Cuán deprisa se tornan las suertes, cómo mutan los tiempos de repente y se nos escapan de las manos nuestros actos y se nos vienen encima las consecuencias…
Quien era por la mañana un presidente de Gobierno, por la tarde, cuando supo que la moción estaba perdida, se dedicó a atizarse güisquis caros en el sótano de una taberna, a hispanísima manera. Al día siguiente, sus señorías peperas recibían en pie al resacoso, con ovación unánime. Sólo faltaron los gritos de ¡to-re-ro, to-re-ro!
Y Mariano Rajoy, prisionero de la abulia, del miedo y la soberbia, ni dimitió ni se despidió ni se explicó ni se movió. Como una vela en un rincón a la que pudiera apagar el más leve soplo de viento, aceptó su destino en un discurso de dos minutos, votó y se largó. Sonaba a lo lejos una música de gaitas desafinadas (o tal vez eran maullidos) y, tras los cristales, llovía.
El contrincante, el señor Pedro Sánchez, carente de virtud y hasta de escaño, pero teniendo como mérito propio la audacia, y como aliados el oportunismo, la ambición, el cálculo, la traición y la imprudencia, era entronado presidente de todas las españolas, los españoles y las gentes de las demás naciones del lugar, fueran éstas las que fueran, que eso ya se decidirá más adelante.
La jefa de banqueros del Reino, renacida feminista en lo que ya se conoce como “el milagro del 8 de marzo”, celebraba esa misma tarde la gran madurez de nuestra democracia, y el Rey estampaba su firma en el constitucional nombramiento. Nihil obstat.
A la salida del hemiciclo, un mono de feria atrapaba a una comadreja, y luego le tocaba la chepa al presidente reluciente y reciente. “Lagarto, lagarto…”, se santiguaban las gitanas viejas y después, escupían al suelo…
Un vaporcillo se escapaba esa noche por las rendijas de las alcantarillas madrileñas. “Aquí huele a muerto”, oí decir a un mendigo apartándose del chorro fétido.
Aunque estamos en junio -quién lo diría-, llevaba gabardina, las gafas torcidas y barba de dos días, y no era un mendigo, sino un conocido escritor de derechas, que estaba a la vez celebrando y olvidando el magno acontecimiento de la jornada. Por un ojo lloraba y, por el otro, reía.
“Yo lo conozco bien” -me contó mientras le acompañaba paseando por el Parque del Oeste, de Madrid, para que nos diera el fresco- “Es el tal Sánchez un hombre de buena hechura, ni siquiera es un mal tipo, como el perverso Rajoy, pero es vacuo, inconsistente, carente de ingenio, negado para la dialéctica y enemistado con el talento; no domina la oratoria; no conoce religión, patria ni idea; pertenece a esa clase de personas -cada vez más abundantes- que rellenan su vacío mental con frases tan rimbombantes como huecas. En fin, un perfecto hombre nada, sin palabra ni cultura ni memoria ni remordimientos, muy ajustado al tono de los tiempos.”
No hay nada más peligroso que un imbécil con poder
“Normalmente son tan ofensivos como inofensivos… Pero si adquieren poder, ¡Ay…!” -exclamó apretándome el brazo y mirándome con ojos desorbitados y brillantes…- “En tal caso, se ven rápidamente rodeados de aduladores astutos y ambiciosos sin escrúpulos, hambrientos de prebendas, que le hacen sentirse al insensato como el mismísimo Salomón, el rey sabio. Y llega a tomarse en serio las mayores majaderías, aplica sonriente las más siniestras y nefastas ocurrencias, se atreve a enseñar al juez jurisprudencia y a todos les reclama el aplauso y la obediencia… No hay nada más peligroso que un imbécil con poder… Zapatero -o Zetaparo, que es un pirata malo- fue uno de estos. ¡Y es el modelo a imitar que invocan los Sancheros, los nuevos palmeros de Pancho Sánchez!”
Vivimos en los estertores del régimen… No son aún los estertores de la muerte… qué agonía nos espera hasta que llegue la luz
Agitó la cabeza y todo el cuerpo como quien intenta sacudirse el escalofrío de un mal recuerdo, y añadió, enigmático: “Vivimos en los estertores del régimen… No son aún los estertores de la muerte, pero tampoco son ya los estertores secos de estos años, sino los estertores húmedos… qué agonía nos espera hasta que llegue la luz, si es que llega… ¡Dios nos ampare!” No dijo más. Diose media vuelta y lo vi alejarse hacia su casa, estornudando y tambaleándose, seguramente inspirado para escribir su artículo del domingo.
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