En el tiempo en que escribo estas líneas se ha anunciado el fin de lo que habría sido la Guerra de los 12 días entre Israel e Irán, un conflicto que, para muchos, podría haber desatado la Tercera Guerra Mundial y/o un desastre nuclear de proporciones.
Lamentablemente tal peligro no es novedoso ya que hace apenas algunas semanas se enfrentaron dos potencias nucleares como India y Pakistán y porque desde el conflicto entre Rusia y Ucrania, la posibilidad de una escalada del conflicto está siempre latente.
Tras la caída del Muro, entonces, no estamos teniendo fin de la historia, ni siquiera un alineamiento natural que produjera un choque de civilizaciones a lo Huntington, sino una inestabilidad y fragmentación de actores en los que varios manuales de Ciencia Política hacen agua. Así, hoy parecen jugar en el mismo lodo autocracias con apariencias democráticas, dictaduras, repúblicas, grupos étnicos y células fundamentalistas, sea en enfrentamientos directos, sea a través de terceros como lo ocurrido en Siria donde Irán, Israel, Estados Unidos, Turquía, Rusia, los kurdos, diversas minorías y decenas de grupos fundamentalistas más o menos organizados y más o menos potentes, disputaban a través de la figura de Bashar al-Assad.
Lo más relevante es que este conflicto, aun con toda la importancia que supone, se enmarca en este contexto mundial altamente problemático. Se trata de tendencias de largo plazo, claro está, pero el escenario actual de multilateralismo con múltiples botones rojos está lejos de ser auspicioso
El escenario es todavía más preocupante cuando notamos que, a diferencia de lo que una parte de la biblioteca indicaba, el capitalismo no es incompatible con regímenes antidemocráticos pero, al mismo tiempo, en Occidente, las críticas al capitalismo devienen críticas a las democracias liberales en los distintos formatos que éstas han adoptado. Así, lejos de pretender exportar la democracia, sea a través del poder fuerte, sea a través del poder suave, Occidente mismo experimenta la crisis de la misma mientras avanza a pasos acelerados hacia una suerte de suicidio civilizacional que está siendo aprovechado por otras culturas para las cuales los valores occidentales que les permiten habitar, expresar su religión y sus opiniones en los propios países a los que critican, son los objetivos a destruir en nombre de un Dios, el colonialismo, el racismo, etc.
Eso sí: la oikofobia occidental de cierto pensamiento progresista de izquierda, esto es, la aversión a la propia cultura/sociedad, en nombre de un relativismo que, paradójicamente, no es aceptado por las culturas a las que ese relativismo protege, entra en contradicciones cuando algún dictadorzuelo con botón rojo a mano, nos hace preguntar si mañana seguirá existiendo el mundo. Le sucede a cierto sector del feminismo progresista, por ejemplo, ese que es feminista en sociedades donde el patriarcado está en retirada para poder ser relativista frente a sociedades donde el patriarcado no le dejaría ser feminista.
Asimismo, como se sigue de algunos de los libros de Steven Levitsky, primero junto a Daniel Ziblatt y luego junto a Lucan Way, Cómo mueren las democracias y Revolución y dictadura, estamos ante un deterioro de la calidad democrática en buena parte de Occidente, a lo cual se debería agregar la evidencia de un caldo de cultivo y de grandes incentivos para impulsar revoluciones sociales violentas. De hecho, en el primer libro, los autores muestran que las democracias no mueren necesariamente de manera abrupta a través de golpes militares, sino que pueden hacerlo como una pérdida de legitimidad de ejercicio gracias al debilitamiento de las instituciones democráticas, desde los poderes republicanos de contrapeso hasta la persecución política a disidentes o la censura a la libertad de expresión. Por otra parte, en el segundo libro, los autores hacen un análisis comparativo para exponer que desde el 1900 a la fecha, los regímenes autoritarios nacidos de revoluciones violentas, han resistido una media de casi tres veces más tiempo que sus homólogos no revolucionarios con tendencia a buscar consensos. En otras palabras, habría una correlación entre origen violento y una perdurabilidad basada en tres grandes pilares: una élite cohesionada, un aparato coercitivo desarrollado y fiel al régimen, y la destrucción de los adversarios políticos y de los espacios de poder alternativos propios de la sociedad civil.
Por otra parte, el debate público de este lado del mundo refleja otro signo de los tiempos. En el caso específico de la disputa entre Israel e Irán/grupos terroristas, las principales y, en muchos casos, más caras universidades del mundo, se transformaron en el epicentro de una resistencia social contra la respuesta israelí al tiempo que las principales capitales del mundo han sido testigo de dislates tales como unificar la causa palestina con las manifestaciones LGBT, las cuales, por cierto, no gozarían del beneplácito de la mayor parte del Oriente Medio que no comulga con Israel, para decirlo de manera elegante. Del otro lado, la extorsión de siempre: si es un judío el que critica la política militar de Israel, es un traidor; y si no es un judío el que critica, entonces es un antisemita. En el medio, el clivaje derecha/izquierda jugando para indicarnos quiénes son los buenos y quiénes son los malos, lo cual hace mucho más fácil la estructuración del debate: de un lado la derecha pro Israel y del otro la izquierda pro Palestina. Nada en el medio, nunca un matiz, un pero, una duda o una crítica que no sea sospechosa.
Y agreguemos a esto la desinformación: saber qué sucede en los países no occidentales es prácticamente imposible. Pero, salvo honrosas excepciones, la cobertura de los medios occidentales es brutalmente sesgada a lo que a su vez habría que agregar la cantidad de información falsa que circula en las redes, lo cual genera o incredulidad generalizada o la instalación de mentiras y posverdades. La desconfianza es tal que estamos a un paso de que una bomba nos haga estallar por el aire y le preguntemos a Grok, la IA de X, si es verdad que ya estamos muertos.
Volviendo a Oriente Medio lo que ocurrirá allí dependerá de muchos factores, pero, como suele pasar, el rol de Estados Unidos será clave. Contra los Halcones republicanos, y esto se ha visto claramente en las intervenciones de Steve Bannon o Tucker Carlson denunciando el modo en que el lobby israelí estaría empujando al gobierno estadounidense a la guerra, Trump ha enarbolado un discurso de paz basado en los antecedentes de su primer gobierno y en la evidencia empírica de que, más allá de la retórica, los gobiernos demócratas han estado bastante lejos de alentar el pacifismo. Sin embargo, su intervención directa sobre Irán, en una suerte de intento de ser juez y parte, abre un interrogante, especialmente si la promesa de alto el fuego no es respetada. Hasta ahora parece ser una típica estrategia de Trump tal como se vio con los aranceles: primero “ataco” y luego negocio. Las bombas contra Irán, entonces, pueden interpretarse como una forma de obligar a los iraníes a sentarse a negociar en posición de debilidad.
Asimismo, en esa debilidad de sus adversarios, Netanyahu ve una oportunidad que solo la presión internacional y un frente interno podría frenar. Hasta ahora no ha sido suficiente pero la resistencia que ha cosechado en el mundo occidental la respuesta de Israel a la masacre del 7 de octubre de 2023 ha sido inédita.
Con todo, lo más relevante es que este conflicto, aun con toda la importancia que supone, se enmarca en este contexto mundial altamente problemático. Se trata de tendencias de largo plazo, claro está, pero el escenario actual de multilateralismo con múltiples botones rojos está lejos de ser auspicioso. Asimismo, aun si fuese verdad esto de “las democracias no hacen guerras entre sí”, lo que estamos viendo es que las propias democracias están en crisis, máxime cuando es la propia civilización que las cobijó la que ha ingresado en una espiral de autocrítica destructiva y cuando sobra evidencia de que el capitalismo no necesita del mundo libre para desarrollarse.
A propósito de botones y particularidades de estos tiempos, en las últimas horas el vicepresidente estadounidense J.D. Vance contó públicamente una broma que le hizo Trump mientras negociaba con los iraníes por teléfono: al no hallar un acuerdo, el presidente le dijo a su compañero de fórmula que las cosas iban mal y automáticamente apretó un botón rojo. Ante la sorpresa de Vance, quien le consultó por qué había apretado ese botón, Trump le respondió “nuclear, nuclear” dando a entender que había arrojado una bomba. Dos minutos más tarde entraba a la oficina un señor con una Coca Cola: el botón rojo era para llamar al mozo de la Casa Blanca.
Foto: Stephen Cobb.
¿Por qué ser mecenas de Disidentia?
En Disidentia, el mecenazgo tiene como finalidad hacer crecer este medio. El pequeño mecenas permite generar los contenidos en abierto de Disidentia.com (más de 2.000 hasta la fecha), que no encontrarás en ningún otro medio, y podcast exclusivos. En Disidentia queremos recuperar esa sociedad civil que los grupos de interés y los partidos han arrasado.
Ahora el mecenazgo de Disidentia es un 10% más económico al hacerlo anual.