No deja de asombrarme que cuanto peor estamos los españoles en cuestiones realmente trascendentes, más ruidosos se vuelven los escándalos que, en comparación, son de segunda fila. Y, sin embargo, lo cierto es que todo lo que está mal en la nueva serpiente del verano no deja de revelar a su manera por qué precisamente vamos cuesta abajo y sin frenos.

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Lo primero que está mal en el ‘caso Rubiales’, empezando directamente por lo más, por así decir, telebasura, es el beso que un personaje venido arriba y ajeno a cualquier sentido del decoro, le endosa a Jenni Hermoso. Y está mal por sí mismo, sea o no consentido. No es ya que este personaje sea el presidente de la RFEF y ante una considerable audiencia se comporte como un adolescente descontrolado. Eso, si acaso, traslada la polémica a una dimensión mediática de gran alcance, lo que deja en evidencia no sólo al besucón, sino a una futbolista profesional, que ciertamente no tiene la culpa, y al fútbol español en general.

Rubiales no es un héroe ni un aliado, por más que ahora, a conveniencia, pretenda denunciar el justicialismo de la izquierda, máxime cuando se ha cuidado mucho de meter en el saco a Pedro Sánchez, su principal patrocinador, y al Partido Socialista

Ni prontos, ni emociones, ni desinhibiciones festivas valen como excusa. Según me educaron a mí, y seguramente también a usted, querido lector, un hombre adulto debe saber estar en su sitio. Y debe estarlo haya o no cámaras y millones de espectadores contemplándole. Si no hubiera ni un testigo, también. Lo que es educado o ineducado no varía según haya ojos mirando o no los haya.

Además, la imagen que traslada Rubiales con su zafiedad nos coloca a todos los hombres en la posición de tener que demostrar, uno por uno, que sabemos comportarnos. Y al final la mala fama se derrama sobre todos, lo que resulta, al menos para mí, irritante, porque sirve para reforzar el discurso del “machismo estructural” que tanto daño hace.

Lo segundo que está mal también tiene que ver con el dichoso beso. En este caso por exceso, por llevar ese mal comportamiento al extremo, sacándolo de quicio. En mi modesta opinión, no considero que sea proporcionado elevarlo a la categoría de agresión sexual, máxime si tenemos en cuenta los vídeos y declaraciones de la supuesta víctima al respecto del asunto, en especial las declaraciones que hizo al programa El Partidazo, de la Cope, antes de que la máquina del justicialismo de la izquierda se pusiera en marcha.

De hecho, no ya la propia Jenni, sino desde medios afines a la izquierda, inicialmente consideraron el episodio divertido y simpático… hasta que los cruzados y cruzadas del “sólo sí es sí” tocaron a rebato. A partir de ahí todo cambia. Jenni Hermoso acabaría asumiendo el papel de víctima que la izquierda le exigía que asumiera, porque sospechaba, como todos nosotros sospechamos, que si no lo hacía, la colocaría en la misma pira que a Rubiales. Porque así funciona el victimismo de la izquierda. Mano dura con los “malvados” pero también con las presuntas víctimas, para que no se salgan del recuadro.

¿Es incompatible esto segundo apunte con el primero? No, en absoluto. Hasta hace muy poco, el sentido común nos permitía distinguir lo que era una grosería, mala educación, falta o patanería social de lo que era un delito grave. La sociedad desincentivaba determinadas conductas sin necesidad de judicializarlo todo. Con la izquierda esa distinción se ha acabado. Todo es delito. Y, hasta que no pueda controlar la Justicia, ha traído de vuelta los tribunales de honor para presidirlos ella misma, por supuesto. Unos tribunales paralelos en los que lo que cuenta no es el qué, sino el quién. Así los cruzados y cruzadas que combaten denodadamente el machismo imperante pueden saltarse a discreción la justicia ordinaria, que es objetiva porque juzga los hechos, no quién los comete. Y, aunque un tribunal ordinario absuelva a un acusado, la izquierda tiene el poder nada despreciable de condenarlo civilmente sin ninguna garantía, lo que le proporciona un poderoso mecanismo de control de la opinión pública. De ahí la habitual sinceridad de algunos políticos que en privado reconocen determinados disparates, pero al mismo tiempo también admiten que no pueden o no se atreven a decirlo en público.

Lo tercero que está mal es confundir a un villano con un héroe. Rubiales no es un héroe por más que ahora, a conveniencia, pretenda denunciar el justicialismo de la izquierda, máxime cuando se ha cuidado mucho de meter en el saco a Pedro Sánchez, su principal patrocinador, y al Partido Socialista. Que alguien arremeta contra aquello que juzgamos injusto no lo convierte en nuestro héroe, tampoco en nuestro aliado. Es un caso parecido a la devoción que algunos sienten por Putin por el simple hecho de que combate el wokismo. También los talibanes lo combaten y no los consideramos ni héroes ni aliados. ¿Por qué? Pues por la sencilla razón de que no sólo cuenta aquello contra lo que se lucha, sino también y muy especialmente todo aquello que se defiende.

Lo cuarto que está mal es que, teniendo los gravísimos problemas que tenemos, estemos un día sí y otro también cabalgando polémicas chuscas, con personajes poco o nada edificantes que la izquierda convierte hábilmente en pánicos morales con los que ir ganando terreno. En esta ocasión, ha puesto el punto de mira en el fútbol a través del fútbol femenino, que es él eslabón más débil y más adecuado para su feminismo patentado. La izquierda ya controla el mundo académico, el del espectáculo y el del cine. Faltaba el del deporte que, además, mueve mucho dinero. Y es que la izquierda no es tonta, sabe muy bien donde apunta. Quiere el poder por lo que supone. Y una de las cosas más atractivas que ofrece es dinero, colocaciones y expandir sin límite las redes clientelares, a costa de lo que la sociedad crea y produce.

El deporte es el último reducto donde el igualitarismo todavía no manda, por eso precisamente, porque ahí sigue imperando la competitividad, la superación, el esfuerzo y la sana ambición, deberíamos contemplarlo no sólo como entretenimiento, sino como ejemplo para intentar trasladar las enseñanzas de sus éxitos al deporte más duro de todos: la vida. Por eso es importante que repudiemos tanto a personajes besucones y francamente impresentables como a quienes se valen de ellos para imponer sus dogmas.

A final, como prometía al principio, el ‘caso Rubiales’, por lamentable que sea, nos pone frente al espejo en lo importante por muchas razones. Pero la principal, en mi opinión, es el desconcierto, la pérdida de referencias y lo complicado que les resulta saber estar en su sitio a demasiados.

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