Aprendí en Sudamérica que no hay un Hugo Chávez sin un Carlos Andrés Pérez, del mismo modo que no habría habido un Evo Morales sin un Gonzalo Sánchez de Lozada. También es posible pensar que no habría habido un Kirchner sin un Carlos Menem en Argentina, y así sucesivamente en muchas otras latitudes. En Estados Unidos es razonable pensar que no habríamos tenido un Donald Trump sin un Barack Obama, que fue el primer Presidente elevado a los altares por la opinión pública, instituciones y todo el firmamento, desde Kennedy. Su legado más destacable, en cambio, con provocación directa incluida, fue el propio Donald Trump. Y aquí empezaron los problemas.

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En Europa hay que decir que no se sabe prácticamente nada de Estados Unidos y Estados Unidos es aquí, básicamente, lo que filtra la prensa europea, terriblemente injusta y sesgada con aquella gran nación. Yo mismo me sentí extraño cuando visité por primera vez el país a finales de los noventa, pues lo que veía, conocía y experimentaba, no tenía nada que ver con aquello que me había inoculado el mass media durante mi adolescencia y etapa universitaria. En 2008 sucedió aquello del «Change Has Come» y el entusiasmo global fue desmedido, especialmente en Europa, pues desde la Academia Sueca hasta Silvio Berlusconi, pasando por las multitudes británicas y alemanas, se mostraron abiertamente partidarios del nuevo mandatario global, que no había demostrado todavía nada pero había presentado dotes prometedoras para desenvolverse, ganándose la confianza de los Buffet, Henry Paulson o Ben Bernanke, pero también la esperanza del comunismo cubano y bolivariano. Todo cambia en 2016, pues desde entonces sólo hemos visto imágenes y reportajes negativos del mismo país por el simple hecho de que la Casa Blanca tenía un nuevo inquilino: Donald Trump, cuya victoria, admitámoslo, nunca se digirió, nunca.

Kamala Harris en una entrevista con Stephen Colbert en la CBS, afirmó enfáticamente que las protestas en Estados Unidos, aquellas que causaron tanta destrucción en innumerables ciudades, «no iban a cesar y que no deben cesar, ni antes de las elecciones de noviembre ni después de las mismas»

La Administración Trump inició su andadura con una sociedad estadounidense ya extremadamente polarizada, con una economía en recuperación que ha alcanzado cúspide bajo su mandato, en un país federal donde las diferencias legislativas desde múltiples puntos de vista pueden llegar a ser enormes entre Estados, y sin apoyos mediáticos de ningún tipo, menos en el establishment y en los círculos intelectuales o financieros. Trump no gustaba ni en la prensa, ni en los ámbitos de creación de opinión, menos en Hollywood o el mundo universitario, y menos aún en Wall Street, y esto en Estados Unidos es un problema; pero hay quien dice que en 2016 le eligieron precisamente por este motivo, por lo que Trump ha sido un Presidente esencialmente de clases populares. Teníamos pues, un elefante en una cacharrería, algo absolutamente nuevo e imprevisible, como tempranamente se pudo comprobar con sus decisiones y su forma de comunicación directa por medio de Twitter. Trump, «el inaceptado», no rehusó ni evitó el tema de la polarización sino todo lo contrario. Ni en el terreno económico, social, histórico de la nación e identitario, así que su mandato ha sido el más enconado de todos los que se hayan conocido, acrecentado por sus erráticas e irracionales decisiones con ocasión del virus chino. Ha compaginado durante cuatro años logros evidentes en el terreno local e internacional con una lucha interna feroz y un escrutinio nunca visto, que la prensa mundial ha ocultado sistemáticamente, presentando al mandatario como un ser abominable, engreído, supremacista y despótico, ocultando sus logros económicos y sociales, especialmente para las clases y sectores tradicionalmente más desfavorecidos, negros e hispanos incluidos. El famoso impeachment, que todos los medios de comunicación europeos daban por hecho y que han cubierto de manera ciertamente cuestionable, seguramente demuestra lo sucedido en todo el mandato y lo que aquí intento explicar.

La noche(s) electoral del 3 de noviembre, que seguí ininterrumpidamente, sucedió lo imprevisible. Nada de lo que se había presagiado o adelantado estaba ocurriendo. En los recuentos Trump seguía ahí. Luego vino el desastre que nadie mínimamente aséptico puede ignorar o al menos poner en cuarentena. Inexplicable e inaceptable todo lo acontecido con el recuento y con los protocolos electorales en el país más poderoso del mundo. Había por tanto tema y el elefante seguía en la habitación. Todo lo sucedido a continuación más o menos se conoce. Quienes tenemos serias dudas por lo ocurrido esos días, ni somos miembros de una secta, ni admiramos a Trump ni nos han lavado el cerebro. Tampoco justificamos el despropósito del 6 de enero, del todo inaceptable. Un ejemplo, tal vez, de lo que sucede cuando se experimenta con las masas. Como hizo precisamente Kamala Harris en una entrevista con Stephen Colbert en la CBS de hace unos meses, cuando afirmaba enfáticamente que las protestas en Estados Unidos, aquellas que causaron tanta destrucción en innumerables ciudades, «no iban a cesar y que no deben cesar, ni antes de las elecciones de noviembre ni después de las mismas».

Así las cosas, tenemos dos opciones, alinearnos y cerrar el asunto al estilo de la prensa y pensamiento occidental actual: Trump es un populista, un engreído, un tirano, un peligro público y ahora también un golpista. Caso cerrado. O bien preguntarnos por este curioso tirano, pues debe ser el único en la historia que ni tiene ni ha tenido nada con él o a su favor, sólo 74 millones de votos, la segunda mayor marca electoral de la historia de los Estados Unidos de América después del propio Biden. Electorado que imagino que debemos despreciar igualmente por existir. Tocqueville, hijo predilecto de Norteamérica – no sabemos por cuánto tiempo – nos advirtió que la democracia puede y suele destruirse desde dentro, el problema seguramente es, y será, identificar con precisión al verdadero culpable.

Juan J. Gutiérrez Alonso
Profesor de Derecho administrativo