La democracia exige que los ciudadanos estén, más o menos, relacionados con la política. Al final, depende de ellos que su forma de gobierno no degenere en otras peores. Pero no pueden tener con la democracia cualquier relación: la forma de gobierno de un país no es un asunto menor que se pueda considerar o no a conveniencia. Nos acompaña durante un largo período de tiempo, puede que toda la vida.

Publicidad

A simple vista, parece que en Occidente la conciencia política de los ciudadanos está despertando. Miles de organizaciones con inquietudes sobre los cambios que ha de tomar la sociedad, estudiantes en permanente protesta, profesores e incluso jueces activistas son algunos ejemplos de esta tendencia. Dado que tan atentos están a la habitual pregunta sobre lo que debe ocurrir -muy distinta a la actitud meramente espectadora-, ¿debemos asumir que tienen el suficiente nivel de compromiso democrático? Creo que no. El compromiso implica asumir una responsabilidad con aquello con lo que nos hemos comprometido. Una gran atención y participación directa o indirecta en la política, parecida a la de las masas revolucionarias que corren de manera irrefrenable hacia el precipicio, no es más que una temeridad si no va acompañada de la información necesaria para tratar tan seria actividad como merece. De poca ayuda es el furor de las masas cuando defienden la mentira, como en el caso del ecologismo y feminismo radicales, que subestiman la realidad para imponer sobre sus iguales (a quienes a menudo infravaloran también tratándolos con arrogante condescendencia) una doctrina anticientífica, irreal y con graves consecuencias de todo tipo.

La cacería ha comenzado y las masas violentas convertidas en un sólo cuerpo, con un único mensaje, no son buen presagio. Es preocupante la tendencia que estamos presenciando en nuestro país en cuanto a respeto por el diferente se refiere. Si nos fijamos, casi nadie en España cuestiona la igualdad de trato entre hombres y mujeres o personas con diferente color de piel, por poner un par de los ejemplos más evidentes. Sin embargo, no ocurre lo mismo con las ideas políticas, que muchos parecen tomar como parte de su ser y cuya imposición defienden sobre aquellos a los que, respecto a otras diferencias más profundas, tratarían como iguales. La falta de opiniones en aquellos ambientes en los que todos poseen un pensamiento unidireccional, como en los que se encierran los sectarios más insignes de nuestros días, no hace más que obstaculizar la independencia del individuo frente a la masa que busca su linchamiento como los encadenados a la cueva desean aniquilar a quien ha visto la luz.

Los salvadores mesiánicos que agitan estos movimientos de masas suelen ser personas oportunistas que utilizan a sus dóciles seguidores para mejorar su estatus social y económico

Los que se atreven a cuestionar al pensamiento mayoritario son, como cabía esperar, pocos. Y cada vez menos los que los respetan. El coste de levantarse y romper las cadenas impuestas por una sociedad cada vez más homogénea es demasiado y la recompensa suele ser, en el mejor de los casos, la marginación social. ¿Por qué está falta de respeto hacia el distinto? Porque se impone a pasos agigantados una única visión de la política como verdadera: conmigo o contra mi. Y esta perspectiva se aprecia mucho más en un lado del tablero que en otro, guste o no. Sin embargo, no hemos de perder la esperanza, pues mientras siga habiendo quienes, inocentemente quizá, cuestionen el pensamiento único, no todo estará perdido.

Pero ¿realmente está aumentando el pensamiento crítico hacia lo establecido? La participación de ciertos grupos, como los jóvenes, en política, desde luego sí. Pero es una participación que no critica al sistema (no es obligatorio hacerlo, pero llamemos a las cosas por su nombre), sino que juega a su favor. «Revolucionarios», se hacen llamar, pero el triunfo de las revoluciones suelen ser consecuencia de un gobierno en descomposición y su objetivo suele ser su inclusión en la cima del poder mediante expulsión de sus anteriores ocupantes. Estas protestas son organizadas desde el poder, por lo tanto, ¿son realmente revolucionarios, o son piezas que los jugadores del sistema utilizan a su favor, con pasmosa frialdad? Me inclino por la segunda opción, y parece que los títeres no se dan, o no se quieren dar, cuenta de ello.

El pasado 27 de septiembre sin ir más lejos, hubo una huelga por el clima. Por la «emergencia climática». Sin embargo, la mayoría de grandes medios de comunicación, activistas de masas alérgicos a la objetividad, utilizan estos términos para referirse a lo que no es otra cosa que el cambio climático que viene sucediendo desde el principio de los tiempos. También es este tema uno de los principales menesteres del actual gobierno de España y de la Unión Europea. ¿A quién va dirigido, pues, este mensaje de emergencia? ¿Hacia quienes secundan la huelga, mismamente? ¿O acaso necesitan demostrar ante los demás su aparente (y falso, por la desinformación) compromiso con un asunto de «extrema importancia» para presumir de su incuestionable superioridad moral?

Los salvadores mesiánicos que agitan estos movimientos de masas suelen ser personas oportunistas que utilizan a sus dóciles seguidores para mejorar su estatus social y económico. A menudo incumplen sus promesas, y no en pocas ocasiones, esta salida es la deseable. Debido a la ignorancia de la que suelen ir acompañados estos movimientos, se exigen medidas irresponsables y fantásticas sin posibilidad alguna de cumplirse, al menos de forma pacífica. El hartazgo, ya sea por problemas reales o ficticios como el mencionado anteriormente, son uno de los venenos más dañinos para una democracia y la sitúan en el centro de la diana para el colectivismo carroñero, siempre atento, siempre criminal.

Si se desea preservar una forma de gobierno lo más respetuosa posible con la libertad de los ciudadanos (eso dicen de la democracia), ha de haber un compromiso real con la política, y parte del mismo consiste en informarse y no dejarse llevar por el pensamiento mayoritario sino por la razón. Dejarse seducir sin cautela alguna solo puede conducir a una intransigencia arrolladora con los disidentes y, más tarde, con los afines. Por el contrario, adoptar una actitud crítica basada en la razón nos permite ver más allá, entender al diferente y respetarlo… que no es poco.

Foto: Melbourne School Strike for Climate Action 2


Por favor, lee esto

Disidentia es un medio totalmente orientado al público, un espacio de libertad de opinión, análisis y debate donde los dogmas no existen, tampoco las imposiciones políticamente correctas. Garantizar esta libertad de pensamiento depende de ti, querido lector. Sólo tú, mediante el pequeño mecenazgo, puedes salvaguardar esa libertad para que en el panorama informativo existan medios nuevos, distintos, disidentes, como Disidentia, que abran el debate y promuevan una agenda de verdadero interés público. 

Apoya a Disidentia, haz clic aquí