Disidentia, mediante la iniciativa THINK ACT, quiere convertirse en centro de reunión, estudio y debate sobre las ideas que estimamos más necesarias y oportunas para orientar a la opinión pública a la búsqueda de una democracia de mayor calidad, capaz de rectificar la deriva política que en estos momentos afecta a España. Nos parece necesario que quienes comparten unas preocupaciones hondas por el alarmante deterioro de nuestro sistema político puedan compartir información, inquietudes y reflexiones que hagan posible actuar sobre la realidad de manera más eficaz. Queremos dejar de preguntarnos qué va a pasar y ser capaces de actuar de tal manera que podamos contribuir a que el futuro sea más promisorio que inquietante. No queremos limitarnos a hablar, queremos crear un instrumento civil de reflexión e influencia.
Nuestro primer objetivo ha de ser explicar cómo es posible que se haya llegado a la situación en que nos encontramos y diseñar estrategias de fondo que nos permitan superar con holgura el desafío histórico a que nos enfrentamos los españoles en este momento. La responsabilidad ciudadana no puede disculparse echando la culpa a los políticos, ni siquiera a los políticos más perversos. España ha votado como lo ha hecho, no hay que engañarse sobre este punto, y si lo ha hecho así es porque la mayoría no ha sabido ver las ventajas del cambio político que se nos ofrecía. Analizar las causas de ese imprevisto fracaso es esencial porque la democracia no puede existir sin alternativas realistas y es obvio que el centro derecha no ha sabido contraponer de manera inteligente una cultura política liberal al paternalismo maniqueo de la izquierda en cualquiera de sus versiones.
Las actitudes de los españoles ante el crecimiento económico no dejan de ser paradójicas e incongruentes y ese es un asunto en el que los partidos del espectro conservador vienen fallando de manera sistemática, quieren ser tan sociales como el que más y ni se atreven a insinuar la posibilidad de apostar por una sociedad menos sometida a las administraciones públicas y a las agendas políticas. Bajo la capa de causas que merecen apoyo se nos siguen colocando, con la colaboración entusiasta de grandes empresas acostumbradas a vivir del presupuesto, criterios políticos contrarios a la libertad, al crecimiento y a la prosperidad.
En la cultura política imperante se ha llegado a confundir las políticas públicas, en la medida en que son necesarias, con un continuo crecimiento del gasto, cargando sobre generaciones futuras el peso de nuestra irresponsabilidad en forma de una deuda crecientemente insoportable, tanto más cuando está claro que el descenso continuado de la natalidad y una población envejecida y menguante plantean problemas gigantescos que ni nos atrevemos a mencionar. Es necesario insistir en que hacer buenas políticas no se identifica con el aumento del gasto ni requiere una legislación abrumadora, más bien al contrario. Una larga ausencia de cultura popular liberal en la historia española acaso pueda explicar que nuestros conciudadanos se conformen fácilmente con convertirse en siervos del Estado, y del partido cuyo líder lo controla todo, en lugar de hacer que el Estado esté realmente a nuestro servicio.
Decía Santiago Ramón y Cajal, nuestro único Premio Nobel de ciencia ya hace bastante más de cien años (1906), que a la cultura española le falta la rueda de la ciencia. España es la única nación europea en la que crecen de manera constante los presupuestos dedicados a la educación y en la que sus frutos no se notan prácticamente en nada. Nos hemos acostumbrado a consentir que la educación consista en proporcionar una papilla ideológica, antes católica, ahora de izquierdas, sin el menor interés en que crezca el espíritu crítico, el afán de investigar, el aprecio a la experiencia, la reflexión que permite comparar lo que vemos con lo que se nos cuenta. Nuestra educación es rutinaria, supuestamente pedagógica pero refinadamente contraria a despertar la inteligencia de los mejores sin la cual no hay avance posible en ningún terreno. En la educación es dónde la izquierda ha ganado casi todas sus batallas desde la guardería a las universidades que en lugar de ser centros de excelencia se han convertido en factorías de igualdad. Algo muy similar cabe decir de unos medios de comunicación que no consiguen interesar a nadie sino con los productos más mostrencos, que no se atreven a enfrentarse a ninguna vileza, que se someten plácidamente a los designios del poder político sin el que son incapaces de vivir y prosperar.
Ningún país consigue ser grande, nosotros lo fuimos hace siglos, sin el esfuerzo constante de sus habitantes para mejorarlo todo, saber más y ser más productivos. Nosotros estamos sometidos a la resignación, al igualitarismo a que nadie se quede atrás porque a nadie se deja destacar. Necesitamos reavivar el espíritu de rebeldía y atrevimiento para poder volver a aspirar a lo mejor, sin aventurerismos, sin postureos, con seriedad y constancia, pero sin desfallecer nunca en el intento.
Piensa, actúa.
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