Hemos conocido los resultados del último informe PISA (Programme for International Student Assessment), elaborado por la OCDE. País por país, los titulares llaman a la decepción. Matemáticas, ciencias y comprensión lectora han caído de 2019 a 2022. Un descenso generalizado, como este, habrá de tener como causa algún fenómeno que haya sido también global y que tenga alguna incidencia en el desempeño de los sistemas educativos, y de los alumnos. Y lo hay: la maldita pandemia.

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No hay debate al respecto. La respuesta ante el virus mortal (lo fue en sus inicios) ha hecho que el desempeño de los estudiantes sea peor. Lo que sí es debatible son los motivos. De una forma muy aguda, el diario Financial Times observa que uno de los países que mejor parecía preparado para un evento así es Finlandia, ya que recala en gran medida en las herramientas digitales. Y, sin embargo, los resultados de aquél país han caído como los de todo hijo de vecino.

De fondo trasluce un fracaso como sociedad. O no le damos la suficiente importancia al problema de la educación, o insistimos en que los políticos y los funcionarios nos resuelvan un problema que es nuestro, de la sociedad. Y ese es el reproche que le hago yo a los padres. Que aceptan un sistema que les ha robado el derecho a decidir la educación de sus hijos

No es el sistema educativo, ni son las herramientas digitales, ni la adaptación a circunstancias imprevistas. Es el alumno. La persona que vive un estadío de su crecimiento marcado por las inseguridades y por cambios profundos, y que ve cómo los encierros y la psicosis colectiva coartan su natural evolución.

Trabajar de forma aislada frente a un ordenador ha resultado ser demasiado para muchos alumnos, y ello ha contribuido también a los malos resultados. Resulta que la vieja costumbre de reunir a los alumnos en torno a un profesor sigue siendo una buena idea.

Una de las conclusiones del informe es que ya no es fácil hacer la correlación entre país pobre y educación pobre, o país rico-educación buena. Esto puede sorprender a muchos, que han aceptado el dogma de que la educación mejora echando paladas de dinero (público) al sistema. No es la cantidad de recursos lo más importante, sino su uso.

Con todo, España ha caído con el resto de países. Los periódicos afectos al régimen sanchista ariean el consuelo de los tontos. Mal de muchos, y aún de todos. Pero no han caído todos, como luego veremos. Y el declive de la educación española es consistente, y gestado tiempo atrás.

En general, los resultados en los tres apartados de 2009 a 2015 se mantienen o mejoran, pero se desploman en 2019 y 2022. El Español entiende que el desplome de los resultados se debe sobre todo a la Ley Celaá, pero no parece probable. La Ley Wert entró en vigor en diciembre de 2013 y fue derogada y substituida por la Ley Celaá en diciembre de 2020. La primera caída pronunciada en los resultados fue en el informe de 2019.

Estoy dispuesto a aceptar que la Ley Celaá es peor que la anterior, pero la cuestión no es esa. Porque el modelo es el mismo. Un modelo que impone un curriculum común y permite a las CCAA imponer para el resto del curriculum otros contenidos. Ahí están País Vasco y Cataluña trabajando duramente en acelerar su decadencia. En el que incluso los dueños de los colegios privados sólo poseen los edificios en los que se realiza la actividad educativa. Y en el que no se fomenta la autonomía de los centros y la competencia.

Podemos levantar la mirada, y otros periodistas lo han hecho. Carmelo Jordá señala a la baja cualificación de los profesores. Uno de los problemas de los países desarrollados, según el informe PISA, es la escasez de profesores. Parece que ni siquiera con mayores sueldos es capaz el sistema de atraer talento. Y yo lo entiendo. El sistema es frustrante, porque no está pensado en los alumnos ni en los profesores, sino en los pedagogos y sus sueños de transformación social.

Jordá también señala a los padres. Dice: “hemos minado minuciosamente la la autoridad del maestro”, utilizando una primera persona que no me llego a creer. Berta González de la Vega asimismo mira hacia los padres. Condición que tienen algunos profesores, muchos, y también algunos políticos. De fondo trasluce un fracaso como sociedad. O no le damos la suficiente importancia al problema de la educación, o insistimos en que los políticos y los funcionarios nos resuelvan un problema que es nuestro, de la sociedad. Y ese es el reproche que le hago yo a los padres. Que aceptan un sistema que les ha robado el derecho a decidir la educación de sus hijos.

Foto: Siora Photography.

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