Desde 1977, la izquierda española ha estado en el gobierno un número de años muy superior al de la derecha (casi treinta años frente a veinte si considerásemos que Pedro Sánchez podría llevar a término la legislatura iniciada en 2023). Se trata de una diferencia muy significativa que no es fácil de explicar por una única causa.
Para entender el caso considero necesario fijarse en tres tipos distintos de cuestiones; en primer lugar conviene tener en cuenta el decurso histórico de la democracia de 1978 para comprender algunos de los condicionantes no del todo superados que han afectado de forma negativa a la derecha sin afectar de manera similar a cualquiera de las formulaciones de la izquierda; en segundo lugar, hay que tener muy presente los cambios sociológicos que han afectado a los electorados, sobre todo debido al intenso cambio cultural y tecnológico, no tanto moral a mi entender, que si bien ha afectado al mundo entero, parece haber tenido especiales consecuencias en España a causa de la velocidad con la que se ha establecido; en tercer lugar, conviene fijarse en el estilo de comportamiento político de los partidos del centro derecha y en el de sus líderes en la medida en que han, determinando formas de continuidad que han resultado no ya insuficientes sino muy disfuncionales para los intereses electorales de la derecha.
Para la derecha política, la ausencia de una cultura política liberal, de unas tradiciones distintas al modo autoritario de gobernar que había permeado en el conjunto de la sociedad española, resultó una grave rémora a la hora de organizar y dirigir los nuevos partidos que pronto se vieron seducidos por una tendencia a exagerar el valor del liderazgo
Desde que, en 1975, hace ya medio siglo, el Príncipe de España, don Juan Carlos de Borbón y Borbón, fuera proclamado rey de España como Juan Carlos I por las Cortes del sistema franquista se inició una etapa que acabaría llevando a lo que se conoce por lo común con el nombre de transición. No resultó difícil tener conciencia de que esa caracterización implicaría un proceso de duración y decurso inciertos, pero de final inesquivable, al menos en cierto modo: la construcción de una democracia liberal, un sistema que había sido objeto de toda clase de censuras y precauciones durante la larga etapa franquista y que no contaba con antecedentes demasiado claros ni ejemplares. Aunque en ese momento de ilusiones no se ignorasen las dificultades del proceso, bien cabe afirmar que, casi medio siglo después, algunos de los problemas que habría que afrontar han acabado por ser más complicados de lo que se dio en suponer.
Los primeros años de la transición fueron trepidantes, en especial debido al sostenido ataque de diversos tipos de terrorismo, pero permitieron modificar de manera profunda el futuro político de España, crearon un sistema político, la monarquía parlamentaria, en el que pudieron instalarse sin demasiadas dificultades las fuerzas básicas del sistema, una derecha que tardó en encontrar su articulación partidista más adecuada, y una izquierda, también bastante plural, en la que, de manera muy clara, pronto se dibujó la hegemonía del PSOE, el viejo partido de los socialistas audazmente renovado con diversas ayudas europeas y que muy pronto se constituyó en centro de gravedad de la política española.
La gran batalla política que presidió los orígenes de la transición consistió en la elección entre dos formas distintas de alcanzar una democracia plena, la reforma defendida desde los gobiernos del rey y por los conservadores, y la ruptura que preconizaban los recién recreados partidos de la izquierda. La reforma se impuso, pero conllevaba, de manera implícita, una exigencia esencial en los designios de don Juan Carlos I a quien se denominó muy pronto como el motor del cambio: una pronta victoria electoral del PSOE que se consideraba imprescindible, no sin buenos motivos, para establecer en forma inobjetable la legitimidad democrática de la monarquía.
La derecha no tuvo otro remedio que aceptar este guion histórico del que unos fueron más conscientes que otros. Sus dos primeras victorias electorales, la de 1977, que permitió aprobar la Constitución, y la de 1979, no tuvieron casi ninguna posibilidad de ser seguidas por una tercera: la dimisión de Adolfo Suárez y la crisis de la UCD, que acabó por ser terminal en 1982, solo se pueden entender con claridad en este contexto. Sea como fuere, asunto de competencia de los historiadores, el argumento que quiero utilizar es que, como consecuencia de esos acontecimientos fundacionales del sistema que se consagró constitucionalmente en 1978, la derecha se vio privada de un desarrollo orgánico normal y que esa anomalía afecta todavía hoy a sus formaciones políticas.
Para la derecha política, la ausencia de una cultura política liberal, de unas tradiciones distintas al modo autoritario de gobernar que había permeado en el conjunto de la sociedad española, resultó una grave rémora a la hora de organizar y dirigir los nuevos partidos que pronto se vieron seducidos por una tendencia a exagerar el valor del liderazgo y la importancia de la disciplina, características funcionales que han impedido un desarrollo normal, de abajo hacia arriba y no al revés, de fuerzas que, por más que presumiesen de populares han tendido a ser poco más que un pequeño grupo de familias políticas que compiten, bastante en la oscuridad, por el disfrute y la distribución del poder que poseen, entendiendo que esto y su oposición a las izquierdas sería suficiente para obtener el poder en las urnas. Ya se ha visto que muchas veces no ha sucedido así, bastaría con pensar en el reciente fiasco de las elecciones generales de 2023 para certificarlo.
El análisis de esta peculiaridad histórica de los partidos del centro derecha resulta imprescindible para entender cómo no han sido capaces de conseguir una mayoría electoral suficiente para poder formar gobierno en julio de 2023. Es difícil imaginar una coyuntura más favorable para el cambio político que la que se produjo en esa fecha y, sin embargo, contra una enorme abundancia de pronósticos y encuestas que lo hacían poco verosímil, el PSOE consiguió una nueva investidura.
Las consecuencias de este impensado y sonoro fracaso hacen particularmente necesario un análisis que los partidos afectados tienden a ignorar. En unos primeros esbozos de este libro pensé en titularlo “La incompetencia política de la derecha en España”, pero me pareció que, por más que haya motivos para tildar como torpes una buena parte de los comportamientos de la derecha política, era más aconsejable centrar el análisis en factores algo más de fondo con la esperanza en que ello pudiera contribuir a corregir, más pronto que tarde, aquello que todavía puede hacer improbable el triunfo electoral de la derecha.
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Nota. Este texto forma parte del prólogo de mi libro, que espero parezca en breve, titulado “El PP y la derecha inexistente”
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