Nunca se fíen de alguien que no tiene defectos. La perfección no existe o, dicho de otra manera, lo perfecto es enemigo de lo bueno. Los ejemplos se personalizan sin cesar en el panorama público constantemente y afectan a líderes y celebridades de todo tipo, no importa que sean capitostes religiosos o artistas de categoría y fama estratosférica. Alcanzada cierta edad, todos tenemos más de un cadáver en el armario y hemos hecho cosas de las que no nos sentimos orgullos, por acción u omisión y quizá sin intención. Nadie en edad adulta está en condiciones de dar lecciones morales a un semejante.

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Sin embargo, un teatro político y social que solo se sostiene a base de relato y escenografía, requiere necesariamente de dirigentes inmaculados, de estandartes de la virtud, a los que poder seguir sin miedo a equivocarse. Cuando se ha abandonado toda racionalidad en pos del buenismo y del populismo, es preciso construir personajes tan íntegros y bondadosos que adelanten por la derecha o por la izquierda – que para esto no tampoco importa demasiado el signo del iluminado – a San Agustín o a Bambi, y muestren inequívocamente el camino hacia la redención. Cuando rascamos el pan de oro, la miseria y la podredumbre sale a relucir.

Thomas Sowell, sin duda uno de los pensadores que con más nitidez, brillantez y profusión ha adelantado los acontecimientos y la sociedad en la que vivimos hoy, ya advertía de estos peligros hace décadas cuando afirmaba que “cuando las personas quieren lo imposible, solo un mentiroso lo puede satisfacer.»

No hay que circunscribirse únicamente al cargo, cualquier miembro del movimiento ha de ser intachable y, ante la evidencia de los hechos, solo cabe el ataque frontal y furibundo contra el que quiere airear las vergüenzas del interfecto. En tiempos pretéritos, sin duda más libres y desenfrenados, quien más quien menos se cruzó con alguno de sus ídolos adolescentes y comprendió que hay gente popular buena, mala y regular, que todos tenemos derecho a tener una mala tarde y que subirse a un plató, a un escenario o a un púlpito no lo convierten a uno en el Oráculo de Delfos. Es por esto por lo que no queda otra que tapar los fallos, ocultar los errores y dejar que pase desapercibido el traspiés para mantener sin mancha al referente, azuzando a los perros, sean estos medios de comunicación a sueldo o tuiteros en nómina. Con el paso del tiempo, la Ingeniería social que sufrimos desde que se inventó la educación estatal consigue que muchos incautos muerdan el anzuelo y se unan la turba inquisidora, apedreando verbal o literalmente a quien ose mover el pedestal desde el que publica el santo líder.

Thomas Sowell, sin duda uno de los pensadores que con más nitidez, brillantez y profusión ha adelantado los acontecimientos y la sociedad en la que vivimos hoy, ya advertía de estos peligros hace décadas cuando afirmaba que “cuando las personas quieren lo imposible, solo un mentiroso lo puede satisfacer.» Una sociedad –o una parte importante de ella, que ni ustedes ni yo estamos en eso– que pide la luna, adocenada y borreguil, ha aupado a los cielos del poder a un compendio de seres siniestros dignos de los mejores libros distópicos o de terror. Cuanto más importantes son sus muestras de bajeza moral, más se afanan sus seguidores, por necesidad obvia en el blanqueamiento de sus actos. Seguro que recuerdan cuan puros eran sus perfiles hace ocho o diez años, o al menos parecían serlo conforme los presentaban sus adláteres periodísticos. Desde los tiempos lejanos del 15M hemos tenido que levantarnos un día tras otro con cursiladas y moralinas que nos indican como hemos de vivir sin olvidarnos de esos periódicos que se empeñan día tras día en recordarnos todo aquello que hacemos mal, desde mucho antes.

Pasa el tiempo y la exposición a los focos se toma sus pequeñas venganzas. La luz va quemando día a día su tupida capa de decencia y muestra la corrupción de sus almas, sus discos duros y sus pendrives. Lo curioso es que sus rivales, que no enemigos, no se engañen, nunca creyeron nada de esa honestidad, pues resulta que los honestos son los suyos y sobre estos recae el manto de la bondad. Asistimos a una suerte de pulso por ver quien tiene la prolongación más poderosa de Dios en la Tierra y acabamos por olvidar que no son más que seres humanos, con sus dolores de cabeza y su hipertensión, con su verborrea vacía y sus intereses paganos. Atrapados estamos en este círculo vicioso.

Si curioso es que el héroe y su némesis tomen papeles inversos según quien cuente la historia, más chocante es lo sencillo que resulta desenmascararlos, a ambos, con un poco de rigor y hemeroteca, por lo que no puedo evitar preguntarme hasta qué punto tan desmesuradamente grande alcanza la necesidad de algunos de creer en algo. Existe una relación antitética entre pensar y sentir, pero también entre pensar y creer, y no dudan en explotarla. La facilidad con la que se siente y por tanto se cree, frente a la dificultad que entraña llevar a cabo un razonamiento abona el campo para tantos líderes políticos que han encontrado en el marketing fenomenales herramientas para ello.

Foto: Ahora Madrid


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José Luis Montesinos
Soy Ingeniero Industrial, me parieron autónomo. Me peleo con la Administración desde dentro y desde fuera. Soy Vicepresidente del Partido Libertario y autor de dos novelas, Johnny B. Bad y Nunca nos dijimos te quiero. Escribí también un ensayo llamado Manual Libertario. Canto siempre que puedo, en cada lugar y con cada banda que me deja, como Evanora y The Gambiters.