La miniserie Adolescencia (Adolescence, en idioma iglés), un drama criminal creado por Jack Thorne y Stephen Graham y dirigida por Philip Barantini, ha generado uno de esos extraños terremotos sociales a los que los políticos son incapaces de sustraerse y tienen, por supuesto, que dar su opinión, incluso convertir lo que no es más que una producción de ficción destinada al entretenimiento y, si acaso, a la reflexión, en una verdad revelada, en este caso, una siniestra verdad contra la que hay que actuar.

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La serie gira en torno a Jamie, un joven de 13 años que es arrestado acusado de asesinar a una compañera de clase, Katie. En mi modesta opinión, como producto cinematográfico, Adolescencia tiene una espléndida factura. Cada episodio está rodado en un plano secuencia, sin cortes de cámaras, manteniendo una continuidad total en la escena de principio a fin. Las interpretaciones son excelentes y el guion está muy bien escrito. Es decir, es uno de esos productos de entretenimiento con calidad y profundidad que desgraciadamente no abundan. Ahora bien, las razones del revuelo son menos excelentes, de hecho, diría que el enfoque que algunos presuntos expertos le han dado a esta ficción resulta, no ya excesivo, sino ridículo.

Algunos expertos han convertido Adolescencia, que en realidad es una miniserie de ficción, destinada a entretener y también, por qué no, a reflexionar, en una verdad revelada

Adolescencia es la historia de una adolescente en particular. Aunque se adentra en el territorio de las redes sociales y de cómo estas influyen en la vida de los jóvenes, con sus signos y códigos particulares y las modas del momento, su protagonista, Jamie, no encarna a todos los adolescentes, ni siquiera ejemplifica la adolescencia en general. La problemática de Jamie es particular. La prueba la tenemos en que los adolescentes no se dedican a asesinar a sus compañeras de clase, ni tampoco en general cometen las trapacerías que el guion incorpora dentro de la historia con el fin de contribuir a crear una atmósfera problemática.

Adolescencia ha captado la atención del público no porque platee extrañas hipótesis acordes con estos tiempos, donde los problemas de identidad de los adolescentes de sexo masculino invariablemente son asimilados a problemáticas sexistas predefinidas por los sociólogos de guardia. Ha tenido éxito porque se adentra en el particular mundo de los adolescentes en una época en la que el alarmismo abunda, haciendo que los padres perciban la fase adolescente como un periodo extremadamente peligroso, en el que la tragedia acecha por todas partes a sus hijos.

Adolescencia utiliza el crimen como un gancho dramático. No para advertir de peligrosas corrientes que impregnarían a los jóvenes varones actuales, convirtiéndolos en psicópatas y potenciales asesinos de mujeres. Adolescencia intenta llamar la atención sobre el verdadero peligro que acecha al adolescente, el catalizador de problemas y desgracias: el aislamiento, la falta de comunicación y de relación.

Así lo explica la investigadora Shane Satterley, que estudia la violencia masculina en la Universidad de Griffith. Lo que se ha dado en llamar cultura incel no es principalmente misógina, sino que promueve el odio contra sí mismo en los hombres jóvenes, y refuerza tendencias suicidas. Según Satterley, la misoginia es sólo una interpretación «superficial” de este fenómeno. Yo añadiría a superficial, interesada. Este es, precisamente, el caso de otra investigadora, Lisa Sugiura, catedrática de Ciberdelincuencia y Género de la Universidad de Portsmouth.

Sugiura dice: «Jamie sólo tiene 13 años. Antes de hablar de la comunidad incel, deberíamos analizar la presión social por el sexo heteronormativo y las expectativas de éxito y popularidad basadas en el género. Porque si estas expectativas no se depositaran en nuestros hijos a una edad tan temprana, la manósfera tampoco podría sacar provecho de ellas”.

Como advertía al principio de este artículo, algunos expertos han convertido Adolescencia, que en realidad es una miniserie de ficción, destinada a entretener y también, por qué no, a reflexionar, en una verdad revelada. Así, para Sugiura, Jamie no es un personaje de ficción interpretado por un sensacional y prometedor Owen Cooper. Jamie y el asesinato de Katie son reales. Y una vez Sugiura convierte en real lo que no es más que una ficción, apuntala esta realidad imaginaria con el término “heteronormatividad”. Un concepto que, no sólo ella, sino una tropa nutrida de “expertos”, ha elevado a la categoría de verdad científica.

El concepto de heteronormatividad, aunque ampliamente utilizado en estudios sociológicos y de género, se emplea más como una categoría analítica crítica que como una hipótesis susceptible de someterse a la falsación en términos estrictamente científicos.

Es cierto que en ciencias sociales muchos conceptos no pueden ser sometidos a un proceso de falsación en el sentido popperiano, ya que no operan con la misma lógica empírica que las ciencias naturales. Sin embargo, la heteronormatividad se presenta como una realidad omnipresente y autoevidente, lo que impide su evaluación o refutación. Dicho de otra forma, cualquier fenómeno puede interpretarse como una confirmación de la heteronormatividad.

El término parte de una premisa normativa. Esto es, que la existencia de normas y estructuras que favorecen la heterosexualidad es en sí misma un problema indiscutible. El concepto heteronormatividad no se somete a un análisis que pueda contextualizar su significado y evidencia para que no pueda ser cuestionado dentro del ámbito académico. Es, por tanto, una verdad revelada. Esta es la trampa con la que “investigadores” como Lisa Sugiura hacen carrera, venden libros y cobran por dar conferencias. Sugiura es más una sacerdotisa que una científica.

En ciencia, aunque los métodos pueden variar entre disciplinas, debe existir al menos un criterio claro de validación, y los conceptos deben poder ponerse a prueba. Si un término como heteronormatividad se define de forma tan amplia que cualquier fenómeno puede interpretarse como prueba de su existencia, se convierte en una tautología: algo que siempre es cierto porque su amplia e inaprensible definición lo vuelve incuestionable. De esta forma, heteronormatividad, lejos de ser un concepto científico con alguna utilidad, se convierte en una construcción ideológica diseñada para servir a un determinado activismo.

Así, el problema de heteronormatividad no es solo la falta de falsabilidad en el sentido popperiano, sino que se impide cualquier metodología que permita evaluar su validez sin caer en el sesgo de confirmación. Si un concepto solo se usa para reforzar una conclusión preconcebida, más que para analizar los hechos de manera neutral, deja de ser una herramienta científica y pasa a ser un recurso del activismo.

Mi conclusión es, por tanto, querido lector, que Adolescencia es una muy buena miniserie que invita a la reflexión, pero que de ningún modo puede servir para probar todos los disparates que Sugiura et all. pretenden vendernos como teorías científicas contrastadas. Con todo, lo peor es que los políticos estén haciendo abluciones públicas con estos jarabes sociológicos, dándo sermones… y proponiendo que esta miniserie se visione en los colegios para combatir al fantasma de la heteronormatividad.

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