El pasado sábado Belén Esteban acudió al programa Sálvame para ser entrevistada por Jorge Javier Vázquez. Esto no revestiría especial trascendencia si no fuera porque la invitada expresó su total descontento con la forma en la que el gobierno había gestionado la crisis sanitaria. Por resumirlo quizá demasiado, el presentador tuvo un estallido de ira completamente fuera de lugar, gritando a su invitada que no iba a permitir que siguiera hablando, y afirmando con desprecio que se le habían quitado las ganas de entrevistarla. No ha sido la primera vez que este hombre ha reaccionado de esta manera. De hecho, se ha justificado diciendo que no va a consentir que el fascismo tenga cabida en su programa.

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Jorge Javier Vázquez resulta así un ejemplo paradigmático –casi paródico- de aquello en lo que se está convirtiendo cierta parte de la población; la proporción de los jorgejavieres de la vida va en aumento y, con ellos, la actitud abiertamente intolerante con todo aquel que no comulgue con sus creencias. Debido a este cambio que está sufriendo la sociedad occidental me atrevo a decir que la posmodernidad está llegando lentamente a su fin, y que nos encontramos en los albores de una nueva era.

Ahora bien, ¿en qué consiste exactamente la posmodernidad? Por resumirlo de forma sencilla, no es más que una reacción a la modernidad filosófica. Durante la modernidad se mantiene una fe alegre y desmedida en el poder de la razón y el progreso como vías de emancipación de la humanidad. Dentro de la modernidad tenemos corrientes filosóficas tan dicotómicas como son la Ilustración y el romanticismo, o el movimiento liberal y el marxismo. Pero de fondo tienen el mismo objetivo y, por así decirlo, creen firmemente que puede encontrarse el paraíso en la tierra si se aplican de forma adecuada las teorías que cada uno de ellos defiende.

El mayor problema no es la convicción con que los adanistas defienden sus ideas, sino que la basan exclusivamente por vía sentimental. Y los sentimientos son completamente subjetivos, no pueden confrontarse entre ellos más allá de la indignación y los aspavientos que muestre cada individuo

Los derroteros filosóficos e históricos que tienen lugar a lo largo del siglo XX desmienten, por así decir, los presupuestos modernos. ¿Cómo creer en el poder de la razón tras lo ocurrido en los campos de concentración o en los Gulags soviéticos? La filosofía desiste de encontrar una serie de postulados básicos universales –aunque sean mínimos- para centrarse en afirmar que todo es cuestión de perspectiva y de enfoque: los frutos del pensamiento, en la medida en que están mediados por el conocer humano, son mera narrativa e interpretación. Normalmente se intenta refutar esta afirmación diciendo algo tan básico como que la medicina también es narrativa -dado que usa las palabras para explicarse y porque está mediada por el conocimiento humano- y, sin embargo, nadie deja de acudir al médico cuando tiene un ataque de apendicitis.

¿Le afecta a los posmodernos esta clase de contrargumentaciones? En absoluto, de hecho la posmodernidad se caracteriza precisamente por un marcado anti-intelectualismo. Esto, sumado a la admiración que siente hacia todo lo que no tenga que ver con lo occidental, explica el surgimiento de movimientos como el antivacunas, o la exploración del reiki y demás “prácticas sanatorias de culturas milenarias”. La actitud relativista mencionada, sumada a la globalización y a los grandes movimientos de población ayudan a consolidar una actitud que asume que lo propio es malo, pero lo ajeno es bueno. Ahora bien, lo que más me interesa destacar es que la posmodernidad hace gala de su tolerancia y apertura de miras, en clara coherencia con su convencimiento de que todo es cuestión de perspectiva.

Al lector le habrán sonado muy familiares las características mencionadas, pero ¿vivimos realmente en una sociedad tolerante? Definitivamente no, al menos en el terreno práctico. Lo ocurrido en Sálvame es un ejemplo, entre tantos, de lo que sabemos que está ocurriendo en nuestro día a día. Por ceñirme a la situación actual de España puedo enumerar varios ejemplos: ¿qué respeto merecen los políticos de derechas cuando van a dar una conferencia en una universidad pública? ¿Qué ocurre cuando uno afirma públicamente que es provida o católico? ¿Cómo son tratados los catalanes que se sienten españoles? Muchos de nosotros nos lo tomamos a broma, pero está muy generalizada la costumbre de llamar “facha” a todo aquel que no esté alineado con el pensamiento dominante.

Y ahí está la clave: pensamiento dominante. Una sociedad no puede sostenerse por múltiples puntos de vista, incoherentes entre sí. Siempre, de un modo u otro, acaba subyaciendo una moral determinada. Isaiah Berlin criticó la actitud de muchos políticos y filósofos durante el siglo XX, quienes creían que las diferencias entre corrientes y partidos políticos residían en los medios para alcanzar un determinado fin: el bienestar de la sociedad, que es lo mismo que Miss Universo afirmando que lo que más desea es la paz en el mundo.

Berlin, sin embargo, no renegó de una creencia que ha recorrido la historia de la filosofía política: las discusiones en éste ámbito versan acerca de qué persigue una sociedad, y no tanto sobre cuál sería la mejor forma de alcanzarlo. En definitiva, y como ya he dicho, las ideas políticas se sustentan –consciente o inconscientemente- en una visión moral de la sociedad y de la persona. No en vano ambas disciplinas se enmarcan dentro de la llamada “filosofía práctica”, que versa sobre aquello que le es conveniente al ser humano como tal.

El multiculturalismo es una utopía, al menos en el sentido de creer que todos los miembros de una sociedad estén plenamente satisfechos por cómo se rige ésta. Uno no puede combinar una teocracia islámica, una democracia liberal y un sistema de castas hindú, al igual que no se puede mezclar agua y aceite (y, aunque se consiguiera, ya no sería agua y aceite, sino un producto distinto).

De esto se han ido dando cuenta poco a poco los miembros de las nuevas religiones (activismos de todo tipo) que, en cuanto nuevas, son adanistas y con una fuerte tendencia al fundamentalismo. Algunos miembros de ellos se han dado cuenta de la intolerancia que exhiben muchos de sus correligionarios. Puesto que todavía creen ser posmodernos, es decir, tolerantes, percatarse de su incoherencia les causa cortocircuitos mentales, que solucionan citando al filósofo Karl Popper: no hay que tolerar al intolerante.

Seguramente algo parecido piense Jorge Javier Vázquez, y se sentirá más que orgulloso del trato otorgado a Belén Esteban. Lo que estas personas ignoran es que la propuesta de Popper no es tan sencilla: sí, es cierto que hay determinadas conductas que no deben ser permitidas (o “consentidas”, según nuestro entrañable presentador). Pero, para decidir cuáles permitimos y cuáles no, lo que ha de haber es un debate público y racional, y no simplemente jugar a quién grita más fuerte y más ofendido se siente. El problema que tenemos es que la herencia que nos ha dejado el posmodernismo –que aún colea- es ese marcado anti-intelectualismo del que he hablado. Nuestro sistema educativo, además, es pobre y está claramente ideologizado, por lo que la posibilidad de que se puedan producir debates de nivel va alejándose cada vez más.

Así pues, nos adentramos en una nueva era en la que se va imponiendo una determinada forma de pensar de la que no se puede disentir. No sólo porque esté basada en un fuerte convencimiento de estar en posesión de las verdades morales fundamentales. El mayor problema no es la convicción con que los adanistas defienden sus ideas, sino que la basan exclusivamente por vía sentimental. Y los sentimientos son completamente subjetivos, no pueden confrontarse entre ellos más allá de la indignación y los aspavientos que muestre cada individuo. De momento nos movemos aún en un plano social, pero el gobierno empieza a imponer por decreto ley lo que antes era sólo un determinado sentir; esto es, el sentimiento dominante.

¿Solución? La ignoro. Por lo pronto, preocuparse por adquirir una buena formación humanista y no tener miedo a dar la cara por las cosas en las que uno cree. Nos jugamos milenios de civilización en esta nueva era.

Mariona Gumpert (Twitter@MarionaGumpert)

Foto: Noah Buscher


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