Un repaso básico por los debates públicos e institucionales, las novedades editoriales y los temas recurrentes en las plataformas de noticias, arroja una presencia cada vez más importante de discusiones en torno a la IA y temáticas afines.
Es difícil trazar un estado de la cuestión porque hay distintas perspectivas y aristas, algunas primo hermanas, otras no tanto, donde además se mezclan ideologías y posicionamientos políticos.
Por lo pronto pareciera haber algo así como un grupo de regulacionistas, en general aquellos que temen las consecuencias de la aplicación desenfrenada de la IA, frente a un grupo desregulacionista que, en todo caso, aun advirtiendo ciertos peligros, son solucionistas tecnológicos y consideran que las mismas herramientas tecnológicas que generan los problemas son capaces de solucionarlos. No es lineal pero los primeros, más pesimistas, se identificarían con posicionamientos más bien socialdemócratas o de izquierda, mientras que los segundos, más optimistas, tenderían a enrolarse en las filas liberales/libertarias, a la derecha del espectro.
Haciendo un recorte arbitrario, es posible citar dos figuras representativas de cada una de estas “corrientes”, los cuales, casualmente, acaban de lanzar nuevas publicaciones en los últimos meses. Uno es Yuval Harari, el historiador israelí multiventas que en Nexus propone una historia de la información y advierte acerca de los peligros de la autonomización de la IA en una suerte de retorno del mito del Gólem; el segundo es Ray Kurzweil, un científico estadounidense cuyas predicciones, algunas décadas atrás, en buena parte se cumplieron, y que regresa con La Singularidad está más cerca. Se trata de un texto donde no solo realiza nuevas ambiciosas predicciones, sino que presenta argumentos para defender su proyecto transhumanista de transformación radical de la especie hacia un nuevo tipo de ser humano capaz de acabar con los grandes males que le aquejan: la enfermedad, la pobreza y la degradación ambiental.
Según Harari, especialmente después de la pandemia, asistimos a una aceleración del uso de la IA para generar sistemas de vigilancia y control, incluso en países democráticos. Sin embargo, Harari va mucho más allá y no solo se pregunta qué sucedería si esa herramienta estuviera bajo el control de una dictadura, sino que considera que hay algo peor que eso: una sociedad gobernada por una inteligencia no humana. Asimismo, en una especie de remake del choque de civilizaciones anunciado por Huntington, Harari plantea la posibilidad del surgimiento de un nuevo muro (invisible), en este caso, un muro de silicio, constituido por chips y códigos informáticos. Esto se produciría porque la IA, al ser capaz de crear, de manera autónoma, toda una red de sentido, dividiría el mundo en redes civilizacionales donde cada una tendría “su” mundo. No hay que ser muy sagaz para darse cuenta que Harari está pensando en lo que ya hoy sucede entre China y el mundo occidental.
En cuanto al terreno de las soluciones, Harari no aporta nada original y abona esa acusación recurrente de ser una suerte de catastrofista funcional al establishment, cuando pide más y más regulaciones y salidas institucionales globales que incluyan a los Estados y a las compañías. Sin embargo, a propósito de estas últimas, es bastante indulgente cuando, si bien advierte que las grandes tecnológicas son parte del problema, al mismo tiempo las exculpa bajo el argumento cándido de que las tecnologías en sí mismas no son ni buenas ni malas sino que dependen de su uso.
En cuanto a Kurzweil, su nuevo libro retorna a la idea de singularidad, la cual es definida del siguiente modo:
“Dentro de un tiempo, la nanotecnología permitirá (…) la ampliación del cerebro humano con nuevas capas de neuronas virtuales en la nube. De esta manera nos fusionaremos con la IA y ampliaremos nuestras habilidades con una potencia de cálculo que multiplicará por varios millones las capacidades que nos dio la naturaleza. Este proceso expandirá la inteligencia y la conciencia humanas de una forma tan radical que resulta difícil de comprender y asimilar. Cuando hablo de “singularidad” me estoy refiriendo a este momento en concreto”.
¿Los ricos, dueños de las compañías que controlarán el mercado tecnológico oligopólicamente, van a aceptar pagar impuestos determinados por los burócratas de la gobernanza global para sostener a más de la mitad de la población mundial que no va a tener trabajo ni nada que hacer?
Aunque en algún pasaje del libro Kurzweil admite que, dependiendo de cómo manejemos este proceso que se alcanzaría hacia el año 2045, tendremos un camino firme y seguro o uno de turbulencia social, el tono del texto es asombrosamente optimista o, en todo caso, parece no tomar en cuenta las consecuencias que este eventual proceso podría ocasionar.
A lo sumo advierte que habrá un problema con el empleo pero que se solucionaría con una Renta Básica Universal financiada eventualmente con un impuesto sobre las compañías que se hayan beneficiado de la automatización de la IA y ya. En todo caso, si el tiempo libre fuera un problema, Kurzweil indica que para ello ya existe la realidad virtual y, sobre todo, la paciencia necesaria para esperar 10 años a que todos nuestros cerebros estén conectados a una computadora. En cuanto al resto de los problemas, abrazando una suerte de aceleracionismo capitalista, y tomando como fuente los datos de Steven Pinker acerca del fluctuante pero evidente progreso de la humanidad a todo nivel en los últimos siglos, Kurzweil entiende que la “explosión” tecnológica traerá consigo una abundancia de riqueza por la cual los pobres del mañana gozarán de un nivel de bienestar inédito en la historia de la humanidad.
Para Kurzweil, además, ya estamos en condiciones de asegurarnos una expectativa de vida digna de 120 años y el aumento de la misma será exponencial en las próximas décadas a tal punto que adopta la temeraria predicción de que ya habría nacido la persona que vivirá 1000 años. Por último, en un pasaje que me atrevería a afirmar como filosófica y conceptualmente muy débil, para ser elegante, reduce el cerebro y la conciencia a un sistema de información que podría ser extraíble y replicable incluso por fuera del cuerpo, cumpliendo así la fantasía de buena parte de las grandes obras de ficción, aunque pagando el precio de no poder responder a una ingente cantidad de bibliografía filosófica que lo espera en la biblioteca con una mueca risueña:
“En las décadas de 2040 y 2050 reconstruiremos el cerebro y el cuerpo para superar los límites que marca la biología, lo que incluye la posibilidad de copiar todo su contenido y prolongar la esperanza de vida. Cuando la nanotecnología alce el vuelo, seremos capaces de crear un cuerpo mejorado a voluntad: podremos correr más deprisa y durante más tiempo, nadar y respirar bajo el mar como los peces e incluso dotarnos de unas alas funcionales si así lo deseamos. Pensaremos varios millones de veces más rápido, pero lo más importante, es que no dependeremos de que el cuerpo sobreviva para que nosotros podamos seguir viviendo”.
En un contexto de crispación e indignación diaria, con guerras, disputas tribales y religiosas, tensiones económicas y sociales a todo nivel, me temo que aunque la tecnología avanzara en la línea que auguran los autores, haciéndonos más dependientes de ella todavía, el futuro ofrecerá catástrofes menos conspirativas y avances menos ideales; en todo caso habrá futuros a distintas velocidades, como los ha habido siempre pero, ahora, de manera exagerada.
Es que mientras Elon Musk plantea aplicar una democracia directa como sistema de gobernanza en Marte y Curtis Yarvin lo critica abogando por una monarquía tecnocrática encarnada en un Rey CEO en los Estados Unidos, los problemas de miles de millones de personas en el mundo es que no tienen agua potable o se contagian enfermedades que se habían erradicado. A propósito, ¿cómo le explicamos a un enfermo de cólera o tuberculosis que no debe temer morir porque su conciencia será alojada en la Nube de Google y que en Marte será parte de los debates de la Asamblea democrática que decidirá la distribución de la propiedad en el lado oscuro de la Luna?
¿Acaso plantear que el transhumano podrá respirar debajo del agua como un pez es la solución a la inmigración ilegal que llega a Europa a través de las pateras? ¿Habrá un juego de realidad virtual en el que Occidente no se suicida renunciando a sus propios valores?
¿Y los virus creados en laboratorios? ¿Las tensiones geopolíticas? ¿Las luchas por la redistribución del ingreso? ¿Las migraciones masivas por limpiezas étnicas? ¿El estar a merced de un loco autócrata a tiro de un botón rojo… todo eso se va a solucionar con una app, un Change.org y un nano no sé cuánto? A su vez, ¿estos mismos conflictos son capaces de solucionarse bajo el liderazgo de los burócratas de las instituciones de gobernanza global tal cual las conocemos hasta ahora mientras afirmamos que la tecnología es neutral?
Hoy el mundo entero atraviesa el problema de cómo financiar las pensiones y se nos plantea como una maravilla que la expectativa de vida alcance los 120 años y hasta los 1000. ¿Hasta cuándo se ampliará la edad laboral para darle sustentabilidad al sistema? ¿Pasaremos de 60/65/70 años a 110 años? ¿Habrá que aportar unos 70 años al fisco para acceder a la pensión? ¿Quién lo va a aportar si no hay trabajo y si entre los pocos trabajos que van a sostenerse estarán los realizados por migrantes de países no europeos que van a vivir a Europa de manera ilegal cuidando viejos cada vez más viejos para recibir, a cambio, un ingreso informal?
Al mismo tiempo, se nos dice que el efecto colateral será que habrá menos trabajo pero que se financiará con impuestos y una Renta Básica Universal. ¿Y alguien en su sano juicio puede pensar que ese proceso será aceptado pacíficamente? ¿En serio vamos a creer que miles de millones de personas sin trabajo y con sus eventuales necesidades básicas satisfechas por la redistribución de los impuestos pagados por los ricos, se quedarán en sus casas hipnotizadas entre juegos, porno y viajes virtuales a Venecia? ¿Los ricos, dueños de las compañías que controlarán el mercado tecnológico oligopólicamente, van a aceptar pagar impuestos determinados por los burócratas de la gobernanza global para sostener a más de la mitad de la población mundial que no va a tener trabajo ni nada que hacer?
O sea, ¿Bezos, Zuckerberg y Musk van a pagar de sus bolsillos a los millones de desocupados de la India, África y Latinoamérica para que puedan sobrevivir, contratar Starlink, comprar por Amazon y ver la publicidad de Instagram? ¿Esos cientos de millones de humanos obsoletos e inútiles, incapaces si quiera de trabajar por un sueldo miserable porque ese trabajo ya ni siquiera existe, tendrán que elegir entre comer y pagar la nube de Google o, ya desposeídos del cuerpo, la Renta Básica Universal alcanzará para el plan básico de almacenamiento de conciencia que no superen tantos gigabytes? Por cierto, ¿si nuestra conciencia es muy pesada tendremos que pagar un plan Premium?
En síntesis: ¿la posibilidad de pensar más rápido que potenciaría la IA nos permitirá darnos cuenta también más rápido del delirio de irrealidad en el que se encuentran inmersos gobernantes y autores multiventas cuando piensan en cómo solucionar los verdaderos problemas del futuro?
Preguntas sin respuestas para un futuro de mierda.
Foto: Pawel Czerwinski.
No tendrás nada y (no) serás feliz: Claves del emponrecimiento promovido por las élites. Accede al nuevo libro de Javier Benegas haciendo clic en la imagen.
¿Por qué ser mecenas de Disidentia?
En Disidentia, el mecenazgo tiene como finalidad hacer crecer este medio. El pequeño mecenas permite generar los contenidos en abierto de Disidentia.com (más de 3.000 hasta la fecha), que no encontrarás en ningún otro medio, y podcast exclusivos (más de 250) En Disidentia queremos recuperar esa sociedad civil que los grupos de interés y los partidos han silenciado.
Ahora el mecenazgo de Disidentia es un 10% más económico al hacerlo anual.
Debe estar conectado para enviar un comentario.