El hecho de que cada cierto tiempo emerja una honda crisis política constituye un motivo de alegría para quienes desprecian la democracia y no reparan en sus bienes, la visibilidad y crítica de la gestión, la transitoriedad de los cargos públicos, la limitación y control del poder. Así que el problema, aunque lo parezca, no reside en el grado de desconfianza hacia la democracia. El problema radica en el modo en que determinados individuos y colectivos articulan sus protestas desde una oposición “desleal”. Los acontecimientos del movimiento sesentayochista fueron de tal magnitud que el Presidente Charles De Gaulle, sobrepasado por la violencia estudiantil, desapareció de la escena política y, presa del pánico, acabó por huir a la base militar de Baden-Baden (Alemania). Pasado el susto, sabemos que el régimen francés de la Vª República salió del duro trance. Y fortalecido. El General De Gaulle ganaba las elecciones legislativas con una mayoría, en la Asamblea Nacional, aplastante.
No vamos a enumerar las crisis que han padecido distintos países democráticos en los últimos decenios. Sí, en cambio, incidiremos en un dato: durante 40 años de democracia los sucesivos Gobiernos de España han dado siempre pábulo a los intereses e ideales de los nacionalistas, por pasividad e incompetencia en unos casos, por inacción electoralmente calculada en otros. Esto explica por qué este país permanece atado a la peculiaridad de alimentar a partidos minoritarios “protesta” que, quizá debido a su nacionalcatolicismo, exhiben el raro honor de polarizar la convivencia, además de no ocultar que su rebeldía nacionalista vive en contradicción con los valores democráticos por la que han sido elegidos y gobiernan.
En la autonomía catalana, personas de la extinta Convergencia y Unión junto a partidos de extrema izquierda arriesgan la estabilidad del régimen democrático español
En su momento el Partido Nacionalista Vasco coqueteó de manera bochornosa con la organización terrorista ETA, igual que lo hizo más tarde con el secesionismo del plan “Ibarretxe”. Actualmente, en la autonomía catalana, personas de la extinta Convergencia y Unión junto a partidos de extrema izquierda arriesgan la estabilidad del régimen democrático español. Y reclamando la validez del carácter genuinamente catalán vindican el signo mesiánico de sus seguidores. Es más, apelan a la pureza, a la autenticidad de la biología catalana. A este respecto, uno de los impulsores del independentismo catalán, Quim Torra Pla, es un racista que admite ideas racistas de aquel Daniel Cardona y defiende que “un cráneo de Ávila no será nunca como uno de la plana de Vic”.
La toma de la “Bastille”
Preocupa que el independentismo catalán sólo ostente apoyos de la extrema derecha alemana, de la extrema derecha belga y finlandesa. Alarma también que las coaliciones regionalistas que incorporan a la burguesía más próspera y retrógrada de España no paren de vomitar resentimientos, de inventar agravios históricos, de torpedear la concordia, en suma. Es por esto por lo que las élites nacionalistas catalanas confunden la noción de libertad con la prerrogativa aristocrática de disfrutar de privilegios especiales e incitan a quebrar el orden democrático legal imperante. Es por esto por lo que dichas élites nacionalistas catalanas, sobre todo a partir del plebiscito del 1-O, de 2017, se oponen a las reglas del juego del estado democrático, al grito (de aquel ex socialista llamado Benito Mussolini) de “ahora o nunca”. “Pedimos un Estat propi. Lo queremos todo y lo queremos ahora“, dixit el hoy Presidente de la autonomía catalana Quim Torra.
A diferencia de la protesta sesentayochista que duró de mayo a junio, la élite catalana pro secesión lleva años divulgando su ideología en calles e instituciones. Y auspiciando jornadas violentas
Ni que decir tiene que a diferencia de la protesta sesentayochista que duró de mayo a junio, la élite catalana pro secesión lleva años divulgando su ideología en calles e instituciones. Y auspiciando jornadas violentas. El resultado es la kale borroka catalana esparcida por los “enragés”, hijos de la gran burguesía catalana, como Arrán, los CDR (comités de defensa de la república catalana), los GAAR (grupos autónomos de acción rápida), etc.
En una embestida organizada contra la legalidad democrática, los centros para el catecismo del buen revolucionario catalán, las cuadrillas que integran los comités de desobediencia e insumisión civil, las camarillas que llaman al caos, los cortes en carreteras, las conspiraciones, en fin, son un síntoma de la revolución que se vive en Cataluña. Ahora bien, quien crea que una democracia se vuelve más democrática por la vía de la violencia se equivoca. Nunca ha habido en ningún momento de la Historia ninguna toma de la Bastilla cuyos líderes no hayan caído en las ignominias del despotismo.
“Democracia” no incluye “sometimiento”
En aras de mantener y hacer perdurar la convivencia pacífica, la gramática de la intolerancia está fuera de cualquier democracia porque si no controla la violencia, esta acaba por corroer la legitimidad de las instituciones democráticas. Y de quienes la representan. De ahí lo valioso de respetar y cumplir las obligaciones que derivan del marco constitucional. Lo apunto porque algunos periodistas internacionales olvidan que los cabecillas secesionistas catalanes rebasan los límites de la legalidad democrática, circunstancia que verían inaceptable en sus países de procedencia, como EE UU, Rusia o Finlandia.
Repito, la democracia excluye que ella claudique de los elementos que la definen. Por tanto, ¿están los dirigentes nacionalistas dispuestos a orillar sus bioesencialismos, preparados para abandonar la xenofobia de su revolución suprematista? ¿Y los líderes nacionales están capacitados para trabajar en el acatamiento a los derechos y deberes que marca la Constitución, para defender los valores de la democracia de las agresiones que sufre?
Lo pregunto porque cuando nuestros mandatarios democráticamente elegidos no ofrecen -cuánta ineficiencia- solución a los problemas, la mayoría de la ciudadanía española o bien ve desfilar una procesión de líderes regionales que se empeñan en sustituir las reglas democráticas por la interpretación racial de vascos y catalanes –esa pseudogenética es desde los Sabino Arana a los Quim Torra de hoy incompatible con el estado de derecho- o bien padece el lastre de una tradición de políticos nacionales que por incompetencia, por debilidad de carácter o por simple rédito político resuelven infravalorar los ataques antidemocráticos que nacen de los desafíos identitarios.
Dos escenarios posibles
En este barullo de luchas y desencuentros políticos ha irrumpido, tras el gobierno del pusilánime Mariano Rajoy, un Pedro Sánchez que se erige en el apagafuegos del conflicto catalán. Algo muy peligroso es que este político, con el objetivo de mantenerse al frente de la Presidencia de España, precise, así ocurre, de las minorías nacionalistas, lo cual incluye al propio Presidente de la Generalidad catalana. Bajo estas condiciones se presentan 2 escenarios:
Primer escenario: con el fin de superar la crisis autonómica se prohíben, como sucede en Alemania, Francia y Portugal, los partidos independentistas, dado que estos atentan contra los principios de la soberanía nacional. Junto a esta medida, el Sr. Sánchez aplicaría a los golpistas catalanes la legalidad “garantista” de la Constitución española y actuaría igual que su homólogo inglés, el laborista Tony Blair, cuando suspendió hasta en cuatro ocasiones los poderes de la autonomía irlandesa.
Segundo escenario: Sánchez decide repetir la estrategia de Rafael Caldera. Recuérdese que este ex Presidente de Venezuela quiso asear al golpista Hugo Chávez ante la opinión pública. Y, al retirar los cargos de traición imputados al rebelde nacionalista “bolivariano”, Caldera liberó de la cárcel al revolucionario. Los réditos políticos no fueron los deseados, pues Chávez acabó por engullir a Caldera, desbaratando la democracia más antigua de Sudamérica.
Foto: Clara Polo Sabat