Decía Miguel de Espinosa que la política es la simpatía que el poder siente por sí mismo. Siempre he entendido la frase en el sentido de que los políticos suelen estar encantados de conocerse, y me imagino que Espinosa, que escribía en pleno franquismo, pudo fijarse en ese rasgo tan notable de conducta debido a los estrafalarios y ridículos uniformes que lucían los jerarcas del régimen para asistir a los actos de exaltación de su mandato, como se llamaban entonces, esas chaquetas blancas con camisas azules y corbatas negras, incluso en pleno invierno, pues es evidente que llevarlas sin rubor exigía un alto grado de autocomplacencia que impidiese caer en la cuenta de apariencia tan ridícula.

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Algún lector benévolo puede que piense que, a continuación, voy a elogiar a la democracia porque no exige sometimientos semejantes. Quien así lo hiciere, se equivocaría dos veces, en primer lugar, porque no voy a hacerlo, pero, sobre todo, porque no es verdad en absoluto. Las democracias tienen su propio amaneramiento, y eso hace que en España el alto nivel  de descuido en las políticas que se nos ofrecen venga envuelto en un sinfín de cuidadísimas imágenes, lo que no quiere decir que sean inteligentes, sino que cualquier partido le da mil vueltas a la manera en la que presenta sus actos, a sus líderes y a lo que podríamos llamar sus propuestas, si somos tolerantes con el uso un poco laxo del idioma. En esto no cesamos de progresar, y si no, fíjense en que Sánchez tiene a su lado a un supuesto genio de la fotogenia, en lugar de tener, como Zapatero, a un supuesto genio de la economía, aunque, visto lo visto, casi habría dado lo mismo, y ya veremos en qué para la cosecha del malabarista icónico que está de turno.

Unos exhiben más a sus influencers, caso de Moncloa, y otros los tienen más en la recámara, pero todos actúan conforme a un plan cuidadoso, y eso llega a crear unos estereotipos bastante similares en muchas cosas, por ejemplo, en esa escenografía común a todos los partidos en que se ve cómo una élite de sumisos privilegiados se sitúan en un estudiado semicírculo, que recuerda mucho a las liturgias eclesiásticas, rodeando al líder para escuchar embobados sus ocurrencias, que tampoco lo son porque pertenecen siempre al prontuario de frases con supuesto impacto que le han preparado los plumillas a sueldo.

Lo que me llamó la atención fue el intento de Casado de minimizar la corrupción en el PP, en una oportuna pregunta de Motos sobre el particular, y ante su replica cuando Casado pretendió zanjar el asunto echando la culpa a “un par de sinvergüenzas”

Al fin y al cabo, la política depende de la opinión pública, y el primer mandamiento es no equivocarse, y los errores se suelen encomendar a los números dos, por aquello de que se vea que no todo es artificio y propaganda en lo que se dice, de manera que se reserva a los más botarates para que den que hablar y permitan que se muestre el verdadero mensaje del partido, que se luzca la autoridad del líder y la voluntad de rectificar cuando se cometen errores, lo que debe parecerles que sirve para mostrar el lado más humano de los políticos.

El hecho es que ese conjunto de reglas de imagen hace que las apariciones de los líderes tengan mucho más que ver con representaciones muy ensayadas que con actos de la menor espontaneidad. Los servicios de orden ya se encargan de retirar, de forma más o menos cortés, a cualquiera de los asistentes que quiera romper el encanto de las ceremonias diciendo lo que realmente opina, sobre todo si no es del agrado de los directores de escena y del primer galán.

El problema es que ese envaramiento que produce el someterse a criterios estrictos en el vestir, el gesticular y en el hablar, son de una dudosa eficacia comunicativa, e impiden, desde luego, que los políticos que a ellos se atienen puedan tener la menor receptividad al ambiente y se priven de cualquier forma de espontaneidad. No llevarán uniformes, pero se rodean de docenas de apuntadores y expertos de toda laya para actuar conforme a un plan de campaña que, en su opinión, les conducirá al triunfo.

Hace unos días tuve la oportunidad de ver en El hormiguero de Antena 3 una entrevista a Pablo Casado; no pude verla entera porque me topé con ella cuando llevaba un rato, pero lo visto me sorprendió para bien, creo que fue un acierto para el entrevistado, uno más para el autor del programa. Doy por hecho que los que querrían ver desollado vivo al líder del PP pensarán que las preguntas eran complacientes, no creo que fuera el caso, porque dentro de la cortesía de una entrevista propia de un programa de entretenimiento, Pablo Motos no se limitó a dar al político oportunidades de lucimiento. De hecho, lo que me llamó la atención fue el intento de Casado de minimizar la corrupción en el PP, en una oportuna pregunta de Motos sobre el particular, y ante su replica cuando Casado pretendió zanjar el asunto echando la culpa a “un par de sinvergüenzas”.

Es muy fácil que Casado piense que hablar de corrupción, o, dicho a su manera, “hablar del pasado”, no es lo que más le conviene para ganar votos, pero lo que me asombra es que no alcance a comprender que esa lacra para el partido lo ha sido, sobre todo, porque se han obstinado en minimizarla. Estoy convencido de que se trata de un consejo de alguno de esos genios de la imagen, pero más todavía de que si Casado pretende invertir la tendencia al castigo que tienta a innumerables votantes del PP para recuperar su voto, y llegar a las cifras que puedan darle una mayoría suficiente, tendrá que enarbolar un discurso muy distinto al del “par de sinvergüenzas”.

Podría decir algo como esto, por ejemplo: “La corrupción que ha afectado a mi partido es algo que me avergüenza y estoy seguro de que avergüenza más a millones de nuestros votantes, a la gente que querría creer en lo que decimos y no lo hace por las cosas que hemos hecho mal, en este y en otros casos”. Y podría seguir: “Los casos que han salido a la luz son bochornosos, y espero que esto nos haya servido de escarmiento, porque creo que la actitud que hemos mantenido frente a esta cuestión ha estado mucho más inspirada en el espíritu de confrontación con los rivales que han esgrimido los casos, que en un sincero deseo de acabar con esa lacra”, para añadir luego “Voy a empeñarme a fondo en que no vuelva a suceder nada parecido, y estoy seguro de que esa va a ser una de las pruebas de que este partido se ha renovado a fondo, pero si volviese a surgir el más mínimo caso mientras yo sea presidente, los españoles pueden estar seguros de que mi actitud no va a ser complaciente o exculpatoria, la corrupción la hacen las personas, pero las organizaciones, como el PP, no pueden servirles de tapadera ni como instrumento para tratar de que no les alcance el castigo penal y político que merecen esas acciones”.

Si además rematase diciendo algo como que “un partido que defiende la libertad, la propiedad privada, el esfuerzo, el mérito y la decencia personal no puede consentir ningún tipo de acciones que busquen apropiarse del trabajo ajeno, eso podría tener sentido en fuerzas que crean que la propiedad, la riqueza y la prosperidad son delictivas, pero no entre nosotros, y por eso mismo la corrupción ha sido muy perjudicial para nosotros, porque no es solo un delito, es algo que atenta de manera frontal contra nuestros ideales”.

Tal vez unas declaraciones de ese tipo pudieren tener algunos inconvenientes, pero evitarían la sensación de que el “nuevo” PP que promete Casado va a seguir haciendo contorsiones increíbles para dar a entender que lo de la corrupción es simplemente una cuestión de mala imagen. No creo que Casado se oponga a hablar con claridad de este y de otros asuntos, pero, pese a que la entrevista en su conjunto le fue muy favorable, tendrá que aprender a salirse de los papeles trillados si quiere convertirse en un político importante. Pedir disculpas es, además de una práctica cortés y educada, una conducta inesquivable cuando el partido se ha dejado en la gatera unos cuantos millones de votos. Que no le engañen, no basta con ponerse el uniforme de líder, necesita serlo de una manera consecuente, valiente y sincera.


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J.L. González Quirós
A lo largo de mi vida he hecho cosas bastante distintas, pero nunca he dejado de sentirme, con toda la modestia de que he sido capaz, un filósofo, un actividad que no ha dejado de asombrarme y un oficio que siempre me ha parecido inverosímil. Para darle un aire de normalidad, he sido profesor de la UCM, catedrático de Instituto, investigador del Instituto de Filosofía del CSIC, y acabo de jubilarme en la URJC. He publicado unos cuantos libros y centenares de artículos sobre cuestiones que me resultaban intrigantes y en las que pensaba que podría aportar algo a mis selectos lectores, es decir que siempre he sido una especie de híbrido entre optimista e iluso. Creo que he emborronado más páginas de lo debido, entre otras cosas porque jamás me he negado a escribir un texto que se me solicitase. Fui finalista del Premio Nacional de ensayo en 2003, y obtuve en 2007 el Premio de ensayo de la Fundación Everis junto con mi discípulo Karim Gherab Martín por nuestro libro sobre el porvenir y la organización de la ciencia en el mundo digital, que fue traducido al inglés. He sido el primer director de la revista Cuadernos de pensamiento político, y he mantenido una presencia habitual en algunos medios de comunicación y en el entorno digital sobre cuestiones de actualidad en el ámbito de la cultura, la tecnología y la política. Esta es mi página web