“La gran desgracia del siglo XX es haber sido aquel en el que el ideal de la libertad fue puesto al servicio de la tiranía, el ideal de la igualdad al servicio de los privilegios y todas las aspiraciones, todas las fuerzas sociales reunidas originalmente bajo el vocablo de ‘izquierda’, embridadas al servicio del empobrecimiento y la servidumbre. Esta inmensa impostura ha falsificado todo el siglo, en parte por culpa de algunos de sus más grandes intelectuales. Ella ha corrompido hasta en sus menores detalles el lenguaje y la acción política, invertido el sentido de la moral y entronizado la mentira al servicio del pensamiento.” Relevante párrafo del capítulo “el fracaso de la cultura” en el que J.F. Revel hace una oportuna autopsia. Este ensayo del  pensador francés, con más de cuatro décadas de crianza, es hoy de absoluta actualidad. Tomo prestado el título de su libro para esta columna, que me permite escarbar en la información y el conocimiento que hoy padecemos.

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Se reclama el derecho a la información como si fuera un maná que atiende nuestra dieta diaria. Como si bastara con que los profesionales de la información, pongamos por caso periodistas, ejercieran su profesión con rigor e independencia. Como si las fuentes institucionales fueran el lugar más idóneo para hallar la información veraz. Como si la información tuviera que ser plural, cuando el pluralismo forma parte de la opinión, no de la información, que en todo caso será cierta o falsa.

La información exige buenos profesionales que la trabajen, faciliten su acceso y su comprensión, es un producto muy escaso. Cuando aparece alguien que se sale de los protocolos de la corrección marcados por el poder amigo, se señala y crucifica. No se trata de colocar a nadie en los altares, pero recientes evidencias demuestran cómo algunos periodistas que se han salido del redil son señalados. Se permite y autoriza la naturalización del insulto como hemos comprobado en algunas declaraciones del vicepresidente del gobierno.

Revel en los años ochenta y noventa, y Orwell en los años treinta reclamaron algo que muy pocos pensadores de izquierda de la actualidad han ejercido: el regreso a los hechos, la prioridad de lo vivido sobre lo pensado

El veto de caza sigue abierto, se pretende institucionalizar la intimidación. Un reciente ejemplo lo tenemos con Vicente Vallés, que ha sido este fin de semana la diana de Podemos después de asistir a los diferentes desmentidos, preguntas molestas, contrastaciones de fuentes, que el periodista de Antena 3 ha realizado en varios de sus informativos. No sorprende que haya transcurrido todo un fin de semana sin ninguna condena, unánime o no por parte de las asociaciones de prensa. Sorprende que pasaran dos días para que quienes se supone que representan a sus periodistas, y por tanto a la libertad de prensa, y hasta el lunes por la mañana no hicieran ningún tipo de declaración ni hubiera un pronunciamiento oficial denunciado la persecución y el acoso hacia estos díscolos profesionales. Bastante tarde para lo rápido que circulan los ataques a la sagrada libertad de prensa, y bastante tarde para lo inmediato que es la noticia.

No sorprende que estemos ahora hablando de este caso, porque lo cotidiano es la mansedumbre del rebaño que arbitra la opinión pública, que engorda a la sombra del poder, en la confortable seguridad de las redes clientelares. Se dice, creo que con razón, que no existe periodismo sin periodistas. El periodista tiene que preguntar, tiene que saber preguntar, repreguntar. Asediar al poder, desnudar sus intenciones. Pero no nos equivoquemos, el periodista no es lo importante: lo es la información. Cuando el periodista se convierte en noticia la información se convierte en propaganda o publicidad.

El derecho a la información no solo requiere buenos profesiones, también ciudadanos dispuestos a exigirla

El derecho a estar informados no termina con el trabajo profesional bien hecho, exige el deber de la información. Exige públicos dispuestos a distinguir lo veraz de la mentira, el rigor de la frivolidad. La desinformación está a mano, la información hay que buscarla, lo que supone intención, atención y esfuerzo, algo bastante escaso en nuestros días y con un negro futuro, tal y como está redactado el proyecto de la próxima ley educativa. Resultado, los profesionales de la información se muestran tan solícitos en traicionar su libertad de prensa, como sus clientes tan desinteresados en gozar de su derecho a la información.

La basura informativa abunda en los medios de comunicación, como abunda en Internet. Si queremos información válida necesitamos referentes, destrezas y procesamiento de la información. Siempre fue necesario el esfuerzo, pero ahora lo es más, porque la información es mucho mayor y los hábitos culturales son compulsivos en el consumo inmediato de datos.

La ideología como tóxico

Revel afirma en la página 173 que “la ideología no depende en ningún caso de la distinción de lo verdadero y de lo falso. Es una mezcla indisociable de observaciones de hechos parciales, seleccionadas por las necesidades de la causa, y de juicios de valor pasionales, manifestaciones del fanatismo y no del conocimiento”. La manipulación siempre se movió muy bien en el totum revolutum, donde todo vale, todo es relativo, todo está mezclado y confuso, porque todo es muy complejo. Desde luego que lo es cuando se confunde información con opinión, no porque se utiliza la sacrosanta libertad de expresión para poder opinar sin entender que esa libertad como cualquier libertad tiene consecuencias, o cuando se pretende legitimar la información desde su naturaleza plural, sabiendo o sin saber, que el pluralismo no es un atributo de la información, sino de la opinión.

Sigue el totum revolutum cuando la información se convierte en entretenimiento que banaliza los hechos debidamente maquillados y filtrados en el impacto emocional y sensiblero, cuando el necesario esfuerzo y talento para hacer la información comprensible y amena, se sustituye por el espectáculo facilón del grito y el enfrentamiento.

Y llegamos al vórtice del totum revolutum cuando la ideología impregna, intoxica y pervierte tanto la información como el conocimiento. Como bien avistara Revel, desde una ideología que es herramienta del poder, que impide o dificulta la información, que es una excusa no solo para sustraerse de la moral, también para diseñar otra moral que hace el mal o rechaza el bien, que es una oportunidad para prescindir de la experiencia, con sus criterios de éxito o de fracaso.

Revel en los años ochenta y noventa, y Orwell en los años treinta reclamaron algo que muy pocos pensadores de izquierda de la actualidad han ejercido: el regreso a los hechos, la prioridad de lo vivido sobre lo pensado. Intelectuales que construyen el mundo desde la teoría de la naturaleza de los hechos, lo que conduce irremediablemente a distorsionar los hechos porque tienen que coincidir con sus teorías. Nunca los hechos, ni la realidad pueden ni deben refutar esas teorías.

Foto: Fred Kearney


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