reflexionado en más de una ocasión sobre la importancia de las imágenes nacionales en el mundo en que vivimos y, más concretamente, sobre la percepción de España desde el exterior. De hecho, el epígrafe que encabeza este artículo solo puede entenderse como continuación de otro que publiqué hace ya casi dos años (27 de julio de 2019) con el título de “La imagen de España en The New York Times”. Me permitirán por ello que me remita a las consideraciones generales allí apuntadas, para ir ahora directamente al grano.

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Por razones puramente funcionales, voy a sujetarme a límites estrictos en las fuentes que les quiero presentar: me limitaré a un puñado de crónicas o informes, que considero suficientemente representativos, entre los que han ido apareciendo en los últimos meses (para ser exactos, entre marzo del año pasado y lo que va de este), es decir, en el contexto de la pandemia todos ellos. Trataré también de moderar mi intrusismo dejando que sean los propios artículos los que hablen por sí solos y reservándome poco más que la labor de glosa aclaratoria y nexo de unión entre los diversos textos.

Se transmite por encima de todo la idea de país fuertemente crispado y polarizado, trasladando a la calle lo que es solo un rasgo del ambiente político. Las antes aludidas amenazas a los políticos se describen con frecuencia como impactos que han estremecido a la sociedad. Más de un comentario compara a Ayuso con Trump

El 20 de marzo de 2020 David Jiménez presentaba una crónica sobre la Corona con el título de “Monarquía española: regeneración o caída”. Aunque el “escándalo de corrupción” que había “vuelto a sacudir” a la institución se refería a la persona de Juan Carlos I, la gran foto que encabezaba la información (¿?) era casualmente la del rey Felipe, al que no solo se le hacía, pues, responsable de los desmanes de su padre, sino que, contaminado o, al menos, salpicado por estos, debía optar inmediatamente, según se dictaminaba en la propia entradilla, por “impulsar los cambios que permitan decidir su futuro en referéndum”.

La imagen de un rey, el emérito, lascivo, mendaz y corrupto, se complementaba así con la de su hijo incapaz de levantar las alfombras y una clase política establecida cómodamente en el silencio cómplice. Nada tiene de extraño que la ciudadanía, exasperada por tanto abuso, reaccionara ante el discurso de Felipe VI -que pretendía dar ánimos ante la crisis sanitaria-, con una cacerolada de repulsa. Unas grandes fotos mostraban a madrileños y barceloneses en ventanas y balcones, con este pie aclaratorio: “Mientras el rey de España pronunciaba un discurso sobre la crisis provocada por el COVID-19, se escuchó una cacerolada en algunas ciudades”. Cualquiera que leyera todo esto sin haber estado en España en esas fechas pensaría que en marzo de 2020, en los momentos más angustiosos del confinamiento, la gran preocupación de los españoles era ajustar cuentas con la monarquía.

El 29 de mayo de 2020, Diego Fonseca escribía sobre el virus, pero no del coronavirus, sino del realmente peligroso, “El virus de la derecha”. Curioso el titular, porque en el cuerpo del artículo no se mencionaba a la derecha sin más, sino a “la peor derecha española”, la ultraderecha “banal y peligrosa” de VOX. Pero esa matización, a lo que se ve, no había podido ser recogida en el título. Así que la extrema derecha sale a las calles a “reclamar libertad sobre los cadáveres de miles de muertos por el virus”. Cito tal cual, reflejando el planteamiento sibilino de asociar la libertad preconizada por esa despreciable facción política con la muerte masiva. Bueno, la verdad es que el autor no se anda con sutilezas porque después alude directamente a los nazis, que también se sirvieron del virus –judío, en este caso- para sus fines perversos.

Ustedes pensarán que el artículo en cuestión era solo un alegato contra la ultraderecha o, con una ambigüedad calculada, contra el conjunto de la derecha española. Pero, al parecer, en este país ese sector político tiene la cualidad de impregnarlo todo. El primer párrafo, que era solo una frase, ya lo establecía con contundencia: “En los últimos días España se zambulló, otra vez, en otro episodio de nacionalismo rabioso y torpe”. Como ven, ya no es solo la derecha. España entera. ¡Para que luego digan que el franquismo murió con Franco! Hay que decirlo alto y claro para que lo sepan allende nuestras fronteras.

El 17 de junio de 2020, David Jiménez firma “Cómo derrotar al odio”. Les transcribo la entradilla: “En España sabemos que el odio es un tren sin frenos: ocho décadas después seguimos sin cerrar las heridas de nuestra Guerra Civil. Hemos vuelto a poner en marcha ese tren a ninguna parte”. ¿Quiénes son los responsables de que sigamos enzarzados en el odio guerracivilista y no hablemos de otra cosa ni cuando tomamos cañas? Les voy a dar una pista, porque inmediatamente después del párrafo reproducido hay una foto con dos manifestantes, uno envuelto en la bandera española y otro ondeándola. Se trata, aclara el pie, de dos integrantes de una protesta contra Pedro Sánchez.

Aunque en su desarrollo argumental el autor reparte reproches a extremo diestro y siniestro, el primero se lleva la peor parte pues, como es sabido, la extrema derecha española no tiene parangón en el mundo civilizado. Una vez más, como pueden dudar de mi ecuanimidad, reproduzco la frase exacta: “La indignidad con la que se ha comportado la ultraderecha española durante estos meses no tiene comparación entre las democracias liberales”. Pero lo que me interesa resaltar, más allá del deslizamiento político concreto, es la imagen resultante del país. Aquí “estamos enfrascados en la pelea” permanente, en un ambiente “enrarecido” y “tóxico”, dominado por la polarización y los extremismos. Las buenas intenciones y los buenos deseos con que termina el artículo no disuelven la estampa de sociedad crispada y goyesca (por lo del Duelo a garrotazos, que no por casualidad se cita en el texto).

El 28 de abril de 2021, Miquel Ramos publica “Izquierdas y derechas necesitan unirse contra el odio en España”. Una vez más, déjenme que les describa la gran foto que ilustra el artículo: un primer plano ampliado de la carta dirigida a Pablo Iglesias con cuatro balas y el texto amenazante de todos conocidos. Por si fuera poco, los dos primeros párrafos describen con todo detalle el contenido de esa y otras amenazas. Luego, el corolario: “El clima de crispación de estos últimos años, con la normalización de la extrema derecha en el debate público, ha llevado una peligrosa deriva de inquietantes consecuencias. Desde su entrada en las instituciones por primera vez desde los años ochenta, la extrema derecha se ha dedicado a deslegitimar al gobierno, a marcar la agenda con su discurso de odio —que las cartas parecen replicar— y a difundir constantemente noticias falsas o información engañosa”.

El resto del informe está a la altura: “ni con las balas y las navajas encima de la mesa, la cordura se impuso en el debate político (…) La derecha no estuvo a la altura y llegó a menospreciar estas amenazas”. Volvemos, pues, al estribillo: España es un país contaminado de franquismo. La pulsión totalitaria tiene una fuerza especial en estos lares. Solo los tontos pueden pensar de otra manera. “Sería ingenuo pensar que la amenaza totalitaria terminó con la muerte del dictador Francisco Franco”. A Pedro Sánchez se le achaca no “haber mostrado más firmeza cuando ha sido advertido de la infiltración ultraderechista en las Fuerzas Armadas”. La marea nazi avanza en diversos frentes. En España “la extrema derecha no ha parado de crecer y de instaurar su agenda”.

Así las cosas, no es extraño que artículos que en otro contexto hubieran pasado por neutros o incluso anecdóticos, terminen siendo leídos en clave de enfrentamiento cainita, como si la lucha fratricida fuera la larga sombra que persigue al país desde tiempo inmemorial. Tal sucede con el comentario que, tras las elecciones de la Comunidad de Madrid y la holgada victoria de Díaz Ayuso, escribe una vez más David Jiménez con el título “Réquiem por el centro en España. Se suicidó y lo mataron”. Lejos de destacar las razones concretas de la victoria apabullante de Ayuso, el autor se limita de modo bastante mezquino a centrar su reflexión en el candidato de Ciudadanos –como si el dictamen de las urnas no significara nada-, mientras que atribuye el éxito de la presidenta madrileña al “ayusismo, una nueva variante de la derecha populista que ha explotado con habilidad la polarización de la política nacional”.

Para que nada falte, el último párrafo se solaza en los brochazos consabidos, esto es, la caracterización de España como país de “trincheras ideológicas” y “embrutecimiento”, donde el coraje se entiende como “gritar más alto al adversario” y haberlo “convertido en enemigo”. A estas alturas ustedes pensarán probablemente que los artículos son responsabilidad de sus autores –cuestión obvia, por lo demás- y que no representan más que opiniones personales. Pero cuando esas opiniones se mantienen, repiten y expanden desde una tribuna como la de The New York Times y les sirven a tanta gente para formarse una idea de España, forzoso es admitir que no es asunto baladí.

Sin ir más lejos, y para no moverme de la actualidad inmediata, he estado ojeando estos días algunos comentarios de la prensa extranjera acerca de las elecciones en la Comunidad de Madrid. Hay de todo, como bien pueden suponer. Pero hay también algunas constantes que confirman las tendencias apuntadas. Por ejemplo, se transmite por encima de todo la idea de país fuertemente crispado y polarizado, trasladando a la calle lo que es solo un rasgo del ambiente político. Las antes aludidas amenazas a los políticos se describen con frecuencia como impactos que han estremecido a la sociedad. Más de un comentario compara a Ayuso con Trump.

Se destaca también la debacle del centro político, como si la centralidad fuera inviable en este país de extremos y no una consecuencia de la errónea estrategia de Ciudadanos. Por otro lado, aunque de forma complementaria, se diluye la espectacular victoria de Ayuso resaltando su condición de mayoría no absoluta y su dependencia de la extrema derecha. La BBC, a la que tenemos como modelo de ecuanimidad, llega a titular “Madrid election: Isabel Díaz Ayuso defeats left in bitter Spanish vote”. En este país, por lo visto, hasta la voluntad popular deja un regusto amargo. Por lo menos, en los observadores extranjeros.

Foto: Jakayla Toney.


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Rafael Núñez Florencio
Soy Doctor en Filosofía y Letras (especialidad de Historia Contemporánea) y Profesor de Filosofía. Como editor he puesto en marcha diversos proyectos, en el campo de la Filosofía, la Historia y los materiales didácticos. Como crítico colaboro habitualmente en "El Cultural" de "El Mundo" y en "Revista de Libros", revista de la que soy también coordinador. Soy autor de numerosos artículos de divulgación en revistas y publicaciones periódicas de ámbito nacional. Como investigador, he ido derivando desde el análisis de movimientos sociales y políticos (terrorismo anarquista, militarismo y antimilitarismo, crisis del 98) hasta el examen global de ideologías y mentalidades, prioritariamente en el marco español, pero también en el ámbito europeo y universal. Fruto de ellos son decenas de trabajos publicados en revistas especializadas, la intervención en distintos congresos nacionales e internacionales, la colaboración en varios volúmenes colectivos y la publicación de una veintena de libros. Entre los últimos destacan Hollada piel de toro. Del sentimiento de la naturaleza a la construcción nacional del paisaje (Primer Premio de Parques Nacionales, 2004), El peso del pesimismo. Del 98 al desencanto (Marcial Pons, 2010) y, en colaboración con Elena Núñez, ¡Viva la muerte! Política y cultura de lo macabro (Marcial Pons, 2014).