Recuerdo cuando era niño, que por las noches escuchaba el pitido del tren que pasaba cerca del internado. También recuerdo que antes de acostarnos y levantarnos nos ponían por megafonía música, siempre clásica. Estos dos recuerdos todavía me llegan en una secuencia de sensaciones, imágenes, localizaciones, ambientes. En apariencia solo son dos recuerdos, dos detalles perdidos en la inmensidad de ese gran depósito, en gran parte inconsciente, pero siempre vivo, que es la memoria. Pero esta evocación permite que no olvide una parte de mi infancia y una parte de mi historia.

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La educación se mueve entre dos grandes corrientes. La primera se desplaza a paso de paquidermo entre las viejas rutinas y modelos tradicionales, centrada en el libro, el maestro y la pizarra. Una segunda, que algunos llaman con bastante autocomplacencia “pedagogías emergentes,” con los mismos agentes (maestros y alumnos) pero con diferentes roles, en la que destaca la tecnología, dígase ordenador por niño, Escuela 2.0 y sus pizarras digitales. Esta segunda está nombrada con un sinfín de términos: educación expandida, educación disruptiva, aprendizajes ubicuos, flexibles, en red, pedagogía de pares. Y si queremos  ponernos más modernos,  nos encontramos con anglicismos como desing thinking o flipped classroom, entre otros muchos.

La memoria, siempre olvidada

En los dos modelos se olvida la memoria. En el primero porque se reduce a mecánica y repetición. En el segundo porque queda desplazada por el juego, la llamada innovación y las irrupciones tecnológicas como ponga una pizarra digital en su aula, entre con un móvil a clase o cambie su pupitre por una tablet.

¿Para qué buscar en nuestra memoria si lo hacemos antes y más rápido en Google?

¿Para qué buscar en nuestra memoria si lo hacemos antes y más rápido en Google? Los psicólogos, siempre muy atentos a estos cambios, lo llaman el efecto Google, es decir, los cambios de aprendizaje a golpe de un clic. Los “estudiantes usan Internet como una memoria externa,” afirman algunos de estos expertos psicólogos.

La memoria, un concepto olvidado en la educación

Como sugería Gustavo Bueno, “definamos para entendernos”. Por memoria entiendo la función del cerebro que permite codificar, almacenar y recuperar información del pasado. Por tanto, no se trata de “nada externo” a nosotros mismos, y no se trata de una repetición mecánica, que es el equivalente a la usual y vacía frase “aprender de memoria”. El proceso de aprendizaje implica un cambio de conducta que aunque se deba en parte a la repetición de experiencias, tiene caminos diversos. La exploración y la búsqueda de significado son el valor añadido. No se trata de “eliminar” la memoria, sino de saber enfocarla, plantearla, diseñarla y ejecutarla.

No se trata de “eliminar” la memoria, sino de saber enfocarla, plantearla, diseñarla y ejecutarla

La memoria, la atención, la motivación, son músculos que se ejercitan. Este ejercicio requiere una estrategia porque el cerebro, siendo perezoso, funciona con atajos buscando siempre el menor gasto posible. Así llegamos a una idea fundamental, la memoria siempre es selectiva. Roberto Rosler ,médico neurocirujano, insiste en que los aprendizajes dependen en gran medida de la dosificación de la información. Con la dosis nos jugamos facilitar o entorpecer el ejercicio de la atención y por consiguiente de la memoria.

La memoria nunca fue inútil, siempre tuvo sentido práctico, por eso hablamos de memoria de trabajo, que tiene limitaciones. Dispone de un depósito pequeño, con poca capacidad, y sus operaciones son muy breves. Podemos memorizar un número de teléfono, pero no muy largo, y ese número lo retenemos poco tiempo.

La memoria a corto plazo coexiste con la de larga trayectoria; ambas están conectadas

La memoria a corto plazo coexiste con la de larga trayectoria; ambas están conectadas. La primera permite registrar escasos elementos, hasta siete, con una retención mínima de diez segundos. La segunda almacena recuerdos con un plazo mayor de seis meses. La mayor o menor permanencia de estos recuerdos dependerán de la “profundidad” con que se haya procesado la información. Es evidente que la saturación informativa que domina la sociedad actual, dificulta bastante este proceso, por eso es más necesaria que nunca.

Los procesos de aprendizaje que desprecian la memoria olvidan que el proceso de información depende en gran medida del diseño y la estrategia que apliquemos. No se trata de desplazar la memoria por un conjunto de actividades rápidas y muy divertidas, sino de precisar “qué aspectos, significados, datos” son precisos retener para que formen parte del recuerdo. Por tanto, no es cuestión de apartar la memoria, sino de diseñar su uso.

¿Qué debemos priorizar cuando preparamos una sesión informativa? La respuesta obliga a anticipar la sobrecarga, lo que significa hacer una buena planificación. ¿Cuántos datos aportaré sobre este tema? , ¿qué cantidad de instrucciones y pautas son necesarias? , ¿qué duración e intensidad tendrá la actividad hasta que llegue a mis objetivos? Es una lástima constatar la numerosas conferencias, clases y sesiones que se van al garete solo porque no se ha dosificado la información, y no se ha facilitado la memoria de trabajo.

El funcionamiento del cerebro

El cerebro inicia todo aprendizaje desde y con la memoria. Todo lo que aprendemos toca la memoria, todo lo que comprendemos conecta con lo que tenemos, y reducir la memoria a una mecánica de repetición es un esfuerzo innecesario y una pérdida de tiempo. Con frecuencia se abanderan movimientos de renovación pedagógica desde la exclusión de la memoria,  cuando lo relevante es el diseño con el que trabajamos la información.

El cerebro inicia todo aprendizaje desde y con la memoria

Pero antes de llegar a la memoria todo pasa por un exigente vigilante. El bebé se asoma al cerebro por la puerta de la atención. Cuando el niño nace no ve y apenas existe lo exterior, está centrado en sus propias sensaciones. Nacemos ciegos, solo percibimos luces y sombras, las pupilas están débiles y los ojos apenas se mueven. Veinte centímetros es la distancia visual, los que separan sus ojos de los pechos de su madre. Pero nunca la atención estuvo tan centrada como entonces.

La memoria, un concepto olvidado en la educación

Hoy flotamos en la era de la atención parcial continua, señala Linda Stone, miembro del consejo asesor del MIT MediaLab. Hacer varias cosas a la vez requiere escasa capacidad cognitiva. Podemos caminar y pensar, conducir y escuchar música. Pero no podemos escuchar y escribir a la vez, porque exigen una mayor atención.

Conforme atendemos a diferentes fuentes de información, “repartimos” la atención que se dispersa y se hace más superficial. Los cantos de sirena tecnológicos que repiten como un mantra las bondades de la multitarea, y exhiben las capacidades y superpoderes de los nativos digitales capaces de ejecutar tres o cuatro cosas a la vez, son una falacia.

Las capacidades y superpoderes de los nativos digitales capaces de ejecutar tres o cuatro cosas a la vez, son una falacia

Los estudios del cerebro han demostrado que pasar del off al on es un desgaste, y que cada vez que nuestro motor sináptico arranca hay un derroche de energía, dado que con cada actividad hay un arranque. Por tanto, un mayor desgaste que afecta siempre y primero a la atención. Esta época del exceso no permite que estemos “sin hacer nada”, que es cuando el cerebro trabaja muchísimo, un tiempo clave para su retroalimentación, una puerta para la creación. Pero el aburrimiento hoy está condenado, se desperdicia como fuente intensa e inmensa de creación.

El “por si acaso” y el miedo a “perderse algo” son constantes en la era de la saturación informativa. Las múltiples llamadas, alertas y alarmas del móvil envían sus píldoras de dopamina, que producen una gratificación inmediata, efímera e intensa. Pero insuficiente porque siempre necesita más. “Todas las rosas están en la palabra”, señala J.L. Borges, que dedicó  muchas palabras a la memoria. Su cuento Funes el memorioso, conduce la memoria por la metáfora de los senderos, que son tiempo y recuerdo.


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