En primer lugar, mis más sinceras condolencias a mis lectores españoles. La derrota de la selección española ante la rusa en el Mundial demuestra una vez más que no siempre gana el mejor equipo.
Tampoco, por desgracia, el fútbol tiene siempre que ver con el juego. El fútbol en general, y el Mundial en particular, permite a esos periodistas que normalmente no se ocupan del fútbol, otorgar a este deporte un significado político. Así, cuando el equipo ruso venció a España, muchos periodistas se mostraron más inclinados al comentario político que al análisis de las tácticas y los errores cometidos por los jugadores.
El Mundial de fútbol permite a esos periodistas que normalmente no se ocupan del fútbol, otorgar a este deporte un significado político
Numerosos informadores se mostraron muy irritados por la victoria de Rusia porque, según ellos, este éxito futbolístico mejora la popularidad del presidente Vladimir Putin. Peor aún, argumentaban, ganar este partido contribuye a reforzar la identificación de los rusos con su nación.
La alegría de los los rusos de a pie por el éxito de su equipo molestó a algunos sectores de los medios occidentales. Mientras escuchaba a algunos periodistas de la BBC hablar en el Today Programme, llegué a la conclusión de que no les interesaba el fútbol: su principal preocupación era si el resultado de un partido favorecía o perjudicaba al nacionalismo ruso.
En realidad, las élites culturales con mentalidad mundialista no sólo son hostiles al nacionalismo ruso; también a cualquier forma de identificación con alguna nación. Nunca olvidaré un episodio ocurrido en junio de 2016, durante la Eurocopa. Estaba yo sentado en un bar de Budapest viendo el partido de Hungría contra Portugal. Para sorpresa de todos, Hungría, el equipo más modesto, logró empatar 3 a 3 con una selección portuguesa mucho más potente. Todos en el bar gritaron de alegría y hubo celebraciones en Budapest durante toda la noche.
Cuando me dirigí a un conocido mío, de simpatías izquierdistas, también sentado en el bar e intenté estrecharle la mano diciéndole «estamos todos muy satisfechos» me miró con tristeza y respondió «todo lo contrario, es un mal resultado porque aumentará la popularidad de Victor Orbán«, el líder nacionalista conservador de Hungría. Esa noche, hubo varios comentarios en Facebook de antinacionalistas húngaros, que expresaban la misma decepción que mi conocido.
Como sociólogo, me sorprendió la respuesta mezquina de estos guerreros de Facebook al ver a gente corriente celebrando el éxito de su selección. En lugar de intentar compartir la alegría del público, expresaban su desprecio por esas personas que, a sus ojos, eran tan simples que se dejaban influir fácilmente por el resultado de un partido de fútbol. De hecho, el comportamiento de estos comentaristas mostraba su distancia psíquica de las pasiones de la vida cotidiana. Emocionalmente vivían en un universo paralelo al del resto de la sociedad.
Su hostilidad al sentimiento patriótico era tan profunda que se refugiaban en un espacio psíquico completamente estanco a los sentimientos populares. El simple hecho de que prefirieran la derrota de Hungría en un partido de fútbol explica por qué estas personas se encuentran tan aisladas de la vida cotidiana. También explica que obtuvieran tan malos resultados en las elecciones generales húngaras de 2018.
A diferencia de los sofisticados periodistas, la gente normal distingue entre el resultado en el fútbol y su opinión sobre los gobernantes
No estoy convencido de que el éxito en el fútbol incremente la popularidad de un gobierno. Tengo edad suficiente para recordar el 25 de noviembre de 1953, cuando Hungría venció a Inglaterra en Wembley por 6-3. Toda Hungría deliraba y celebraba lo que entonces se llamó el Partido del Siglo. ¿Contribuyó esa victoria a legitimar el horrible régimen estalinista que entonces gobernaba Hungría? ¡Desde luego que no! A diferencia de los sofisticados periodistas y analistas, la gente normal distinguía entre el resultado en el fútbol y su opinión sobre los gobernantes y sus actos.
El fútbol y la guerra cultural
Antes del partido inaugural del Mundial de fútbol, muchos comentaristas expresaron sus dudas sobre la conveniencia de permitir que un Estado nacionalista autoritario como Rusia actuase como anfitrión. Pero su reticencia estaba matizada pues pensaban que la selección rusa no haría un buen papel y, por tanto, los beneficios no serían tantos para el gobierno de Rusia. Muchos periodistas señalaron que el combinado ruso era uno de las más débiles de la competición y esperaban que quedara eliminada en la primera fase.
Incluso después de que Rusia derrotara a Arabia Saudí en el primer partido, los críticos de Putin argumentaron que el país anfitrión no tenía nada que celebrar. El Financial Times Magazine publicó un artículo titulado «Por qué a la mayoría de los rusos no les importa Putin o el fútbol«. El autor, Simon Kuper, señalaba: “Probablemente Putin concibió esta Copa Mundial como un espectáculo nacionalista ruso orquestado por el Estado, muy parecido a los Juegos Olímpicos de Sochi y a la invasión de Crimea de 2014. Sin embargo, hasta ahora no se está desarrollando así. Incluso después de que Rusia derrotara por 5-0 a Arabia Saudí en el primer partido, muy pocos locales llevaban los colores nacionales, y todavía no he visto ni una sola bandera rusa colgando de una ventana, siendo las celebraciones con banderas la norma en la mayoría de los países anfitriones«.
Es posible, aunque muy improbable, que Kuper no hubiera visto banderas rusas en ninguna ventana. Sin embargo, ni el más ferviente ideólogo anti-Putin puede obviar el mar de banderas que ondearon por todo el país tras la inesperada victoria de Rusia sobre España.
Desde el punto de vista multiculturalista, el defecto más imperdonable de la selección rusa consiste en que es demasiado blanca
La actual Guerra Cultural, cada vez más global, se desarrolla inevitablemente en el campo de batalla de la identidad. Cualesquiera que sean los problemas de Putin y la perspectiva política que representa, es difícil no concluir que muchos de sus críticos culturales se encuentran en un plano moral inferior. Evalúan cada selección y cada partido de fútbol tan sólo desde la perspectiva de la política de identidad. Según estos críticos, el problema de la selección rusa no estriba en su capacidad de juego o su técnica, sino en que es demasiado nacionalista. Desde su punto de vista multiculturalista, el defecto más imperdonable de la selección rusa consiste en que ¡es demasiado blanca!
Los verdaderos aficionados al fútbol evalúan a los jugadores por su habilidad con la pelota y por su contribución al equipo. No les interesa ni su aspecto ni (con la excepción de una minoría de racistas) el color de su piel. Pero no es así como los influyentes informadores multiculturalistas abordan el fútbol: lo que realmente importa es la identidad del jugador. La revista Mother Jones tituló uno de sus artículos: «La selección nacional de Rusia es demasiado rusa, una razón por la que fracasará estrepitosamente en el Mundial«.
El autor del artículo, Clint Hendler señaló: «cuando la selección rusa de fútbol salga al campo el jueves, los aficionados verán un equipo que no se parece en nada a los favoritos del torneo, Brasil, Francia, Alemania, España o Bélgica«. ¿Por qué? Porque «el equipo ruso está casi exclusivamente compuesto por jugadores blancos«.
El autor predijo que, debido a que el equipo ruso carecía de las debidas credenciales multiculturales, quedaría rápidamente fuera de la competición. Hendler añadió: «la mayoría de los analistas predicen» que la selección rusa «será derrotada en la primera fase de grupos, recibiendo un humillante correctivo por el enfoque aislacionista de esta nación hacia lo que lo que durante mucho tiempo ha sido un fútbol muy global«.
Muchos otros comentaristas lanzaron también el dardo del multiculturalismo contra una selección que era demasiado rusa y demasiado blanca. En un artículo titulado «Russia’s World Cup Team Bucks Multiethnicity Seen on Swiss, Other Teams«, Pete Baumgarner puso a la muy diversa selección de fútbol de Suiza como el ejemplo que Rusia debería imitar.
Los multiculturalistas critican que una selección se componga solo de futbolistas blancos; pero no ponen objeción a que otras, como Nigeria o Senegal, incluyan solo jugadores negros
Sin embargo, los defensores del multiculturalismo y de la diversidad son muy selectivos y sesgados en sus críticas a las selecciones que tienen una composición muy homogénea. Porque no pusieron objeción alguna a que las selecciones nigeriana o senegalesa estuvieran exclusivamente compuestas de jugadores negros. Ni condenaron a la japonesa por el crimen cultural de incluir tan solo futbolistas nipones. También perdonaron a Irán, a pesar de que sólo contaba con jugadores persas.
Es evidente que los combatientes multiculturalistas solo disparan contra los equipos que parecen demasiado blancos. Estos identitarios antiblancos creen que luchan contra el racismo. En realidad, al mezclar la raza con el mundo del mundo del fútbol, lo que demuestran es que se encuentran esclavizados por una ideología atrapada y obsesionada con la raza.
Foto de Aziz Acharki
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