Decía Ike Eisenhower que las decisiones más urgentes rara vez son las más importantes. Quien dice decisiones dice tareas, añado yo. La organización del tiempo juega con ambos conceptos y según se distribuyen los pesos de ambas, organizamos nuestro tiempo de trabajo o de ocio. Ya saben, primero lo importante que es además urgente y finalmente aquello que ni importa ni urge. Por cierto, es del todo seguro que el que fuera flamante trigésimo cuarto presidente de los Estados Unidos era consciente de que esas decisiones y esas tareas que llevó a cabo en el ejercicio de sus funciones presidenciales influyeron en gran medida en la vida de sus ciudadanos y, tratándose de la potencia americana, en la del resto de ciudadanos del mundo.

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Por más que nos disguste es un hecho que el ejercicio de la política tiene una influencia importante en nuestras vidas. “La política la haces o te la hacen” habrán oído o leído en más de una ocasión. Así que citando de nuevo a Eisenhower “la política debería ser la profesión a tiempo parcial de todo ciudadano.”

Que lo que hagan Sánchez, Iglesias, Casado y compañía influye en nuestras vidas es indudable. Incluso lo que pudieran hacer Putin o Trump. Recuerden el efecto mariposa. Lo que es más difícil de establecer es la escala de urgencia e importancia con la que se aplican en sus funciones. Resulta indignante y curioso, a veces molesto, a veces hilarante, ver como la información se separa de los hechos, el relato, de la realidad. Todo cuanto acontece en el Gran Mundo diverge de la realidad cotidiana de la inmensa mayoría de ciudadanos.

Las prioridades de los políticos no son las de los ciudadanos. Tratan por todos los medios de imponer su agenda, con la complicidad inestimable y bien pagada de los medios de comunicación. Muchos ciudadanos caen en la trampa. Luego llegan los lloros y el rechinar de dientes

Si su situación personal y la que le rodea es suficientemente tranquila y económicamente holgada, cosa harto difícil en los tiempos que vivimos, podría tomar distancia y apreciar en su justa magnitud lo diferentes que son las guerras que se producen en el debate político y las que tiene que combatir el contribuyente medio. Solo convergen en un punto, pues es obvio que en las luchas que se dan alrededor del poder político las únicas víctimas somos usted y yo. Se hace imprescindible alejar el punto de vista para poder apreciar esto, porque todo está tan inundado por la retórica del gobierno o de los partidos políticos, que a duras penas nos mantienen en la realidad la factura de la luz o ese empleo que pende de un hilo. El mundo es mucho más feo de lo que nos cuentan. Está lleno de muertos, de parados y de gente que cada vez lo pasa peor.

Mientras bailan las cifras de muertos  por la COVID-19 con los brotes y los rebrotes, sin saber si estamos ante un virus puñetero, ante un experimento de control social o ante un poco de cada cosa, mientras vienen y van los miles de millones de Europa, sin caer en al cuenta que no dan siquiera para un mísero parche o que Europa somos en gran parte nosotros, los miembros del gobierno se tiran los trastos a la cabeza, se dedican a hacer oposición desde el Consejo de Ministros, oponiéndose a sí mismos; el que fuera Jefe del Estado español se larga del país con una nube de dudas revoloteando sobre sus corona y sus negocios, el poder judicial es violado cada poco tiempo por el legislativo y el ejecutivo, el déficit y la deuda crecen… Es ilimitada la lista de conductas aberrantes, licenciosas y abyectas que se perpetran desde todos los lados del espectro político, con el gobierno a la cabeza y que además se jalean en la prensa.

Escondidas en esta pila de decisiones y chanchullos hay, sin duda, algunas cuestiones que son urgentes e importantes y que deberían asumirse con diligencia y presteza. La gestión de una pandemia no es moco de pavo. Son universidades internacionalmente prestigiosas las que aseveran que es nuestro gobierno el farolillo rojo de los gestores, no lo digo yo. Nosotros, para contrarrestar, teníamos un comité de expertos inexistente. Tan importante como es la gestión de la crisis sanitaria y ahora, ya, también tan urgente como ella, es la gestión de la crisis económica en la que nos hemos metido de lleno. Vuelven aquellos nefastos brotes verdes.

Al común de los mortales, las facturas, el jefe o las llamadas de los proveedores, los clientes y los acreedores nos mantienen atados a la realidad, también la enfermedad y la tragedia. No han de explicarnos qué tiene importancia en esta vida. Sin embargo, viendo el circo en el que se han convertido el Parlamento o Moncloa uno puede caer en la tentación y dudar, cambiando la realidad por su ficción. Ni lo intenten. La política a la que probablemente se refería Eisenhower no es una lucha de partidos políticos, es la política de la sociedad civil. No es el circo que vemos, sino la realidad en la que vivimos, a pesar de la clase política. Así es como creo, sin duda, que debemos entenderlo.

Las prioridades de los políticos no son las de los ciudadanos. Tratan por todos los medios de imponer su agenda, con la complicidad inestimable y bien pagada de los medios de comunicación. Muchos ciudadanos caen en la trampa. Luego llegan los lloros y el rechinar de dientes. La fe es lo que tiene, si es importante pasar el día rezando, es vital seguir una y otra vez con el mazo dando. Está de moda lo primero, yo reclamo la segunda parte del refrán. Hay que recuperar también la política para los ciudadanos y arrebatársela de una vez por todas a los políticos. Hay que aproximar las agendas, que lo importante y urgente sea realmente importante y urgente, porque hoy, como indicó el mexicano Marco Aurelio Almazán, “la política es el arte de impedir que la gente se meta en lo que sí le importa.” Hemos delegado demasiadas funciones en los políticos. Nunca debimos dejarles hacer política.

Foto: Amin Moshrefi


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