El triunfo de Javier Milei en las elecciones primarias en Argentina ha generado un estruendo que incluso ha cruzado el Atlántico para ocupar enorme cantidad de espacio en medios de España y el mundo. Dado que se trata de un fenómeno complejo y que la precisión ha estado ausente en algunos análisis, creí necesario acercar algunas interpretaciones que, ojalá, enriquezcan el debate.
En la línea de lo que podría ser un Bolsonaro o un Trump, Milei es un outsider de la política. Sin embargo, difiere de aquellos en que tiene un sólido marco teórico libertario y anarcocapitalista o, como le gusta indicar a él, minarquista. Tomando en cuenta que las propuestas abiertamente liberales en la Argentina tuvieron más ministros de economía que votos, ¿qué es lo que ha pasado? ¿Acaso la sociedad ha dado un giro hacia el liberalismo? Definitivamente no. El voto a Milei, más allá de que algunas intuiciones de liberalismo económico hayan calado profundo, es un voto fastidio y antielites. Claro que hay un sector de la sociedad que está viendo al Estado como un enemigo, pero sería voluntarista suponer un giro ideológico de esa magnitud. De hecho, todos los estudios cualitativos muestran que más de la mitad de los argentinos abrazan los pilares básicos del Estado de Bienestar lo cual incluye salud y educación pública de calidad, empresas estratégicas en manos del Estado, etc. Dicho esto, a mí me gusta decir que el voto a Milei, tiene más que ver con la actitud que con la ideología y, sobre todo, con la potencia de la divisoria que logró instalar entre un “nosotros” (como agregación de individuos), y la “casta política”.
Ese sentimiento de frustración y de reacción rebelde frente a lo dado es representado por la derecha porque la izquierda ha devenido el statu quo, especialmente en lo cultural
El llamado voto “bronca” y la creciente insatisfacción que Milei supo representar han sido tradicionalmente vehiculizados a través de opciones de izquierda. Sin embargo, ese sentimiento de frustración y de reacción rebelde frente a lo dado es representado por la derecha porque la izquierda ha devenido el statu quo, especialmente en lo cultural. Ha ocurrido en Argentina y viene ocurriendo en diversas partes del mundo. De hecho, si bien Milei ha recibido un apoyo bastante parejo en todas las generaciones de votantes, no es casual que tenga mucho predicamento en sectores jóvenes, mayoritariamente varones. Se trata de un grupo asfixiado por los nuevos patrones neopuritanos a los cuales continuamente se intenta “reeducar” y a los que se acusa de privilegiados por el solo hecho de ser varones.
Pero también Milei tuvo una potente presencia entre los más pobres, quitándole votos al peronismo donde siempre tuvo su base de sustentación. Dicho de otra manera, Milei no fue votado solo por los jóvenes emprendedores de clase alta que juegan a las criptomonedas y no quieren pagar impuestos, sino también por los precarizados repartidores de Rappi o por las clases medias profesionales que trabajan para el exterior a cambio de salarios irrisorios de menos de 1000 USS que el Estado argentino hace todo lo posible por desincentivar. Todos estos trabajadores tienen en común al Estado como enemigo. ¿Pero cómo fue que Milei logró penetrar entre ellos? Allí confluyen múltiples variables, pero hay cierta línea de continuidad con los procesos que se dieron en Estados Unidos y en Brasil cuando el Partido demócrata y el Partido de los trabajadores respectivamente, viraron su agenda de representación. Ya no eran los trabajadores sino una infinita suma de minorías cada vez más minoritarias. El peronismo, cuya columna vertebral han sido siempre los trabajadores y cuyo referente conceptual ha sido el pueblo, va transformándose desde la segunda década del siglo, en una fuerza hegemonizada por el progresismo. Ya no serán los trabajadores sino las mujeres, los LGBT, los negros, los marrones y todas las subvariantes imaginables; y ya no será el pueblo tal como lo entendía la doctrina social de la iglesia de la cual abrevó el peronismo original, sino esta sumatoria de colectivos siempre divisibles y competitivos en su condición de víctima.
Si bien la aproximación de sectores progresistas le permitió al peronismo del siglo XXI consolidar una fuerza mayoritaria que, por ejemplo, permitió la reelección de Cristina Fernández de Kirchner en 2011 con el 54% de los votos, la dinámica sectaria de ese mismo progresismo al interior del espacio y hacia afuera, en lo que respecta al tipo de políticas a aplicar y a los sujetos de esas políticas, generó un paulatino pero cada vez más profundo alejamiento de los sectores populares.
Este punto es interesante, porque la derecha, llamemos “tradicional”, encarnada por Mauricio Macri, nunca pudo hacerse fuerte en los sectores donde Milei sí lo ha hecho. Una vez más, la lista de sucesos que explican esto es grande, pero podríamos englobarlo en la idea de que tanto el peronismo progresista como esa derecha que era su principal oposición parecen hablarle a una Argentina que ya no es; de aquí que la respuesta del electorado sea “antipolítica” si al 30% de Milei obtenido con un discurso contra “la “casta”, le agregamos un 5% de voto en blanco y un 30% de ausentismo, varios puntos por encima del número de ausentismo tradicional.
Asimismo, si bien el fenómeno Milei es hijo de la crisis de representación que vienen atravesando las democracias occidentales y la Argentina en particular desde hace tiempo, no hubiera habido lugar a un discurso centrado en la idea de libertad sin los confinamientos de la pandemia. No solo el encierro en sí y “la casta” determinando cuándo se puede salir, algo que pasó en todo el mundo, sino, en el caso puntual de Argentina, el resentimiento que generó la evidencia de que el Estado, aun con todo el esfuerzo que se le pueda reconocer, no alcanzaba a proteger desde lo económico y lo social a más de la mitad de los argentinos. De esta manera, todos los empleados estatales, a quienes se les permitió retirarse a su hogar mientras siguieron recibiendo su salario del 1 al 5 de cada mes, fueron vistos como privilegiados por esa otra mitad que tenía que salir a trabajar asumiendo un riesgo para su vida.
Por ello también llama la atención que el gobierno actual haga campaña, al estilo de lo que hiciera Sánchez contra el bloque “PP-VOX”, azuzando la idea de la llegada de un fascismo que “viene por nuestros derechos”. El punto es que con más de la mitad de los chicos en la Argentina en condición de pobreza, una mitad de trabajadores “informales” y una inflación que se proyecta a un número superior al 150% anual hacia diciembre, buena parte del electorado se pregunta por qué derechos vendrán “si nosotros ya los hemos perdidos todos”.
¿Hay en Milei una propuesta de futuro? Naturalmente hay una serie de ideas que prometen cambiar radicalmente al país enarbolando aquel mito de la Argentina potencia de un siglo atrás. Sin embargo, lo que parece más fuerte es la necesidad de la destrucción de lo que hay. Si el futuro es el “No hay futuro”, hagamos mierda lo que hay. Es el Joker con el resto de Jokers prendiendo fuego todo sin importar demasiado el mañana; un resentimiento popular que reacciona contra los privilegios pero que ni siquiera tiene que “enmascararse”. En esto hay una diferencia sustancial con las propuestas liberales de otra época en la Argentina. Es que el candidato que quería aplicar una receta liberal no podía admitirlo en campaña. Pasó con Macri y pasó con Menem de quien todos recordamos su famosa frase “si hubiera dicho todo lo que iba a hacer, no me hubieran votado”. Con Milei es distinto. Él dice todo lo que va a hacer y dice todo lo que no se animaron a decir aquellos que llevaron adelante reformas liberales de menor alcance que las que él propone.
Para finalizar, digamos que no se sabe qué va a pasar. Hace pocos días se hizo la elección y recién el 22 de octubre tendrán lugar los comicios generales donde se elegirá un presidente en caso de que alguno de los candidatos obtenga 45% o un 40% con una diferencia de 10% sobre el segundo. Si esto no sucediera, habrá una segunda vuelta entre los dos candidatos más votados en noviembre. Por estas horas, no se descarta que Milei pueda llegar a esos 40%, pero lo más factible es que el libertario sea, al menos, uno de esos dos candidatos más votados que dirimirá la elección en noviembre. Su oponente saldrá de la derecha liderada por Macri en las sombras, y el candidato moderado del peronismo quien, desde mi punto de vista, es quien tiene más posibilidades de alcanzar el balotaje contra Milei. Llegados a ese punto, es probable que veamos al sistema político argentino crujir y plantear un panorama inédito con alianzas impensadas apenas semanas atrás. Si la incertidumbre es el sentimiento que mejor parece describir al futuro de los argentinos desde hace algunos años, todavía no existe la palabra para definir qué es lo que está por venir.