En 2007, el dibujante sueco Lars Vilks retrató al profeta Mahoma en el cuerpo de un perro. Desde entonces, todos sus días se habrá preguntado si exhalará su último aliento por la consumición natural del cuerpo, o si se lo habrá adelantado violentamente un seguidor de Alá. Finalmente no fue ni una cosa ni la otra: un accidente de tráfico ha acabado con su vida y con la de dos guardaespaldas. Vilks sabía a lo que se enfrentaba. Kurt Westegaard era amigo suyo. Fue quien, dos años antes, había dibujado al profeta con un turbante que albergaba una bomba.

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Han pasado catorce años desde que Lars le pusiera el cascabel al gato. Desde entonces, no ha dejado de sonar. Todos sabemos que en la tolerante Europa no podemos blasfemar contra Alá. Entonces escribí que lo que necesitábamos como sociedad es abrir las compuertas de un gran dique de blasfemias, que inundara nuestro valle. Para que la familiaridad con el insulto a su dios nos permitiese a todos convivir con ella. Pensaban entonces, y sigo creyendo, que esa sal tardaría décadas en curar la herida. Pero creo que sigue siendo necesario.

Mientras que Vilks ha tenido que vivir de escondite en escondite, los ayuntamientos suecos han continuado pagando a los extremistas islámicos para que mantengan sus escuelas. Lars Vilks está muerto, pero la amenaza de aquéllos que le persiguieron y le forzaron a esconderse, aún pervive”

Es verdad que las sociedades cristianas conviven con la blasfemia, pero también lo es que eso no se lo debemos al uso disolvente de la provocación y del insulto. Para el cristianismo, el individuo tiene la primacía. El pecado es individual, y sus cuentas se saldan con Dios. El Islam conquista pueblos enteros con la cimitarra en una mano y el Corán en la otra.

El diario sueco Expressen ha dicho en un editorial que Lars Viljs es “un vivo ejemplo de cuán tarde ha reaccionado la sociedad sueca a la violencia islamista, y con qué candidez. Mientras que Vilks ha tenido que vivir de escondite en escondite, los ayuntamientos suecos han continuado pagando a los extremistas islámicos para que mantengan sus escuelas. Lars Vilks está muerto, pero la amenaza de aquéllos que le persiguieron y le forzaron a esconderse, aún pervive”. Una amenaza tolerada, cuando no subvencionada, por las sociedades europeas.

Vilks se hizo un nombre con sus Nimis, unas instalaciones de madera recuperada del mar que parecen una acumulación de sillas antiguas, y realizadas ilegalmente en una reserva natural. Las empezó a construir en 1982, pero las autoridades no se percataron de ello hasta 1982. Ha mantenido un conflicto con la Administración desde entonces.

De hecho, es este conflicto lo que explica su decisión de dibujar a Mahoma. En 2006 se impuso la tendencia de que unos artistas anónimos hacían esculturas de perros, y las colocaban en las rotondas. Aquéllo era ilegal, como lo eran sus esculturas en el bosque. Y para incidir en la ilegalidad de ambas manifestaciones de “arte” callejero, realizó el dibujo de la polémica: el iluminado por Alá para que escribiese el Corán, en el cuerpo de un can.

En 2015 participó en un acto público en defensa de la libertad de expresión en Copenhague. Sobrevivió, pero murieron dos personas, entre las que se encontraba el director de cine Finn Norgaard. El autor de los ataques, Omar Abdel Hamid El-Hussein, había pasado sus 22 años de vida en Dinamarca.

En una entrevista, Lars declaró que “Puede haber muchos musulmanes que protesten, y que no sean violentos. La mayoría no lo son; simplemente se sienten insultados. Pueden participar en la discusión, incidir en sus puntos de vista o desvincularse de ellos. Pero cuando parte del diálogo tiene lugar con violencia y amenazas, éste no tiene realmente lugar”. En otro lugar, hablando del atentado contra la revista francesa Charlie Hebdo, dijo: “Este ataque creará un temor entre la gente muy diferente al que hemos tenido hasta ahora. Charlie Hebdo era un pequeño oasis. No son muchos los que se atreven a hacer lo que han hecho ellos”, es decir, publicar las viñetas de Mahoma.

Europa cada vez es más intolerante gracias a su capacidad de acogida. Exportamos vehículos y maquinaria, pero importamos riadas de intolerancia. Esta situación tiene difícil arreglo. Pero hay modos más inteligentes de atender este problema que el que impera en nuestras sociedades.

Tenemos que defender la libertad de expresión de forma absoluta, y sin concesiones a quienes la quieren cercenar. Pero somos incapaces de adoptar una posición ética a esta altura, porque nuestra propia cultura se acartona. Somos cada vez más intolerantes en nombre de la inclusión. Toleramos la intolerancia ajena, y le sumamos nuestra propia intolerancia. Lars Vilks le puso el cascabel al gato del islamismo en nuestro seno, y le debemos dar las gracias por ello.

Foto: OlofE.


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