Una de las frases que mejor sintetiza la actual deriva de Europa es «No tendrás nada y serás feliz». Para desdramatizarla, algunos argumentan que la falta de contexto y su interpretación en redes sociales como una amenaza a la propiedad privada y una imposición de valores distópicos, la han convertido en un símbolo de controversia y teorías conspirativas que nada tienen que ver con el sentido e intención originales. Sin embargo, creo que hay razones y hechos suficientes como para sospechar que esta frase no es inocente.

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La expresión “No tendrás nada y serás feliz» tiene su origen el Foro Económico Mundial (World Economic Forum, WEF), concretamente en un artículo publicado en 2016, y republicado por la revista Forbes, titulado «Welcome to 2030: I Own Nothing, Have No Privacy, and Life Has Never Been Better» (Bienvenido a 2030: No poseo nada, no tengo privacidad y la vida nunca ha sido mejor), cuya autora es Ida Auken, exministra de Medio Ambiente de Dinamarca.

Un sistema en el que todo es accesible mediante servicios controlados podría ser explotado por gobiernos autoritarios para restringir la libertad de los ciudadanos

Auken, en este artículo, hace una proyección imaginaria del futuro desde el punto de vista de una ciudadana que vive en un mundo hiperconectado y sostenible. En este hipotético futuro, la propiedad privada se sustituye por servicios compartidos, y los recursos se optimizan para minimizar el impacto del ser humano en el planeta.

Dime para quién trabajas y te diré quién eres

Antes de entrar en el fondo del asunto, es importante señalar que Ida Auken es miembro del consejo asesor de tres compañías, dos danesas y una holandesa. Las danesas son Vigga.us, una empresa basada en la economía circular, que produce ropa infantil orgánica que se puede alquilar y reutilizar, y Old Brick, que se dedica a reciclar ladrillos. La empresa holandesa es EMG, una consultora internacional de Responsabilidad Social Empresarial (RSE), que asesora en el desarrollo sostenible y la producción de productos «Cradle-to-cradle design». Traducido literalmente del inglés: «diseño de la cuna a la cuna». Un tipo de diseño industrial que imita los ciclos naturales, donde los materiales se reutilizan indefinidamente sin generar residuos.

Señalar la relación de Auken con estas tres empresas es más que pertinente. Las ideas que ella defiende en su artículo y en otras iniciativas, supuestamente sociales y desinteresadas, están relacionadas con los intereses comerciales de las compañías a las que asesora y de las que, a cambio, Auken a buen seguro obtiene una respetable remuneración.

La exministra danesa nos anima a avanzar hacia un mundo radicalmente sostenible, pero no lo hace de forma desinteresada, sino que determinados sectores empresariales le pagan generosamente por hacerlo. Sólo por esta confluencia de intereses estaría sobradamente justificada la sospecha. Cuando menos sería razonable preguntarse si Auken promueve estas ideas porque son realmente beneficiosas para los ciudadanos europeos, o si lo hace porque son rentables para ella y sus representados.

Sé un buen chico

Pero vayamos al fondo del asunto. Las críticas mejor fundamentadas a la idea original que expresaba Ida Auken en su artículo y a la frase ampliamente difundida «No tendrás nada y serás feliz», se centran en cuestiones éticas, económicas, políticas y filosóficas. Estas críticas cuestionan tanto la viabilidad de las ideas defendidas por Auken como sus posibles e inquietantes consecuencias.

La idea de que todo se base en servicios compartidos supone una dependencia extrema de infraestructuras tecnológicas y corporaciones o gobiernos que controlen estos servicios. Esta dependencia reduce la autonomía individual, ya que los ciudadanos no tendrían el control sobre sus necesidades básicas al depender de gestores para acceder a bienes y servicios esenciales.

Por ejemplo, la promoción del transporte compartido, muy especialmente el transporte colectivo o público, en detrimento del automóvil privado, conlleva la dependencia de un tipo de movilidad cuya prestación, incluso, llegado el caso, su interrupción (por ejemplo, durante una pandemia, donde se decreta que los ciudadanos permanezcan en sus casas) no obedecerá a las necesidades y decisiones del individuo, sino a la voluntad de los gestores.

Un sistema en el que todo es accesible mediante servicios controlados podría ser explotado por gobiernos autoritarios para restringir la libertad de los ciudadanos. Si la propiedad privada desaparece, y todo son bienes y servicios colectivos, será muy fácil para los estados o corporaciones controlar a los ciudadanos e impedir que manifiesten críticas o discrepancias porque bastará con amenazarle con impedirles el acceso a esos bienes o servicios para que sean buenos chicos.

Más allá de lo material

La idea de “ser feliz» sin poseer nada obvia la relación entre la propiedad, el bienestar y la felicidad. La felicidad es una combinación muy compleja de factores sociales, emocionales y materiales. Ser propietario no sólo cosiste en poseer cosas materiales. Equivale en buena medida a ser dueño de tu destino.

La propiedad privada tiene un valor psicológico y simbólico. Poseer una vivienda, un automóvil, o cualquier bien, no sólo los esenciales, es una forma de expresar la identidad personal. Una sociedad donde no hay propiedad privada, sino que todo es compartido, colectivo y público, es alienante y antinatural. Además, las personas necesitan seguridad y certidumbre. Y esto psicológicamente no es posible si se depende de la administración y voluntad de terceros. La privación de propiedad, en vez de felicidad y despreocupación, genera inseguridad y estrés.

Por último, la propiedad privada es uno de los motores principales de la acumulación de riqueza y el desarrollo económico. Si las personas no pueden poseer bienes, es decir, si no pueden enriquecerse, el incentivo para innovar o acumular capital desaparece, limitando el crecimiento económico… pero, precisamente, aquí es donde la idea distópica de no tener nada y ser feliz se relaciona muy estrechamente con otra tendencia que está poniendo en grave riesgo la prosperidad y el bienestar de los europeos: el decrecentismo.

No es economía, es ideología

Existe una evidente relación conceptual entre las ideas sintetizadas en la frase «no tendrás nada y serás feliz» y aspectos clave del decrecentismo como alternativa económica, pues ambos promueven una crítica al modelo económico basado en el crecimiento económico. El decrecentismo aboga por un sistema económico que priorice el acceso a bienes y servicios esenciales de manera equitativa y compartida, en lugar de la posesión individual, lo que significa «poseer menos». Del mismo modo, el modelo asociado a «no tendrás nada» se basa en la economía compartida, en detrimento de la acumulación de bienes.

Ambos coinciden en la búsqueda de un modelo más sostenible, donde la prioridad absoluta es controlar el impacto ambiental. Lo que implica reducir la producción de bienes materiales y compartir recursos para mantener los ecosistemas intactos.

Sin embargo, en comparación con el decrecentismo, las ideas relacionadas con “no tendrás nada y serás feliz” resultan hasta ingenuas. El decrecentismo, por el contrario, tiene una profundidad filosófica (aun equivocada) y, sobre todo, una penetración académica y política que lo diferencia claramente de la visión más tecnocrática, especulativa e, incluso, frívola asociada a la famosa frase.

Mientras que “no tendrás nada” es una ocurrencia para el control social impulsada por élites económicas, el decrecentismo no es una teoría económica sino una ideología perfectamente estructurada promovida por élites académicas, activistas y políticos, con la que las élites económicas cooperan seducidas por sus oportunidades de negocio (la transición energética, por ejemplo, es sin duda un gran negocio) y por la posibilidad de capturar a los ideologizados reguladores decrecentistas para maximizar sus beneficios.

Los cuatro jinetes del Apocalipsis

Europa afronta cuatro desafíos enormes: el envejecimiento, el desplome de la natalidad, la inmigración masiva… y el decrecimiento económico. Pero de estos cuatro inquietantes desafíos, es el último, el decrecimiento económico, el que puede resultar más peligroso porque agravará considerablemente los otros tres.

Si existe alguna posibilidad de compatibilizar el envejecimiento y el desplome de la natalidad con el sostenimiento del bienestar es una economía pujante, mucho más productiva y sofisticada basada en el uso masivo de los recursos disponibles.

En cuanto a la inmigración, aunque Europa cerrara sus fronteras, el problema no desaparecerá porque millones de inmigrantes ya están dentro y sus tasas de natalidad son mayores que las de la población nativa. En este contexto, el decrecimiento económico agravará las diferencias y tensiones existentes entre nativos e inmigrantes debido a la mayor competencia para la subsistencia en una economía en contracción.

Así que no, si no tienes nada no serás feliz. Al contrario, muy probablemente tu vida será un infierno.

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