Cuando, tras varios años de inmersión escolar obligatoria en los conceptos fundamentales del Estado socia de bienestar, nuestros adolescentes despiertan un buen día preguntándose cómo van a ser capaces de lograr ser algo en esta vida dadas las durísimas condiciones de desigualdad sobre las que tanto han aprendido y leído, caen atrapados, por vez primera, en la red asistencialista y paternalista tendida durante las últimas décadas. Una red de ideas que genera una deficiente adaptación a los procesos reales, y corrompe en origen lo más importante: la capacidad de explorar por uno mismo el mundo de forma valiente, segura y creativa.

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Esos jóvenes, una vez alcanzada y superada (en muchos casos sobradamente) la edad mínima para votar, son los que han llenado nuestras urnas el pasado 28 de abril. Adultos convencidos de vivir libres de desasosiegos a la sombra del árbol estatal. Adultos abrumados en sus preocupaciones privadas (la hipoteca, la familia, el trabajo…) que sólo esperan ya el advenimiento del paraíso prometido por la política: la despreocupación de todo lo demás. Adultos que, además, se prometen una especie de garantía de que un posible fracaso en su proyecto vital no signifique la aniquilación.

No, no les hablo de los votantes del PSOE, les hablo de todos los votantes. Todos los partidos políticos incluían en sus programas infinidad de “soluciones” a los problemas “de todos” con la única condición de alcanzar el gobierno y una aportación económica adecuada a la situación de cada cual. Unos pedían más, otros menos, pero todos estaban dispuestos a presentarnos la factura por sus servicios en forma de declaración fiscal. ¿Y no es justamente eso lo que compramos cada vez que acudimos a votar? ¿Acaso no pretendemos liberarnos de un plumazo de las preocupaciones de lo común y del vértigo ante el propio fracaso personal? Efectivamente, los españoles hemos votado despreocupación y justicia social. Y diálogo, no me olvido. Nos asusta el enfrentamiento y que de él puedan surgir conceptos desconocidos, o renacer impulsos reprimidos. Por eso no votamos extremos. Queremos que esto siga como está. Luego la realidad se enfrentará a nosotros como las olas golpean la quilla de una embarcación. Ya, “pero cuando zarpamos no había marejada”, dirán algunos.

En realidad, la política debería ser un instrumento de control y diseño de procesos sociales (y también naturales), cuyo control no es posible para el ciudadano en solitario. Se trataría de facilitar la libertad individual y política, mejorando así el potencial creativo de los individuos y procurando un efecto multiplicador de esa creatividad a un nivel comunitario más alto. Cuando los ciudadanos se unen para formar una asociación colectiva que obedece a los principios democráticos, deberían poder controlar los imponderables sociales y económicos que, solos, les sería imposible manejar. Lo que hemos votado los españoles nos enfrentará a complicaciones paradójicas. Por un lado, la acción política de los partidos se ha vuelto tan extraña para nosotros que la brecha entre los ciudadanos y los políticos se ha convertido en un tema prominente. Por otro lado, una política dedicada a la «microgestión» de nuestra vida personal parece ser cada vez más importante para nosotros. O eso, o no hemos entendido nada de lo que ponía en los programas electorales.

Creo que los españoles hemos votado, inconscientemente tal vez, por esas medidas de microgestión de la vida personal… de los demás. Poco a poco, fruto de décadas de adoctrinamiento en escuelas y universidades, olvidamos que la política debe servir a la extensión de la libertad personal (la propia y la del otro) y no a su restricción, olvidamos que no es misión del Estado la gestión de lo socialmente «diferente». Lo socialmente diferente es lo que hoy conocemos como “políticamente incorrecto”, cajón de sastre cada vez más grande en el que debemos encontrar sitio a todo aquél que piense o viva a su manera y no a la “nuestra”. (Voy a poner a Sinatra y su “My Way”, vuelvo enseguida).

Uno de los pilares fundamentales en los que se basa la despreocupación es la rutina estandarizada. Siempre que no salgamos de una rutina probada como segura, podemos estar “seguros” de que la probabilidad de que algo imprevisto trastoque nuestros planes es mínima. La estandarización de los procesos sociales es otro obstáculo para la renovación tan necesaria de la economía y la sociedad. Sin embargo, no hemos dudado un momento en votar partidos políticos que incluían en sus programas medidas (en política energética, educación, investigación, cambio climático, desarrollo urbano, manejo de la propiedad privada…) destinadas a mutilar en origen la acción espontánea y libre, obstaculizando enormemente descubrimientos e innovaciones inesperadas. La imaginación y la creatividad nunca pueden prosperar en un sistema que requiere resultados preparados incluso en la ciencia y la educación. No queremos que los GMO o las nucleares nos tengan preocupados. Investigar sobre ello, mejorarlo, desarrollarlo, genera incertidumbre… y por eso votamos evitarlo.

Los españoles hemos votado que la red social estatal asuma la responsabilidad de nuestros errores particulares, automutilándonos en nuestra capacidad de recuperar la responsabilidad sobre nosotros mismos. Los españoles hemos votado endeudamiento: los costes de la red social estatal acarrean más impuestos y un aumento del coste salarial. Los exorbitantes costes laborales forzarán al empleador a buscar trabajadores de alto nivel, que justifiquen el pago de las altas tasas impuestas por el Estado. Los otros individuos caerán en el desempleo, lo que aumentará el coste de la red social.

Termino con las cosas anecdóticas: no, los españoles no han votado la aniquilación del país, han votado por un “que los políticos se sienten de una vez y terminen con la discusión nacionalista, que no queremos estar preocupados por ello”. Tampoco han votado los españoles con miedo a un proceso de involución de la mano de éste o aquel partido, han votado lo que siempre votan cuando algo les parece estridente y “descentrado”; eso sí, muy esclavos de sus costumbres y hábitos. La rutina, ya saben.

Lo verdaderamente lamentable de la “foto” que les muestro es que, si los resultados electorales hubiesen sido otros, la imagen seguiría siendo la misma. Sí, con diferentes colorines, pero lo mismo.

Foto: Alexandra Gorn


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