Los poetas suelen tener una imagen excelente de la condición humana y escriben pensando siempre en lo mejor. Así Machado, por ejemplo, anotó aquello de “A distinguir me paro las voces de los ecos, y escucho solamente, entre las voces, una”, y hay que suponer que no lo hacía para recomendar lo contrario, escuchar sin escoger y confundir los titulares de las noticias con las cosas mismas. Excelente consejo, pero en especial en tiempos en que la degradación de la información y el olvido de las exigencias críticas, el desprecio del mandato ilustrado de atreverse a pensar por uno mismo se encuentra en uno de los peores momentos de la historia. Parece como si se hubiese convertido en un mandato moral la necesidad de ser dogmático y cerril, y para eso no hay nada mejor que dejarse adormecer por los susurros de la confusión organizada, puesto que como ya se sabe lo esencial es entretenido distraerse con cualquier memez.

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En España padecemos una industria de la confusión, una desgraciada orquesta del despiste, y no lo digo porque sea como la del Titanic, sino porque se caracteriza en fijar la intención no en lo que la requiere sino en lo que resulta más rentable. Un ejemplo muy simple es que el día en que la luz alcanzó una subida récord del 188% en apenas meses las portadas de los grandes medios estaban ocupadas con los llantos millonarios de Messi, lo que muestra que somos una sociedad compasiva, sin duda.

Es increíble que los políticos del arco liberal y conservador no caigan en la cuenta de que la confusión reinante terminará por ahogarles, si es que no están ya asfixiados, y que su única baza política tiene que consistir en desmontar los tinglados burocráticos e ideológicos en los que se amparan las fuerzas progresistas

El principal responsable del desenfoque es, desde luego, el Gobierno, y es fácil entender que tiene muchas razones para serlo, porque la forma menos complicada de gobernar solo se produce cuando el público está mirando hacia otra parte. En medio de la crisis eléctrica el Gobierno ha agitado dos fantasmas con gran capacidad de distraer al personal, ha asegurado que mejoraría la educación matemática a base de perspectiva de género y ha emprendido una campaña esencial contra los bomberos toreros, o sea que está en todo.

No es que la oposición pueda ser aplaudida por enfrentarse de manera inteligente a esta industria tan moderna de la confusión que tantos réditos produce a los promotores de la sociedad del espectáculo. A veces parece que la oposición es rehén de un gobierno que la ha convencido de que lo que tiene que hacer es criticarle a muerte, tarea, por otra parte, que está al alcance de cualquiera sin demasiado gasto neuronal.

A mi modo de ver pertenece al reino de lo surrealista el que la oposición actual no haya caído todavía en la cuenta de que la polarización, el enfrentamiento frontal, el cainismo, constituyen estrategias que favorecen al Gobierno porque le permiten utilizar una y mil veces el trazo grueso que tanto gusta a muchos españoles, a toda esa multitud que cree que con decir “fascista” ha dicho algo profundo, certero y con futuro. Sobre este punto remito a un reciente y excelente artículo de Ramón González Ferriz en El Confidencial.

Una sociedad que se empeña en ignorarse, es una sociedad que no se gusta, que se ve fea y vieja y eso le lleva a buscar culpables de manera inevitable, a abandonar cualquier espíritu crítico y a dedicarse a zarandear al chivo expiatorio. Lo extraordinario de nuestro caso, que es menos común de lo que pueda parecer, es que los que debieran sentirse responsables de explicar lo que pasa, de dar información, de proporcionar datos, de fomentar la crítica, parecen haberse conformado con tratar de sobrevivir al desastre sin tener el menor empeño en impugnarlo. Es pasmoso, por ejemplo, el abandono en que se ha dejado el campo de la educación y el de los medios de comunicación en manos de los que se llaman a sí mismos progresistas, o la facilidad con la que los gobiernos conservadores han tragado y tragan con las políticas de aquellos en las ocasiones en que llegan al poder.

Así se produce el fenómeno de que cuando el viento de cola parece empujar al poder a los partidos conservadores, como ahora sucede en España, no se adivinan, siquiera, las medidas que se puedan tomar para revertir la situación de fondo. No se dice, por ejemplo, que tal ley vaya a ser cambiada, ni se dice con claridad meridiana que política se hará, se entiende que más allá de esas proclamas de apoyo a la educación y a la agricultura que son tan baratas de decir como imprecisas. Que los electores entiendan que se puede hacer política de otra manera, sin proclamas huecas, sin agotar los caudales públicos con nuevos ministerios y centenares de extraños asesores, en su mayoría bastante indocumentados, es esencial para que se entienda que les conviene un cambio político que no se limite a cambiar las caras.

Es increíble que los políticos del arco liberal y conservador no caigan en la cuenta de que la confusión reinante terminará por ahogarles, si es que no están ya asfixiados, y que su única baza política tiene que consistir en desmontar los tinglados burocráticos e ideológicos en los que se amparan las fuerzas progresistas que siempre se han revelado como buenos especialistas en inventar nuevos problemas para colocar a más estómagos agradecidos. Los viejos ministerios españoles han perecido ya bajo una balumba de nuevas denominaciones de las que nadie es capaz de describir alguna tarea concreta y respetable, alguna política pública necesaria, responsable y cuyos resultados quepa medir con precisión.

La confusión no es nada natural, es un guiso bien condimentado que hay que saber desmontar, y sin esa tarea será muy difícil conseguir nada positivo. Esa es la paradoja española, que algunos parecen creer que en la confusión triunfarán lo que dicen ser sus ideales, pero sin luchar contra la creencia idiota de que todo consiste en gastar más, sin explicar con claridad que el dinero no se tira sino que se lo llevan unos cuantos, es decir que deja de ser de nadie para ser de los amigos. No será posible una alternativa real en una sociedad tan confundida como para conmoverse con las lágrimas de Messi y pensar que la subida de la luz debe ser cosa del cambio climático contra el que con tanto denuedo luchan nuestros progresistas con el Gobierno a la cabeza.

Foto: Global Panorama.


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J.L. González Quirós
A lo largo de mi vida he hecho cosas bastante distintas, pero nunca he dejado de sentirme, con toda la modestia de que he sido capaz, un filósofo, un actividad que no ha dejado de asombrarme y un oficio que siempre me ha parecido inverosímil. Para darle un aire de normalidad, he sido profesor de la UCM, catedrático de Instituto, investigador del Instituto de Filosofía del CSIC, y acabo de jubilarme en la URJC. He publicado unos cuantos libros y centenares de artículos sobre cuestiones que me resultaban intrigantes y en las que pensaba que podría aportar algo a mis selectos lectores, es decir que siempre he sido una especie de híbrido entre optimista e iluso. Creo que he emborronado más páginas de lo debido, entre otras cosas porque jamás me he negado a escribir un texto que se me solicitase. Fui finalista del Premio Nacional de ensayo en 2003, y obtuve en 2007 el Premio de ensayo de la Fundación Everis junto con mi discípulo Karim Gherab Martín por nuestro libro sobre el porvenir y la organización de la ciencia en el mundo digital, que fue traducido al inglés. He sido el primer director de la revista Cuadernos de pensamiento político, y he mantenido una presencia habitual en algunos medios de comunicación y en el entorno digital sobre cuestiones de actualidad en el ámbito de la cultura, la tecnología y la política. Esta es mi página web