Sobre el capitalismo, como sistema de convivencia, han caído las más duras acusaciones. La crítica que más éxito ha tenido, al menos en términos históricos, es la de que el sistema explota a una parte de la población para enriquecer a otra. Esa crítica ha justificado los sistemas más brutales de destrucción y explotación de la riqueza jamás ideados y puestos en práctica. Estas formas de organización social no podrían tener éxito alguno, y de hecho no lo han tenido; no ha habido ningún intento de llevar a cabo el socialismo que no haya sido un fracaso.

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Hay, no obstante, otras críticas importantes a la vida en común basada en la libertad personal. Muchas de ellas las podríamos agrupar en la acusación de que el capitalismo es un sistema inhumano, o que deshumaniza a las personas. El capitalismo es materialista. O se basa en el egoísmo. O destruye las culturas locales. O impone una moral individualista, entendida como desatención del prójimo.

El capitalismo no se basa en el egoísmo, sino en el propio interés. Y el interés propio no desaparece cuando las relaciones basadas en el acuerdo y el intercambio se sustituyen por el mandato y la obediencia

Ninguna de estas acusaciones es absurda per se, aunque en conjunto sean falaces. Una sociedad en la que las personas gozan de libertad personal y de la seguridad de que su propiedad esté respaldada por la ley (no otra cosa es el capitalismo) no es necesariamente “materialista”. Ocurre, simplemente, que facilita la producción de bienes y servicios y atiende de forma efectiva las necesidades materiales, pero esas necesidades no son menores en cualquier otra forma de sociedad.

Es más, como las sociedades capitalistas son prósperas, los ciudadanos pueden ir escalando por la pirámide de Maslow. A medida que la base de la pirámide está cubierta, pueden ir mirando más y más arriba hasta poder dedicar tiempo y esfuerzo (¡y recursos!) a la cúspide, que es la autorrealización.

El capitalismo no se basa en el egoísmo, sino en el propio interés. Y el interés propio no desaparece cuando las relaciones basadas en el acuerdo y el intercambio se sustituyen por el mandato y la obediencia. Es más, en una sociedad regida por las relaciones políticas, las decisiones son más arbitrarias y ello exige a los súbditos que presten especial atención a sus intereses más inmediatos, porque están en permanente peligro. En una sociedad en la que la propiedad es segura, la atención puede volar mucho más allá de los propios intereses.

El argumento de que el capitalismo destruye las culturas locales no es mucho mejor. Aunque sólo sea porque extiende esas culturas locales, o algunas manifestaciones de algunas culturas por todo el orbe.

Aún queda esa acusación de que las sociedades libres, o comerciales,

Gracias a Santiago Calvo he tenido noticia de la publicación de un artículo académico elaborado por los autores Colin Harris, Andrew Mayers y Adam Kaiser, titulado The humanizing effect of market integration (Los efectos humanizadores de la integración por el mercado).

El artículo recoge varias críticas a las sociedades libres desde el punto de vista moral. Jean Jacques Rousseau cree que “suprime los gritos de la compasión natural y la voz aún débil de la justicia, y llena a los hombres de avaricia, ambición y vicio”. Más modernamente, G. A. Cohen ve que los mercados son “moralmente repugnantes”, porque no generan reciprocidad o atención por el otro. Michael Sandel dice que las sociedades abiertas provocan que no se trate a los demás “como debemos, como personas merecedoras de dignidad y respeto”. Las citas siguen, y van todas en el mismo sentido.

Medir los sentimientos con pretensiones científicas es un empeño difícil. Pero, a pesar del chiste (“no me molestó que me llamara hijo de puta, sino el tono en que lo hizo”), normalmente las palabras se utilizan con una connotación. Y los investigadores utilizan las palabras como proxy; es decir, como un elemento medible que nos acerca al fenómeno no medible que queremos conocer. Los autores lo hacen así:

“Nuestra medida del sentimiento moral capta la frecuencia, la valencia y el tipo de lenguaje moral utilizado sobre una nación en un corpus de artículos del New York Times (NYT) de 1987 a 2007. Utilizamos la nacionalidad como criterio de identidad de grupo por dos razones. En primer lugar, la nacionalidad es una base de la identidad de grupo (Schildkraut 2011) que a menudo actúa como una «identidad superior» al mitigar los antagonismos existentes entre las etnias, las religiones y los grupos étnicos (Transue 2007; Levendusky 2018)”.

Utilizan los países y no los grupos étnicos o de otro tipo porque, a diferencia de las relaciones entre éstos, hay “medidas sólidas de interacción entre los Estados-nación por medio del mercado”. Los autores señalan que “los artículos publicados en el NYT entre 1987 y 2007 representan la mayor colección completa y accesible de periódicos digitalizados para el análisis de textos”.

El lenguaje que utilizan está basado en la Teoría de los Fundamentos Morales (TFM), que no es la de Adam Smith (Teoría de los sentimientos morales), sino la de Jonathan Haidt. La TFM divide los sentimientos morales en cinco aspectos, dentro de dos grupos: los valores “vinculantes” y los “individualizadores”. Los primeros hacen referencia a la identidad de grupo y son los gradientes lealtad/traición, autoridad/subversión, y santidad/degradación. Los segundos son los gradientes cuidado/daño y honestidad/mentira. Para valorar las palabras utilizadas en los artículos del NYT, utilizan el Extended Moral Foundations Dictionary, basado en la TFM.

Para medir la interacción por medio del mercado, los investigadores eligen dos medidas de dos conceptos: para el comercio, el volumen de importaciones y exportaciones con los distintos países. Y para la inmigración, las estadísticas del Servicio de Inmigración y Naturalización.

Con estos datos, los autores se fijan tres hipótesis:

  • La interacción con el mercado provocará deshumanización porque los mercados nos animan a beneficiarnos a nosotros mismos a expensas de los demás.
  • La interacción con el mercado producirá infra humanización porque los mercados ocultan el verdadero valor del otro.
  • La interacción con el mercado dará lugar a la humanización porque los mercados nos animan a tener en cuenta a los otros.

Y los resultados que obtienen los resumen con estas palabras: “La interacción con el mercado tiene un efecto positivo significativo en el uso total del lenguaje moral, lo que sugiere que la interacción con el mercado no da lugar a una infra humanización”. Por otro lado, “tanto el comercio como la Inmigración muestran una relación significativa y positiva con el lenguaje virtuoso, pero no con el lenguaje vicioso. En conjunto, estos resultados indican que la interacción con el mercado está asociada a la humanización más que a la infra humanización o la deshumanización”.

Los resultados no deben sorprendernos. Donde no hay comercio, hay robo, secuestro, esclavización, expolio. ¿Son formas de relación que generan una humanización del otro? Difícilmente.

En el comercio, yo entrego A y tú me entregas B. Yo lo hago porque valoro más B que A, y tú lo haces porque valoras más A que B. Es decir, cada parte valora más lo que recibe que lo que entrega; por eso lo hace. La relación entre las dos partes está basada en un beneficio mutuo. Ese beneficio estará mejor o peor repartido, pero es para las dos partes. Y las dos partes, por tanto, tienen un incentivo para mantener una relación, aunque sólo sea una relación comercial, independientemente de quién sea el otro.

Esto último no es que sea importante. Es que es lo importante a este respecto. Porque la relación entre las dos partes está basada en conceptos abstractos, como son los bienes y servicios, el dinero y los precios, más las instituciones que aseguran esos intercambios, como es el derecho. Y lo que sea la otra parte (su nacionalidad, su aspecto, sus creencias y usos) no tienen relevancia. Y como el otro es fuente de beneficio para mí, tiendo a aceptarle. Y como yo soy fuente de beneficio para el otro, me aceptará, o hará por aceptarme.

Todos lo vivimos. No es difícil de entender.

Foto: Zoltan Tasi.


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