En un artículo anterior me refería al fascismo de los antifascistas como un ejemplo paradójico. El antifascista del siglo XXI se comporta de maneras que son indiscernibles del verdadero fascismo, el de mediados del siglo XX. Los hechos acaecidos en la SER me reafirman en lo que en dicho artículo expresaba. El único fascismo al que hay que temer es al de los llamados antifascistas, caso de alzarse con el poder en Madrid el próximo 4 de mayo.
En dicho artículo avanzaba también una posible explicación de por qué el fascismo ha dejado de ser una realidad sustancial para convertirse en una pura retórica con la que descalificar, estigmatizar y humillar al oponente político. Allí decía que la política posmoderna es una política sin ontología, sin anclaje en la realidad y sólo vinculada al uso fraudulento del lenguaje. Cualquier cosa que hubiera hecho o dicho Rocío Monasterio hubiera sido reputada como fascista y el circo mediático se habría montado por igual. VOX es un partido fascista con independencia de lo que defienda o de cuales sean sus actitudes políticas. Su posición política supuestamente fascista se define relacionalmente para la izquierda. El mero hecho de discutir, radicalmente, en el sentido de ir a la raíz de las tesis izquierdistas hegemónicas les convierte en el enemigo, que para el relato de la izquierda es sinónimo de fascismo.
Tras la caída del muro no se ha procedido a una ‘descomunización’ del mundo, realizando una crítica pública a los fundamentos políticos, económicos y epistemológicos del comunismo
Desde los años 30, gracias a la obra de gente como Benjamin, Weil y los frankfurtianos, se ha impuesto la idea falsa de que la única ideología que combatió y venció al fascismo fue la izquierda radical. Tanto en el terreno de las ideas como en el campo de batalla, con la abortada invasión nazi de la Unión soviética. La izquierda postcomunista se declara heredera y custodia exclusiva del “precioso legado” de la lucha antifascista. Ese hecho les otorga el privilegio exclusivo de monopolizar el discurso contra el fascismo y del señalar preventivamente a los posibles herederos de la amenaza fascista. El blanqueamiento del legado criminal del comunismo explica buena parte de los complejos de los liberales y de la derecha en estas cuestiones. España, como buena parte del mundo liberal occidental, está volviendo a un escenario anterior a 1989 en lo que a la legitimidad del comunismo se refiere. Muy lejos quedan los tiempos en los que los partidos de izquierdas tenían que refundarse y ocultar sus raíces comunistas. La memoria histórica del comunismo no se ha producido en buena parte de los países occidentales. Salvo en los países del este donde el término comunista tiene connotaciones muy negativas, el comunismo hoy en día ha logrado desvincularse de su oscuro legado. Las generaciones más jóvenes que ha descubierto a Marx y a sus epígonos en las aulas universitarias, sin embargo, no conocen que las experiencias reales de la distopía comunista sumieron a buena parte del continente europeo en un clima de degradación moral, desprecio de los más elementales derechos humanos y en un salvaje retroceso económico.
Tras la caída del muro no se ha procedido a una descomunización del mundo, realizando una crítica pública a los fundamentos políticos, económicos y epistemológicos del comunismo. Esta labor no se ha realizado porque los escasos intelectuales que no son de izquierdas han limitado su crítica al comunismo a los estrechos márgenes de la academia, cuando esto era todavía posible al no existir como ahora un régimen de pensamiento único en las instituciones educativas. Tampoco los partidos de centro y derecha han combatido el suelo nutricio de los nuevos desarrollos políticos del comunismo y han preferido centrarse primero en aspectos puramente de gestión, marginando las cuestiones políticas sustantivas como puramente ideológicas. Los partidos llamados a combatir los perniciosos efectos del comunismo han acabado siendo ellos también marxistas, no tanto porque hayan acabado aceptando buena parte de la agenda política y económica del postcomunismo, que también, sino por el hecho de rechazar el terreno de las ideas como pura ideología en el sentido marxista del término. Para el Marxismo la ideología es una falsa conciencia de la realidad, desprovista de cualquier valor político sustantivo. Si las ideologías no dicen nada valioso acerca del mundo, mejor abandonarlas y centrarse en lo importante: el análisis económico de la lógica electoral que afirma que la centralidad y la huida de los extremos es lo que fideliza a los votantes.
Esta despolitización de la derecha, que ha permitido que los medios de comunicación sean expresión del pensamiento único, explica situaciones tan kafkianas como la de que partidos que actúan como fuerzas políticas fascistas se permitan el lujo de señalar como fascistas precisamente a las víctimas de sus modos fascistas de actuación. Una fuerza política que no sólo legitima, sino que promueve el ejercicio político de la violencia contra sus oponentes políticos no debería poder monopolizar el discurso sobre las presuntas amenazas en una sociedad. Al menos esto es lo que denunciarían medios políticos verdaderamente libres. No es el caso español en el que los medios se convierten en instrumentos al servicio de la agitación política que más conviene a los intereses electorales de determinados partidos.
El PP en vez de desmarcarse de esta operación de injusta estigmatización de una fuerza política democrática se dedicó a intentar desvincularse del asunto para evitar que se les pudiera asociar con la tóxica etiqueta del fascismo. Poco éxito han tenido ya que desde podemos y e incluso desde el propio gobierno se va un paso más allá y se cataloga a VOX directamente de partido nazi, de ahí a intentar la ilegalización del partido no queda demasiado trecho, especialmente si dicha fuerza política obtiene un buen resultado en Madrid. Sánchez y sus asesores saben que el giro al centro del PP es una estrategia suicida para dicho partido y que éste no dudará en pactar con VOX si es menester para retomar el poder, algo que por cierto hizo el propio PSOE con Podemos.
Los melifluos centristas claman contra la excesiva exposición mediática de VOX, alertan contra los riesgos electorales de su sobreactuación ante las repetidas provocaciones-trampa de Podemos y el gobierno socialista. En un escenario político dominado por una ontología política desustancializada donde las cosas no son, sino que se presentan en función de las relaciones diferenciales que mantienen con otras, no cabe otra alternativa que afirmarse diferencialmente para así poder tener un lugar en el espacio político y poder construir un discurso con sentido. Lo contrario te aboca a lo que los populistas lacanianos llaman lo real, que pese a lo pueda parecer por su nombre, es en la consideración psicoanalítica lacaniana lo que menos realidad tiene en el sentido usual del término.
Foto: Michael Claisse.