Día a día, el mensaje que nos llega de los medios de comunicación y de las redes sociales, así como de políticos y de diversos colectivos, especialmente feministas, es que la violencia de género es la lacra. Llegan incluso a compararla con el terrorismo, como si los hombres se hubieran organizado para llevar a cabo una guerra, para generar un clima de terror que intimide a las mujeres. Pero si se hace un esfuerzo, si uno decide ir un poco más allá de lo establecido y de lo políticamente correcto, encontrará noticias y literatura variada que trata la violencia de pareja como un problema bidireccional, no como una permanente agresión del hombre a la mujer.
Seguramente, la respuesta de una gran mayoría es: “las mujeres sufren más” o “cada año mueren más y más mujeres” o “ahí están los datos que lo demuestran”. Los datos son esos valores estadísticos que todo el mundo dice conocer pero que, aun estando al alcance de un clic, a la hora de la verdad pocos analizan y contrastan. Esto permite que se mantenga una mentira que, repetida mil veces, acabe por convertirse en «la verdad».
Los datos son esos valores estadísticos que todo el mundo dice conocer pero que a la hora de la verdad pocos analizan y contrastan
Hace poco, un medio de comunicación digital se hizo eco de un estudio publicado en la revista Gaceta Sanitaria, que aseguraba que el 44,6% de los jóvenes ha sufrido alguna situación de violencia de pareja sin ser consciente de ello. Pero declara haber sido agredido por su pareja… el triple de hombres que de mujeres, un resultado que contradice lo que a diario se escucha. Cabe preguntarse entonces ¿por qué no se difunden los estudios como éste? ¿Por qué la sociedad cree las cifras contrarias? ¿Por qué sólo se habla de la violencia de género? ¿Cuál es realmente la lacra?
El precio de una vida en función de su sexo
La violencia de género hace referencia a los daños que sufre una mujer por su pareja, o expareja heterosexual, es decir, por un hombre. Se considera que las humillaciones y vejaciones que sufre ella son superiores, peores, a las que pueda sufrir un hombre a manos de su mujer. Por no hablar de los menores, cuyo sufrimiento se menosprecia aun siendo pequeñas vidas inocentes porque prima siempre la mujer, «siempre oprimida”. Sin embargo, cualquier tipo de violencia es una lacra; ninguna de sus expresiones es peor o menos devastadora que otra.
La vida de cada persona no tiene un precio distinto, o al menos no debería tenerlo
Es evidente que los genocidios o las guerras son con mucho las peores catástrofes de todas, porque acaban con la vida de gran número de personas y dejan horribles secuelas a otras muchas. Pero cuando hablamos de violencia interpersonal, del tú a tú, debemos considerar igual de dañinas las secuelas de cualquier violencia, ya sea contra una mujer, un hombre, un menor o una persona mayor. La vida de cada persona no tiene un precio distinto, o al menos no debería tenerlo. Cualquiera que haya sufrido los estragos de la violencia en casa sabe lo doloroso que es para todos, para la víctima, pero también para quien es testigo; incluso es doloroso para el agresor, pero este es un tema que trataré en otra ocasión.
Para analizar los daños de la violencia en las relaciones íntimas o afectivas (pareja, hijos, abuelos) hay que valorar no ya si quien la sufre es hombre o mujer, si tiene 10 o tiene 80 años, sino las secuelas que deja en la víctima. Encontraremos así mujeres y hombres que sufren secuelas temporales y otros que convivirán con ellas de forma crónica, toda la vida; niños que olvidarán y otros que desarrollarán una tendencia a imitar estas conductas tan dañinas; abuelos que harán un esfuerzo por salir adelante y otros que callarán o, en el peor de los casos, decidirán poner fin a sus vidas. Nos encontraremos con personas que, dentro de sus habilidades, y en función de las circunstancias que les rodean, podrán seguir adelante de mejor o peor manera, más rápida o más lentamente.
¿Quién no ha notado alguna vez que sus sentimientos eran ignorados o, a su vez, ha ignorado los de su pareja?
En todos lo casos hablamos de relaciones entre personas, en ocasiones conflictivas, porque ¿quién no ha dejado de hablar a su pareja tras una discusión o ha desaparecido unas horas, tal vez días, sin dar explicaciones? ¿Quién no ha notado alguna vez que sus sentimientos eran ignorados o, a su vez, ha ignorado los de su pareja? ¿Quién, de alguna manera, no ha invadido el espacio de la otra persona “por su seguridad”? ¿Quién no ha dado nunca un empujón o un grito en una discusión? ¿Quién no se ha sentido menospreciado por su pareja, hijos o nietos?
Todos y cada uno de estos comportamientos, y otros muchos, a los que podemos quitar importancia, son pequeñas muestras de violencia. Sí, de una violencia no tan evidente, no tan visible ni tratada en los medios de comunicación, pero que, con el tiempo, puede ser muy dañina. En definitiva, estos comportamientos son la semilla de manifestaciones más cruentas, porque provocan el desapego en las relaciones afectivas y la pérdida de respeto hacia el otro. Esta es la lacra silenciada en las relaciones entre iguales, la humillación, el desapego y el descuido al que, consciente o inconscientemente, sometemos y nos someten nuestros padres, nuestros hijos… nuestras parejas, sean hombres o mujeres.
Aun así, los poderes establecidos seguirán manteniendo que la mujer, por ser mujer, sufre siempre más. Idea a la que también se suscribirá la mayoría sin detenerse unos instantes a preguntarse por qué sólo se habla de la violencia de género. Sentenciarán que esa violencia es la lacra de la sociedad. Entretanto, el verdadero daño estará en la ocultación de las demás formas de violencia, en el silencio de la sociedad ante la que sufren los niños, nuestros padres, hermanos o abuelos, sin olvidar desde luego la que sufren las mujeres. En definitiva, la lacra es la complicidad de los medios de comunicación, los políticos, los colectivos y el conjunto de la sociedad, para seguir discriminando el valor del sufrimiento en función del sexo.
Disidentia es un medio totalmente orientado al público, un espacio de libertad de opinión, análisis y debate donde los dogmas no existen, tampoco las imposiciones políticas. Garantizar esta libertad de pensamiento depende de ti, querido lector. Sólo con tu pequeña aportación puedes salvaguardar esa libertad necesaria para que en el panorama informativo existan medios disidentes, que abran el debate y marquen una agenda de verdadero interés general. No tenemos muros de pago, porque este es un medio abierto. Tu aportación es voluntaria y no una transacción a cambio de un producto: es un pequeño compromiso con la libertad. Muchas gracias.
Hazte Mecenas Disidente
–
Debe estar conectado para enviar un comentario.