La izquierda que nos gobierna no cede en su empeño de llevar a cabo políticas que son objetivamente dañinas para España y para todos los españoles, sin distinción, porque es hasta probable que resulten perjudiciales para su propósito de continuar en el Gobierno tras las próximas elecciones. Los únicos beneficiarios ciertos de esta serie continuada de disparates son los aliados que el Gobierno nunca debería haber hecho propios, pues no es razonable que el Gobierno de una nación que se respete se coaligue con quienes querrían dividirla y destruirla y con quienes han estado empleando las armas contra el resto de los españoles hasta anteayer mismo. Tampoco es lógico que un Gobierno europeo albergue a comunistas que, aunque no exhiban el marbete pues no son del todo memos, se comportan como tales a la menor de cambio.

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No resulta extraño, por tanto, que quienes pueden pongan pies en polvorosa y se alejen prudentemente de España y de un Gobierno tan dañino. Es lo que hacen cada día los miles de españoles mejor preparados, médicos, físicos, ingenieros, matemáticos, hasta abogados, que se van fuera a encontrar un trabajo que aquí se les veda en unas magnitudes que están muy por encima de lo que sería normal en el mundo de hoy. Esto es también lo que acaba de hacer una de nuestras grandes empresas, mudarse a Holanda un país que, al parecer, tiene políticos estúpidos en el Gobierno que no son capaces de ver hasta qué punto es fácil y estimulante sacarle las asaduras a las empresas de éxito.

No parece difícil hacer ver a los españoles que es imposible que todos vivamos a costa de todos los demás y que la igualdad puede ser muy valiosa, pero no consuela nada si se consigue a base de la pobreza más absoluta

Lo más preocupante de esta conducta política es que tenga todavía, por lo que dicen las encuestas, un alto grado de apoyo electoral, hasta el punto de que no acabe de estar del todo claro que en las próximas elecciones generales vayamos a conseguir librarnos de semejante rémora.  En un artículo reciente Gabriel Tortellá acaba de referirse a lo que ha llamado la anomalía política española, es decir, la curiosa excepción que hace que la distribución de electores según el eje derecha/centro/izquierda esté, en España, muy corrida hacia la izquierda al amontonarse los electores en esa parte del espectro a diferencia de lo que sucede en la mayoría de los países similares en otras cosas al nuestro. Tortellá atribuye el hecho a la interpretación que se ha hecho más vulgar de la guerra civil, es decir a un error de perspectiva tanto intelectual como moral.

Que tal exageración, ver los defectos de la derecha pero ignorar olímpicamente las tachas de la izquierda, es un error me parece evidente, aunque no me lo parece tanto la causa histórica que Tortellá apunta que, en todo caso, algo ayudará. Me parece que la raíz del desaguisado no está en la perspectiva histórica sino que es de carácter lógico. Me referiré para explicarlo a un artículo que he leído esta misma mañana en un periódico de mi querida Asturias. El articulista truena contra el abandono y la postración de la región, al menos no esconde el caso, pero no duda en atribuirlo al neoliberalismo, lo que debiera resultar estupefaciente para cualquiera por lo que enseguida se dirá. Asturias ha estado gobernada tras el franquismo por una especie de socialismo endémico, con un par de breves apariciones de fuerzas de la derecha a las que identificar con el neoliberalismo, sea esto lo que fuere, resulta grotesco. Es decir que el reflexivo articulista admite que Asturias marcha cuesta abajo y a gran velocidad, pero se resiste a reconocer que ese despeñadero pueda tener nada que ver con los gobiernos de la región, lo que no deja de ser una implícita asunción de su indiscutible inutilidad. Tampoco es que España haya estado en manos de la señora Thatcher desde los ochenta, pero la evidencia no impide que el articulista saque a pasear su culpable favorito, el falaz neoliberalismo que nos corroe.

Lo que quiero apuntar es que lo que falla en el caso español no es el recuerdo histórico sino la capacidad de relacionar las cosas con sus circunstancias o causas más inmediatas, negarse a reconocer lo evidente cuando apunte en dirección contraria a nuestros prejuicios, es decir que son mayoría los que juzgan la política por sus opciones de fondo sin dedicar la menor atención a los datos que pudieran contradecirlas. Los españoles somos forofos de la izquierda y, algo menos, de la derecha, como lo somos del Real Madrid o del Barça y así no hay manera de que un mínimo de objetividad permita que nos sacudamos la niebla de los ojos, ya decía don Pío Baroja que eran muchos los que creían en el socialismo como se cree en la Virgen del Pilar.

A este profundo equívoco que deforma la política española y nos hace un gran daño ha contribuido no poco la derecha que casi no se ha ocupado de otra cosa que de lo que ellos llaman la gestión, sin reparar en que los relatos políticos, las ideas, los valores, la cultura y el aprecio de la libertad, resultan imprescindibles y los suyos están profundamente perjudicados por un pragmatismo muy mal entendido. Es posible que la gestión importe mucho a los accionistas de una empresa (tampoco mucho, suelen importarle más los beneficios cualquiera sea su origen) pero ese es un idioma que ni entiende ni puede entender quien no esté educado en una serie de ideas previas, tales como la importancia de la libertad individual, las ventajas de una economía libre y competitiva, el aprecio de la dignidad, la admiración hacia quienes saben descollar en sus actividades (no solo en el fútbol o en la TV) y la esterilidad y bajeza de la envidia.

No parece difícil hacer ver a los españoles que es imposible que todos vivamos a costa de todos los demás y que la igualdad puede ser muy valiosa, pero no consuela nada si se consigue a base de la pobreza más absoluta. Para lograr todo esto la derecha tendría que estar más preocupada de lo que está por su ejemplaridad y dejar de escandalizarse, por tanto, de que la corrupción de los suyos les resulte tan perjudicial (entre sus posibles electores) mientras que la de los socialistas suele contemplarse con tibieza, no exenta de cierta admiración por las ventajas conseguidas con el trinque, por los votantes de izquierda.

Alguna diferencia tendría que haber entre quienes proclaman, en teoría al menos, la bondad de la propiedad privada y que el robo es un crimen y entre los que piensan que quien roba a un rico (y el Estado está a la cabeza en todas las listas de millonarios) está haciendo alguna especie de justicia, puesto que la propiedad es un robo.

Volviendo al principio, es extraño, en efecto, que los electores no castiguen a quienes hacen unas leyes que permiten dejar libres antes de tiempo a los violadores, o a quienes se alían con los que pisotean la bandera nacional a la primera de cambio y persiguen a una enfermera de Cádiz que no acaba de entender que necesite hablar en catalán a sus pacientes (muchas veces tan andaluces como ella) para consolidar su plaza en Barcelona que, de momento sigue siendo una ciudad española. También es llamativo que los españoles consideren un progreso que el BOE haya inventado más de una docena de  modelos de familia y que nos vendan este supuesto avance como un hito liberador. Lo que ocurre es que muchos siguen pensando en términos de que lo bueno es el progresismo y la derecha algo pésimo, y lo hacen aunque esas ideas no tengan nada que ver en la práctica con su forma de vida. Se han convencido de que la izquierda significa progreso y nunca ven que la derecha les diga de modo tranquilo y sistemático cosas bastante distintas cuando no está en juego una lotería electoral.

Lo que oyen con frecuencia es que la derecha puede ser más social que la izquierda y eso no acaba de convencerles, vaya usted a saber por qué. También se asombran de la facilidad con que la derecha se desembaraza de sus compromisos anteriores o confunde su política con cuatro ideas abstractas acerca de la democracia, la Constitución y poco más. Cuando la derecha fija su ideario en resaltar lo bueno que ha sido Rajoy o lo estupendo que puede ser Feijóo, ese público no detecta sino propaganda, y hay que reconocer que en este punto no anda muy despistado.

El resultado es que las políticas dañinas acaban pareciendo estupendas, puesto que nadie se empeña en explicar con claridad las razones de fondo por las que no lo son, mientras que quienes dicen combatirlas suelen limitarse a denunciar con mucha pasión que son políticas de izquierda, pero sin repetir una y otra vez que es lo que harían ellos, insistiendo tan solo en que lo harían mejor, con lo que volvemos al principio del forofismo y el círculo vicioso en el que nos hemos instalado para dejarnos ir, paso a paso pero sin demora, hacia un descalabro irremediable.

Foto: Shahreboye.


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J.L. González Quirós
A lo largo de mi vida he hecho cosas bastante distintas, pero nunca he dejado de sentirme, con toda la modestia de que he sido capaz, un filósofo, un actividad que no ha dejado de asombrarme y un oficio que siempre me ha parecido inverosímil. Para darle un aire de normalidad, he sido profesor de la UCM, catedrático de Instituto, investigador del Instituto de Filosofía del CSIC, y acabo de jubilarme en la URJC. He publicado unos cuantos libros y centenares de artículos sobre cuestiones que me resultaban intrigantes y en las que pensaba que podría aportar algo a mis selectos lectores, es decir que siempre he sido una especie de híbrido entre optimista e iluso. Creo que he emborronado más páginas de lo debido, entre otras cosas porque jamás me he negado a escribir un texto que se me solicitase. Fui finalista del Premio Nacional de ensayo en 2003, y obtuve en 2007 el Premio de ensayo de la Fundación Everis junto con mi discípulo Karim Gherab Martín por nuestro libro sobre el porvenir y la organización de la ciencia en el mundo digital, que fue traducido al inglés. He sido el primer director de la revista Cuadernos de pensamiento político, y he mantenido una presencia habitual en algunos medios de comunicación y en el entorno digital sobre cuestiones de actualidad en el ámbito de la cultura, la tecnología y la política. Esta es mi página web