Finalmente, Javier Milei se ha transformado en el nuevo presidente de la Argentina. Lo logró en la instancia del balotaje aventajando al candidato peronista y actual ministro de economía, Sergio Massa, por un contundente 12%. El apoyo del espacio del expresidente Macri encarnado en Patricia Bullrich, la candidata que había quedado tercera en las elecciones generales, fue fundamental para explicar semejante diferencia.
Un repaso breve por la prensa del mundo, en especial la española, muestra que el fenómeno Milei ha resultado enormemente atractivo, sea para abrazarse a él o para criticarlo. Es que a la radicalidad de sus ideas le agrega histrionismo, extrema irascibilidad y hasta un peinado bastante particular que permitió que sus primeras apariciones televisivas como economista devinieran cada vez más asiduas y comenzaran a viralizarse a través de las redes. El resultado fue un ascenso meteórico y un ingreso a la política formal que no sobrepasa los 3 años. Todo, claro, por fuera de los partidos tradicionales y sin estructura territorial, elemento que hasta estas elecciones siempre se consideró condición sine qua non para ganar los comicios en un país cuyo territorio es el octavo en extensión a nivel mundial.
Milei encarnó la necesidad de cambio entendida como un significante vacío y allí tiene su oportunidad pero también su mayor riesgo. La gente votó salir como sea del actual gobierno peronista
Entre los elementos inéditos se ha dado que Milei como candidato a presidente ha triunfado en 20 de los 24 distritos del país. Sin embargo, en ninguno de esos distritos pudo lograr que un candidato a gobernador de su espacio tuviera su misma suerte. De hecho, en algunos casos, ni siquiera presentó candidato. Lo mismo sucedió en las centenares de intendencias a lo largo del país (135 solo en la Provincia de Buenos Aires, por ejemplo). La mayoría lo dio como ganador pero ninguno de sus candidatos acompañó su performance. Es la primera vez en la historia argentina que un presidente no tiene gobernadores ni intendentes que sean de su espacio.
Otra dificultad, probablemente la central, es que en un sistema bicameral como el argentino, su partido, La Libertad Avanza, al ser una fuerza nueva, apenas alcanza 7 senadores (sobre 72) y 38 diputados (sobre 256). Esto lo obliga a negociar con la fuerza conservadora del expresidente Macri, el otro gran ganador de la jornada, e incluso con otras fuerzas marginales si es que desea alcanzar mayorías para avanzar en su programa de gobierno. Como se puede observar, el condicionamiento es demasiado importante.
Autodefinido como “anarco-capitalista” o “paleolibertario”, Milei logró que discusiones extremadamente teóricas, propias de nicho universitario, fueran parte del debate público y pieza común en los programas del prime time. Pero lo que sin dudas fue un fenómeno curiosísimo que hasta lo llevó a realizar una obra de teatro en la que parte de la performance era la destrucción de una estructura equivalente al Banco Central, también le generó dolores de cabeza innecesarios que fueron facturados por la oposición en campaña. En particular, declaraciones insólitas que van desde la posibilidad de crear un mercado de venta de órganos y hasta de niños, y privatizar las calles y el mar, hasta eludir la respuesta acerca de si cree o no en el sistema democrático.
Ahora bien, más allá de autodefiniciones, la descripción más adecuada para el gran público podría ser la de un libertario en lo económico (mínima intervención del Estado) y un conservador en lo moral, oponiéndose, por ejemplo, a reivindicaciones propias del ideario liberal como la legalización del aborto. En este punto parecería estar en línea con los Bolsonaro, los Trump o los Abascal, si bien en Milei no hay una impronta nacionalista ni, por supuesto, ningún tipo de política económica proteccionista. En síntesis, una combinación de reformas radicales anti Estado en materia económica amparado en un extremo individualismo y en la convicción de que es el mercado quien debe regular la interacción humana, sumado a un antiwokismo que en la Argentina se manifiesta en particular en una disputa contra el feminismo. Esa pareciera ser la carta de presentación para un candidato que, es justo decirlo, muchos consideran de ultraderecha y fascista.
En todo caso, donde sí parece haber más acuerdo es en su perfil populista, no solo por rasgos mesiánicos de su personalidad con ribetes hasta místicos y un entorno de confianza que se reduce a su hermana, sino porque consultado sobre las eventuales dificultades de su gobierno para alcanzar mayorías no dudó en indicar que convocará a plebiscitos y movilizaciones callejeras como formas de presionar a “los privilegiados de la casta política”. Este ha sido, justamente, su leitmotiv y un elemento que también permite definirlo como populista incluso en los términos del pensador de izquierdas argentino Ernesto Laclau, para quien el populismo supone la identificación de un otro poderoso (“la casta política”) al cual se enfrentan grupos diversos con distintas demandas insatisfechas que logran unificarse detrás de un liderazgo.
Más allá de que hay un sinfín de aspectos circunstanciales que podrían explicar la emergencia de una figura como Milei, lo cierto es que su llegada al poder obedece a cambios estructurales que se vienen dando en la sociedad argentina. Por nombrar solo algunos datos, a diferencia de lo que ocurriera en 2015 cuando el espacio de Macri venciera al peronismo, Milei logró penetrar en las capas bajas. Más allá de la dependencia de la ayuda estatal que muchos consideran determinante al momento de explicar el voto peronista, ha proliferado en los últimos años un cambio profundo en la subjetividad hacia perspectivas emprendedoristas para las cuales el Estado, antes que una ayuda, es un estorbo. En otras palabras, se trata de la idea del Self Made Man encarnada ya no en yuppies del sistema financiero sino en repartidores de comida precarizados que, de repente, rechazan pertenecer a un sindicato.
Asimismo, el ya mencionado triunfo en 20 de los 24 distritos, supone que, a contramano de lo imaginado, Milei arrasó en lo que en Argentina se conoce como “el interior”, esto es, todo aquello que no es la Ciudad de Buenos Aires y el cinturón de la Provincia de Buenos Aires que la rodea.
Efectivamente, Milei ganó en buena parte del norte, bastión peronista si los hay; arrasó en la zona centro, tradicionalmente antikirchnerista, donde en provincias como Córdoba alcanzó el 75%, y también triunfó en el sur donde se esperaba un peronismo más fuerte. Incluso prácticamente empató la provincia de Buenos Aires, el reducto kirchnerista por antonomasia.
También es de destacar la novedad del voto joven, hasta hace unos pocos años, emparentado con el kirchnerismo. Hay estudios que, de hecho, llegan a dar un 70% de votos a Milei entre los jóvenes de 16 a 24 años. A juzgar por la composición del voto, esos jóvenes votaron distinto que sus padres, especialmente los varones, en un gesto de rebeldía frente a un clima cultural progresista que deviene cada vez más opresivo.
De hecho, no caben dudas de que la propuesta de Milei resultó revolucionaria y, contrariamente a lo que se suponía, el hecho de salir a romper todos los consensos básicos de una democracia que en su última etapa está próxima a cumplir 40 años, lejos de generar temor, parece haber tenido un efecto movilizador a su favor.
Para finalizar, digamos que Milei encarnó la necesidad de cambio entendida como un significante vacío y allí tiene su oportunidad pero también su mayor riesgo. La gente votó salir como sea del actual gobierno peronista (versión socialdemócrata). Pero en esa desesperación se alcanza el último estadio de una crisis de representatividad como la que afloró en España con el movimiento de indignados del 15M. En el caso de Argentina, la crisis había explotado en 2001 y el grito de indignación se expresó en el “que se vayan todos”. Más de 20 años después, ese grito de cambio deviene menos pretencioso y se transforma en un “que venga cualquiera”. Eso no va en detrimento de la figura de Milei. Solo intenta explicar cuál es el clima cultural en el que un fenómeno como este pudo alcanzar la presidencia.
Y aquí aparece el problema porque el contrato electoral no resulta claro. En otras palabras, es real que es la primera vez que un gobierno que va a llevar una reforma económica liberal lo anuncia abiertamente, a la inversa de casos anteriores donde el giro liberal se dio durante el mandato e incluso en contra de la voluntad de sus propios votantes. Pero la mayoría de la gente lo votó porque simplemente representaba algo distinto de lo que había y no porque abrace con fervor la línea de gobierno. En el mismo sentido, queda abierto el interrogante acerca del diagnóstico hecho tanto por Milei como por Macri respecto de las razones por las que el nuevo gobierno fue votado. Si pasan por alto que buena parte de ese 56% de sus votantes no aceptará durante mucho tiempo las consecuencias de un ajuste como el prometido, probablemente se enfrenten a una situación de enorme tensión social mucho antes de lo esperado.
El tiempo es acotado. El gobierno promete una política de shock que conlleve sangre, sudor y lágrimas. Como todo gobierno nuevo, tendrá la tolerancia de sus votantes en un principio pero actuará sobre una economía en crisis que tiene una inflación del 150% anual y 40% de pobres. El primer gobierno paleolibertario elegido democráticamente comienza.
¿Por qué ser mecenas de Disidentia?
En Disidentia, el mecenazgo tiene como finalidad hacer crecer este medio. El pequeño mecenas permite generar los contenidos en abierto de Disidentia.com (más de 2.000 hasta la fecha), que no encontrarás en ningún otro medio, y podcast exclusivos. En Disidentia queremos recuperar esa sociedad civil que los grupos de interés y los partidos han arrasado.
Ahora el mecenazgo de Disidentia es un 10% más barato si se hace anual.