“Oye, que digan que España es un país conservador es mentira. Enseguida quemamos todo lo que hacemos” Caro Baroja.
Sabemos que la pérdida de memoria es un indicador más que señala cómo nos desgastamos, se observa cuando abrimos una manzana y comienza su inevitable proceso de oxidación. No somos diferentes.
La memoria no es inmune a su propia pérdida natural, un proceso biológico y neurológico irremediable e irreversible. Esto no es grave, la gravedad comienza cuando asistimos a una memoria expulsada de las aulas, con una educación que la desprecia, repitiendo el consabido mantra que aprender por repetición no es aprender, y que por consiguiente, ese tipo de práctica es inútil.
Los agregadores de contenidos, las redes sociales, la prensa digital en gran medida, no ofrecen un menú informativo mínimamente coherente en su sentido y estructura, ofrecen un plato de migajas, de aquí y de allá, muy condimentado porque hay que darle algo de gusto a unas viandas sin sustancia
Un reduccionismo más del infantilismo imperante, una simplificación que demuestra la supina ignorancia sobre la importancia que ejerce en ese aprendizaje la denostada memoria, necesario nutriente para la creatividad, que al contrario de lo que muchos creen, no es una facultad bajada del cielo, ni un privilegio de los dioses y talentosos. Tampoco es cosa superpoderes, o de comprar todo a cien.
La creatividad vacía
El pensamiento creativo dispone de un buen bagaje de recursos. Por ejemplo, establece una simpática cooperación entres sus múltiples redes cerebrales, incentiva el control cognitivo, y aquí viene lo interesante, lo consigue en la medida en que activa diferentes mecanismos de recuperación de información. Sin entrar en tediosas clasificaciones y tipologías, es obligado detenernos un momento en la memoria que funciona a largo plazo, que utiliza dos fuentes, la semántica, que nos permite reconocer aquello que en su momento tuvo un significado para nosotros. Y la autobiográfica, donde almacenamos recuerdos relacionados con nuestra vida, coloquialmente reconocida como episódica.
Muy confundida está la educación cuando reduce la memoria a una mera repetición y en consecuencia la expulsa de sus objetivos. Intentar trabajar y potenciar la creatividad sin un diseño del papel y función que desempeñará la memoria es como construir un castillo en la arena. La memoria semántica nos recuerda que aprender es recordar, que imaginar es recordar porque es preciso convertir lo objetivo en subjetivo, poner al dato caras y ojos, la significación personal que ayude a grabar el recuerdo para luego recuperarlo.
Autores como Smith E (1976) “Theories of semantic memory”, o McNamara y Holbrook (2003), insisten en la capacidad que tiene este tipo de memoria para dar sentido a las palabras y el mundo que representan. Un modo de describir ese gran diccionario y enciclopedia que cada uno lleva consigo.
Llevamos décadas de persecución con la memoria, ahora condenada al olvido. La reducción que los “nuevos pedagogos” han hecho, interpretándola como una mera operación mecánica y repetitiva, fatigosa e inútil, supone despreciar el enorme filón que tiene para el aprendizaje, y sí, también para la creatividad, porque sin memoria solo resta una creatividad vacía, nada.
Pero da lo mismo. Ya tenemos un disco duro externo a golpe de clic. ¿Para que esforzarnos en ejercitar este músculo mental tan necesario? ¿Para que perder tiempo en ordenar la información y facilitar su proceso de clasificación y discriminación? ¿Para qué buscar en nuestra memoria si lo hacemos antes y más rápido en Google?, nos preguntábamos en otro artículo.
Investigadores como Sparrow, Liu y Wegner, han publicado en Sciencie
el llamado “efecto Google”. Como psicólogos, siempre muy dispuestos a poner nombre a cualquier cosa, diremos que consiste en olvidar con facilidad lo que se puede encontrar en internet, o dicho en breve, que reduce la memoria. Sería algo así como un jefe de equipo propenso a olvidar su conocimiento y sus tareas porque sabe que hay otra persona que lo sabe o lo puede hacer.
Cuentan que el neurólogo Oliver Saks, poco antes de morir víctima de un tumor, escribió un artículo llamado “Habla, memoria”, donde relataba como según envejecía, los recuerdos de su infancia eran más nítidos. En una conversación con su hermano, le contó que recordaba con total precisión la bomba que explotó muy cerca de su casa en Londres. Pero su hermano le explicó que cuando eso ocurrió, él ya había sido trasladado por su seguridad a una casa de campo que tenía la familia. La anécdota condujo a Sacks a pensar que la ficción, que nos han podido contar o hemos podido ver, leer o imaginar, influye en nuestra vida, que tampoco importa si los recuerdos son auténticos o falsos, porque todos cimentan nuestra historia y nuestra personalidad.
Es muy difícil después de leer esta reflexión no entender el lugar relevante que debería tener la memoria en el histórico escolar de cada niño. Como expresaba Marguerite Yourcenar, “necesitamos que el tiempo, ese gran escultor, cicatrice las heridas y talle en la piedra de los años las señales de la desdicha humana”. De este modo, con la ventana siempre abierta de la memoria, y por tanto de la historia, podemos recordar, y sentir y comprender.
“El mayor error se llama libro de texto, la representación de una filosofía caduca que hacía creer al alumno que todo lo que necesitaba saber estaba en él, en lugar de invitarle a aprovechar la tecnología y buscar más respuestas”, opina E. Dans. Una afirmación muy en línea con esa “escuela nueva” que fecunda la infantiloide posmodernidad. Coincido, sin embargo en que más que memorizar mediante el estudio, algo que es aburridísimo, “hay que memorizar los conceptos por haberlos manejado mucho”. De modo que volveríamos a la importancia del diseño, al estudio de otro modo, en el que la memoria se potencia y se activa, porque no es solo un archivo de datos, es un residuo que en la medida en que seamos capaces de recuperar, accedemos al conocimiento.
La inmediatez y la fragmentación en la era del conocimiento inútil
La sociedad de la información y el conocimiento es el gran titular que instituciones, gobiernos, sistemas educativos, y de modo particular el bigtech, nos han presentado como si fuera un bonito cuento de hadas, pero para estúpidos. Fue bastante más preciso y certero J.F. Revel con su “conocimiento inútil”. Repitamos que información y conocimiento no son lo mismo, pero lo que queda claro es que la ingesta diaria de datos precisaría una buena dieta. Algunos hace tiempo apagamos el televisor, dejamos de comprar el periódico, apenas escuchamos la radio, ni leemos primeros libros en ventas, aunque el naufragio en la red siempre acecha, a lo que se añade una insoportable censura.
Los agregadores de contenidos, las redes sociales, la prensa digital en gran medida, no ofrecen un menú informativo mínimamente coherente en su sentido y estructura, ofrecen un plato de migajas, de aquí y de allá, muy condimentado porque hay que darle algo de gusto a unas viandas sin sustancia. Un conjunto de fragmentos banales, que Nietzsche lo ilustra con esta íntima y gozosa declaración acerca de las odas de Horacio:
“Hasta hoy no he experimentado con ningún poeta la misma fascinación artística que desde el primer momento he sentido con una oda horaciana. […] Ese mosaico de palabras en el que cada palabra -como sonido, como lugar, como concepto- irradia su fuerza hacia derecha e izquierda y sobre la totalidad; ese mínimo en extensión y en el número de los signos, ese máximo en la energía que con él se logra. […] Frente a eso, todo el resto de la poesía se convierte en algo demasiado popular, en una mera verbosidad sentimental.”
Tal vez la faceta más importante de la memoria sea aportar contexto. La inmediatez y la fragmentación actual de la información se atempera en la memoria, en ese mapa de referencias que no solo permite encontrar lo útil y necesario, también facilita el sentido a nuestra ruta.
Una memoria que Dostoievsky asociaba, a pesar del paso del tiempo, a los libros, fuente de concentración y reserva cognitiva, que con dificultad sobrevive a la vorágine digital. “Dejadnos solos, sin libros, y al punto estaremos perdidos y llenos de turbación. No sabremos a qué considerarnos unidos, a qué adherirnos, qué amar o qué odiar, qué es digno de respeto y qué merece nuestro desprecio. Hasta los propios semejantes os resultaron insufribles”.
Foto: Jon Tyson.