NIO, junto con BYD, es una de las marcas chinas más destacadas en el estratégico sector de los automóviles eléctricos. Sus gigantescas inversiones en robots le permiten fabricar 300.000 motores de coches eléctricos al año con sólo 30 operarios en plantilla. Como gancho comercial, ofrece gafas de realidad virtual para cada asiento de sus coches y ha desarrollado un teléfono móvil que interactúa con el sistema de conducción autónoma.

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Sin embargo, nada de esto se ha traducido en rentabilidad. A falta de conocer los datos del último trimestre, NIO perdió 2.124 millones de dólares en 2024. Si esa cantidad la dividimos por los 221.970 automóviles vendidos ese año, NIO habría perdido 9.569 dólares por cada unidad. Pero, si además, añadimos los 700 millones de dólares a pérdidas previstos patra el cuarto trimestre, NIO habría perdido 12.722 dólares por cada autmóvil fabricado.

El PCCh contempla la fortaleza económica del país como algo más que un apoyo para la influencia geopolítica: la considera un arma de guerra

Con el fin de poner tierra de por medio con los modelos europeos, NIO lanzó recientemente, bajo su nueva marca Firefly, un compacto eléctrico de alto rango con un precio muy competitivo, aproximadamente 20.800 dólares (19.100 euros), un precio al menos un 30% inferior al de sus competidores europeos. Si como cualquier empresa, NIO tratara, no ya de obtener rentabilidad, sino simplemente de mantenerse a flote, el precio de venta al público de su modelo debería ascender a 33.522 dólares, lo que lo situaría más en línea con los precios de sus competidores occidentales. Pero NIO no necesita someterse a las reglas del mercado porque tiene de su lado al PCCh y su generoso talonario.

NIO estuvo a punto de declarar la bancarrota en 2020. Sin embargo, el gobierno local de la provincia de Anhui, donde están las cadenas de producción de la compañía, inyectó 1.000 millones de dólares por una participación del 24%, y un gran banco controlado por el Estado (en China, todos los grandes bancos lo están), otros 1.600 millones de dólares. Gracias a estas ayudas, NIO evito la quiebra. Desde entonces ha recibido muchas más ayudas. Lo que le ha permitido no ya sobrevivir, sino proyectar una estrategia de crecimiento a pérdidas aún más agresiva.

El caso de NIO no es una excepción, al contrario. Las marcas de coches eléctricos chinas cuentan con un formidable respaldo gubernamental que no sólo les permite soportar enormes pérdidas sin ir a la quiebra; también seguir creciendo y ganando cuota de mercado en detrimento de las marcas europeas que, aunque también reciben algunas ayudas, no cuentan ni de lejos con un apoyo gubernamental de esta magnitud.

La confluencia de intereses entre empresas de sectores estratégicos y el Partido Comunista Chino (PCCh), como digo, no es una rareza, es parte de una estrategia geopolítica de largo plazo del PCCh que contempla la fortaleza económica del país como algo más que un apoyo para la influencia geopolítica: la considera un arma de guerra.

El PCCh no sólo aspira a que las compañías chinas crezcan y ganen cuota de mercado, o incluso alcancen una posición dominante; quiere anular a la industria occidental o, cuando menos, reducirla a lo testimonial. La forma de conseguirlo es llevar la competencia a unos extremos económicamente insostenibles según las reglas del mercado, de tal forma que sólo puedan ganar quienes cuenten con el mayor apoyo financiero del Estado. Esta estrategia, que es muy simple, se resume en cuatro pasos:

  1. Inversión masiva estatal en sectores estratégicos.
  2. Precios artificialmente bajos gracias a subsidios y financiación barata.
  3. Desplazamiento de competidores occidentales, incapaces de competir sin intervención estatal.
  4. Control del mercado tras la eliminación de rivales.

No es una novedad del sector del automóvil eléctrico. China ya ha aplicado esta estrategia con anterioridad.

Paneles Solares (Fotovoltaicos)

Empresas chinas, como JinkoSolar, LONGi o Trina Solar, recibieron enormes subsidios para la fabricación masiva de paneles solares, vendiéndolos a precios por debajo del costo de producción en mercados occidentales. Consecuencia: esto llevó al colapso de numerosos fabricantes en EE.UU. y Europa, como SolarWorld (Alemania) y Suniva (EE.UU.).

Acero y aluminio

Las acerías chinas, como Baowu Steel y HBIS Group, han recibido apoyo estatal mediante créditos baratos y energía subsidiada, permitiéndoles exportar acero y aluminio a precios increíblemente bajos. Consecuencia: la sobreproducción china hundió los precios globales, afectando a siderúrgicas europeas y estadounidenses.

Transporte ferroviario (trenes de alta velocidad)

Empresas como CRRC Corporation recibieron financiación estatal para desarrollar trenes de alta velocidad a bajo costo, exportándolos agresivamente a mercados emergentes. Consecuencia: empresas occidentales como Bombardier (Canadá) y Alstom (Francia) han tenido dificultades para competir con los precios de CRRC.

Tecnología 5G y telecomunicaciones

Huawei y ZTE han contado con financiación masiva del gobierno chino y acceso a líneas de crédito de bancos estatales para expandirse a precios artificialmente bajos. Consecuencia: países como EE.UU., Reino Unido y Australia han impuesto restricciones a Huawei por razones de seguridad nacional, temiendo una dependencia tecnológica de China.

Industria naval

Empresas estatales como CSSC (China State Shipbuilding Corporation) recibieron subsidios para dominar la construcción naval, con financiación estatal a los compradores de barcos chinos. Consecuencia: la caída de la construcción naval en Corea del Sur y Japón, con cierres de astilleros en Occidente.

¿Ingenuidad o corrupción?

Cualquier observador mínimamente avezado se habría percatado hace mucho de que esta estrategia representa una amenaza existencial para Occidente, y muy especialmente para Europa. Sin embargo, la proverbial permisividad de la Unión Europea frente a una agresión económica, que combina dumping y financiación estatal, difícilmente podría explicarse sólo por ingenuidad o una fe ciega en el libre comercio. Más allá de razones estructurales y geopolíticas, habría también indicios de corrupción, cabildeo e injerencia china en las instituciones europeas.

Hoy, con la desindustrialización en marcha, Europa está pagando el precio de décadas de complacencia y muy probablemente corrupción

Existen casos notables de puertas giratorias en los que altos cargos europeos han acabado trabajando para intereses chinos, como el del excanciller alemán Gerhard Schröder que, además de hacerse famoso por sus lazos con Rusia, promovió acuerdos favorables a China; o el del expresidente español José Luis Zapatero, declaradamente afín a los intereses chinos y alineado con Beijing en cooperación económica. El 15 mayo de 2020, durante una videoconferencia del Grupo de Puebla, que agrupa a líderes iberoamericanos de extrema izquierda y del que el expresidente español forma parte, Zapatero abogó por una alianza estrecha con China para “poner a los Estados Unidos en una posición imposible”.  Otro caso llamativo es el del expresidente francés François Fillon que trabajó con empresas chinas tras dejar el cargo.

Estos ejemplos reflejan un patrón donde exlíderes políticos europeos terminan vinculados a empresas o lobbies favorables a China, pero no son los únicos. Existen más ejemplos de altos cargos cuyas relaciones con China, aunque más indirectas, arrojan serias sospechas de tráfico de influencias. Por ejemplo, José Manuel Barroso, presidente de la Comisión Europea de 2004 a 2014, se unió a Goldman Sachs en 2016 como presidente no ejecutivo. Aunque esta posición no está directamente relacionada con China, se sabe que Goldman Sachs tiene importantes intereses en el mercado chino, lo que genera serias sospechas de conflictos de interés durante su mandato; Neelie Kroes, comisaria Europea de Competencia de 2004 a 2010 y de Agenda Digital de2010 a 2014, se unió a la junta directiva de varias empresas tecnológicas después de su mandato, algunas con vínculos significativos en China; Karel De Gucht, comisario Europeo de Comercio de 2010 a 2024, se unió a la junta directiva de ArcelorMittal, una multinacional del acero con importantes operaciones en China.

Todos estos ejemplos ilustran la práctica de las «puertas giratorias» en Europa, donde exfuncionarios públicos asumen roles en el sector privado, a menudo en empresas con importantes intereses en China y cuyos balances financieros dependen en gran medida de la “magnanimidad” del PCCh. Esto ha dado lugar a discusiones sobre la necesidad de regulaciones más estrictas para prevenir conflictos de interés y garantizar la integridad en la toma de decisiones políticas, pero hasta la fecha la UE no ha adoptado ninguna, ni hay visos de que vaya a hacerlo en el futuro. Hoy, con la desindustrialización en marcha, Europa está pagando el precio de décadas de complacencia y, muy probablemente, corrupción.

La amenaza del “poder agudo”

En los últimos años, las preocupaciones por la influencia china en el exterior han crecido de forma casi explosiva. Primero en Australia y Estados Unidos, pero cada vez más también en Europa, el sudeste asiático y otras partes del mundo. La mayor importancia de China es una cuestión que va mucho más allá del crecimiento de su economía. Bajo el presidente Xi Jinping, el país está surgiendo como una superpotencia con ambiciones globales y una rivalidad cada vez mayor con Estados Unidos.

El imperialismo económico chino, aspire o no a gobernar el mundo, es a todos los efectos igualmente peligroso y amenazante. No hay necesidad de imaginar fines ocultos aún peores

En este nuevo clima geopolítico, los hechos o sospechas de influencia o incluso interferencia china en el extranjero ocupan un lugar predominante en las discusiones políticas. En estos debates, a menudo se agrupa toda la gama de influencia, interferencia e incluso sabotaje. El “poder blando” chino, la “diplomacia pública” (por ejemplo, los institutos Confucio, los centros culturales chinos, el apoyo a los medios de comunicación en idioma chino) y las actividades y expresiones de las embajadas y diplomáticos chinos no siempre son inocentes. Sin embargo, son de un orden diferente a las actividades genuinamente disruptivas en las que también participa China, como las campañas de desinformación, los ciberataques, el soborno o las amenazas contra políticos y el espionaje y el robo de tecnología civil, militar o de uso ambivalente.

El concepto de poder blando en las relaciones internacionales se desarrolló como contraparte del poder duro, que implica métodos para coaccionar a los países y someterlos a los deseos de una potencia, aun contra su voluntad. El impulso original del concepto de poder blando se centró en la influencia de la cultura, los valores y la formación de una percepción favorable respecto de los Estados Unidos, al margen de sus actividades como Estado. Sin embargo, cuando las autoridades chinas descubrieron el concepto estadounidense de poder blando a principios del siglo XXI, lo convirtieron en un instrumento de la diplomacia pública y el arte de gobernar. De esta forma, el PCCh, convertido en partido-estado, desarrolla las narrativas, dirige a los actores involucrados e intenta controlar el contenido y el flujo de información. El ejemplo más evidente de esta estrategia de control de la opinión pública nos lo proporcionó la epidemia de covid. China fue la responsable de su propagación tras un fallo de seguridad y mintió y ocultó este hecho crucial. Sin embargo, no sólo salió indemne, sino que se erigió en el salvador global.

El “poder agudo” tiene como objeto que China desarrolle y transmita políticas de diplomacia pública coordinadas e integrales. Lo que implica que todos los agentes, sea un individuo, una comunidad de inmigrantes chinos, empresas o instituciones culturales en el extranjero cooperen con las directrices y objetivos de largo plazo del PCCh.

La globalización del capital chino sirve así a la pretensión del PCCh de convertir a China en la superpotencia dominante para 2050. Este plan de control global no tiene que ver con la conquista militar ni con la toma revolucionaria del poder en China en 1949; tampoco con la expansión de la revolución comunista por todo el mundo, como pretendió Mao Zedong. Es diferente. En primer lugar, la construcción del partido ayuda a las empresas chinas en sus operaciones locales. En segundo lugar, la construcción del partido vincula a los actores chinos en el exterior con los intereses estratégicos del PCCh. Y en tercer y último lugar, la construcción del partido también contribuye a la estrategia de política exterior de China al promover la “historia china”, el “estilo chino”, la “Nueva ruta de la seda” y la “comunidad compartida de la humanidad”.

La exportación de la ideología comunista o la imposición del sistema chino de gobierno no es en sí el objetivo. El plan de China no consiste tanto en gobernar el mundo o convertirlo en chino, como en asegurar que sus intereses siempre prevalezcan, incluso contra los de otras grandes potencias. Para ello, China no dudará en proyectar su sistema, su poder y su influencia en el extranjero. Sin embargo, en la práctica, esta particularidad apenas supone alguna diferencia para los países atrapados en la globalización china, como es el caso de los países europeos. El imperialismo chino, aspire o no a gobernar el mundo, es a todos los efectos igualmente peligroso y amenazante. No hay necesidad de imaginar fines ocultos aún peores.

¿Jaque mate?

Pero volvamos al automóvil eléctrico. Con un tono falsamente moderado, el Ministerio de Comercio chino emitió recientemente un comunicado advirtiendo de que China está “muy insatisfecha” con la investigación anti subvenciones emprendidas por la UE y que prestará mucha atención a los procedimientos de investigación de la Comisión a fin de salvaguardar los derechos e intereses de sus empresas. Al final del comunicado insta a la UE a salvaguardar la estabilidad de la cadena de suministro global. Lo cual ea una clara amenaza, pues China controla el 80% la cadena de suministro de la industria global del automóvil eléctrico, y podría excluir a los países de la UE de esa cadena, colapsando a los fabricantes europeos. Pero esta exclusión podría ir mucho más allá, porque China no controla sólo esta cadena de suministro, también las de otros sectores críticos, como el de la industria farmacéutica.

Los europeos no sólo nos enfrentamos a un desafío comercial o tecnológico: asistimos a una batalla silenciosa por el alma de Europa

El Ministerio de Comercio chino argumentaba con cinismo que la investigación anti subvención de la UE no se ajusta a las reglas de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Aunque es verdad que el dumping no está prohibido por las reglas de la OMC, sí permite tomar represalias con acciones antidumping si hay daño comprobado. Además, las reglas de la OMC también contemplan la prohibición o impugnación de las subvenciones estatales en función del impacto negativo en el comercio. Es evidente que el dumping chino está provocando daños inmensos en la industria automovilística europea. Como también lo es que este dumping está siendo financiado por el PCCh mediante inyecciones de capital, subvenciones y créditos blandos en cantidades estratosféricas.

También hay evidencias inquietantes de otra naturaleza. Pekín ha sabido tejer una vasta red de influencia en Europa. Lo ha hecho mediante la financiación de think tanks y universidades. Muchas instituciones académicas europeas reciben fondos chinos para evitar críticas. Empresas como Huawei han pagado millones en consultoras para lavar su imagen en la UE. Y medios de comunicación europeos han obtenido importantes ingresos con espacios pagados en los que las narrativas son favorables a China. Periodistas españoles me han reconocido que, por escribir elogiosos artículos sobre China, han cobrado cantidades que multiplican seis o siete veces lo que normalmente cobran en sus medios de referencia.

A todo lo anterior se añade la creciente dependencia Europea de inversión China. Desde la crisis financiera de 2008, China ha comprado activos estratégicos europeos a precio de saldo, como el puerto del Pireo (Grecia) y otros en Italia y España. Empresas chinas se han hecho con importantes participaciones en el sector energético europeo (por ejemplo, State Grid en Portugal) y han comprado startups y patentes para transferir conocimiento a China. Esta inversión ha hecho que muchos gobiernos europeos eviten confrontar a China, temiendo perder sus flujos de capital.

Pero la mayor evidencia es que Europa se encuentra en una encrucijada histórica. Lo que alguna vez fue un continente forjado en la competencia, la innovación y el espíritu de libertad se ve ahora asediado por una tupida red de dependencia económica, influencia política y control industrial tejida meticulosamente por China. Los europeos no sólo nos enfrentamos a un desafío comercial o tecnológico: asistimos a una batalla silenciosa por el alma de Europa. Cada fábrica cerrada, cada sector estratégico cedido y cada decisión política influenciada por intereses forasteros erosiona el bienestar, la prosperidad y la libertad de los europeos. La pregunta ya no es si el modelo chino es incompatible con los valores occidentales, sino si Europa despertará a tiempo para evitar convertirse en una sombra de sí misma. Una colonia del nuevo imperialismo de Asia Oriental. Sin embargo, todas las alarmas europeas chillan enloquecidas ante la llegada de Donal Trump a la Casa blanca. Xi Jinping debe estar al borde de la asfixia por la risa.

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