Cuando comenzó esta crisis se habló de lo sanitario, convertido en humanitario, de lo económico, que sacude y sacudirá a las familias más vulnerables y de nuevo a la clase media, que es quien soporta con particular ascetismo el fisco que aprieta nuestros bolsillos agravado por la disparatada política económica del gobierno. Han pasado varios meses desde que empezara el confinamiento, que afortunadamente ya afloja y la huella que deja esta pandemia se extiende de modo silencioso e invisible, como el virus que la propició.
Estos meses hemos asistido entre sorprendidos e impotentes a una mentira institucionalizada frente al drama real de muchos fallecidos y otras muchas víctimas del sufrimiento. Sanitarios que se han dejado su tiempo y su salud tratados como héroes, cuando han sido víctimas del propio virus, víctimas del frágil sistema sanitario y víctimas de torpes decisiones políticas.
La ocultación de la dura realidad en incontables residencias de ancianos, hospitales y hogares acompaña la banalización del dolor. Una sociedad que ha infantilizado el esfuerzo, con unos dirigentes políticos incapaces de gestionar una crisis, no por la naturaleza de la misma, ni por su origen y evolución desconocidos, sino por su incompetencia política en eso que llaman la organización y administración del bien público. Unos políticos dedicados a la construcción de una realidad paralela en la que la muerte y el dolor se ha invisibilizado y se ha convertido en una permanente celebración ritualizada en el aplauso colectivo, con el incondicional apoyo de las redes clientelares mediática, que han canalizado la opinión pública.
El distanciamiento social puede dificultar la necesaria empatía para sacar esto adelante, pero quiero pensar que todos esos testimonios que conocemos y que nos han demostrado que la vida continua son una motivación y una invitación a la superación
La soledad y la muerte son dos conocidas compañeras que estos meses han recorrido un largo camino juntas por muchas familias, no tenemos el número de fallecidos reales, pero quien ha acompañado en sus últimos días a un ser querido conoce perfectamente lo que ocurre en la despedida y cuál es el precio de las lágrimas no compartidas.
Son muchos los rincones anónimos que albergan una experiencia traumática agravada por las excepcionales circunstancias en el confinamiento, no quiero concretar ninguno porque serían muchos los casos que me dejara en el olvido. La recuperación de la salud mental será uno de los retos más importantes que nos aguardan. Un importante indicador de la capacidad de resistencia y su talla de dignidad, una sociedad que ha perdido a muchos de sus mayores, a muchos sanitarios que ya no volverán a encontrar en su trabajo a muchos de sus compañeros, o que se han llevado a casa, no se sabe por cuánto tiempo, una experiencia que es un recuerdo traumático.
Las evidencias de la incertidumbre se han convertido en una complicada rutina del presente, no es fácil trazar un proyecto ilusionante de futuro, sin embargo, hay muchos testimonios, la mayoría desconocidos, otros cercanos, que en los pequeños gestos diarios hacen la vida de los demás un poco más agradable. Vecinos que se han ofrecido para hacer la compra a personas mayores con dificultades, sanitarios que han cubierto jornadas maratonianas en condiciones insostenibles, gestores y consultores que de un modo totalmente desinteresado han ayudado a muchos autónomos y pequeños empresarios para realizar los necesarios trámites administrativos, ciudadanos que han ofrecido su tiempo en el reparto de alimentos y atención a los más vulnerables, maestros que se han dejado los ojos en el ordenador para que sus alumnos no perdieran un trimestre, que en términos reales se convierte en un año de escolarización.
Poco antes de morir de un tumor el escritor y neurólogo Oliver Saks relata su enfermedad en un artículo que publicó en un conocido periódico norteamericano: «Para mí es fundamental la relación que se establece entre enfermedad e identidad y la forma en que la gente reconstruye su mundo y su vida a partir de esa enfermedad. Son muchos los que han descubierto una vida positiva que surgía tras una enfermedad. El pintor que tras perder la visión del color no desea recuperarla. El ciego de nacimiento que recobra la vista hacia la mitad de su vida y no puede soportarlo. La mujer autista que encuentra en el autismo una parte de su identidad… Pero no quiero parecer sentimental ante la enfermedad. No estoy diciendo que haya que ser ciego, autista o padecer el síndrome de Tourette, en absoluto, pero en cada caso una identidad positiva ha surgido tras algo calamitoso. A veces, la enfermedad nos puede enseñar lo que tiene la vida de valioso y permitirnos vivirla más intensamente».
Sacks dejó este regalo que es un legado de superación, de lucha ante la adversidad, de resistencia. Algunas generaciones fuimos educados en la resiliencia, desde la experiencia de la lucha en el afán diario, en la convicción de que el conocimiento es el resultado de la atención, mucha dedicación y esfuerzo, de que la vida te enseña que el dolor forma parte de la vida. El sufrimiento es una experiencia de límite, de nuestros propios límites, nos coloca en nuestro reducido sitio y también permite colocarnos en el lugar de los demás.
El distanciamiento social puede dificultar la necesaria empatía para sacar esto adelante, pero quiero pensar que todos esos testimonios que conocemos y que nos han demostrado que la vida continua son una motivación y una invitación a la superación. Una parada en el vértigo que nos envuelve para encontrar un remanso de paz interior, para vivir desde el agradecimiento, que es un mejor vivir.
Foto: MohammadAli Dahaghin