Pese a lo que manifestaban las encuestas y luego del gran resultado obtenido en las internas abiertas, el fenómeno anarcocapitalista de Javier Milei tuvo un freno en las últimas elecciones generales de Argentina. Si bien le alcanzó para llegar al balotaje contra el candidato oficialista de la coalición peronista, Sergio Massa, lo cierto es que con 30% de los votos ha quedado rezagado casi 7% por detrás del actual ministro de economía.
Ahora la ciudadanía deberá elegir entre uno u otro el domingo 19 de noviembre en una elección que será voto en voto, especialmente después de que, el último miércoles, Milei haya recibido el apoyo explícito de Patricia Bullrich, la candidata del espacio de derecha liberal que había quedado tercera y que responde a la jefatura política del expresidente Mauricio Macri. Si la política admitiera las sumas simples, los 30 puntos de Milei sumados a los 23 de Bullrich alcanzarían para ganar pero, claro, las matemáticas simples no se llevan bien con la política.
Tal como sucede en España donde, por ejemplo, en un gobierno de coalición, quienes tienen responsabilidades de gobierno critican al gobierno del cual forman parte pero nunca renuncian, en Argentina todos son opositores al presidente Alberto Fernández
Ahora bien, es probable que un lector desprevenido que no viva en el país encuentre que este resultado choca con las noticias que recibe asiduamente de Argentina, esto es, una crisis endémica con una inflación de 140% anual, aumento de la pobreza, deudas que no se pagan o se renegocian eternamente, etc. Dicho de otra manera, tomando en cuenta que el candidato oficialista es, como decíamos, el actual ministro de economía, resulta sorprendente que el peronismo sea competitivo y llegue a la instancia final con posibilidades de triunfar. Máxime cuando a estos elementos se le debe agregar que la actual gestión ha sido, en líneas generales, mala, atravesada por las disputas internas entre el presidente Fernández y quien lo puso allí, esto es, su Vice, Cristina Kirchner, y que, como si esto fuera poco, fue el gobierno al que le tocó atravesar la pandemia, la guerra en Ucrania y una sequía histórica que dañó enormemente la economía.
Sin dudas, desde la elección de agosto, en la que Milei había triunfado, y la votación de días atrás, el oficialismo activó su maquinaria electoral lo cual incluyó la acción deliberada de gobernadores e intendentes que no habían hecho todo lo necesario en la elección de agosto. Además, ordenó discursivamente la campaña apartando de la escena pública tanto al presidente Fernández como a la propia Cristina Kirchner, e impulsó una serie de medidas tendientes a una recomposición salarial directa o indirecta. Gracias a esto se dio un fenómeno que es muy particular pero que ha ocurrido en otros países: el candidato oficialista logró aparecer como parte de la ola de cambio. En otras palabras, tal como sucede en España donde, por ejemplo, en un gobierno de coalición, quienes tienen responsabilidades de gobierno critican al gobierno del cual forman parte pero nunca renuncian, en Argentina todos son opositores al presidente Alberto Fernández. El escenario, entonces, no confronta a oficialistas con opositores sino a opositores opositores contra opositores oficialistas.
La referencia a la “ola de cambio” es relevante porque como también ha sucedido en otros países, el cambio tiene buena prensa y de hecho se ha transformado en un significante vacío como cuando uno va a la peluquería, no sabe qué corte hacerse y le dice al peluquero: “No sé, quiero un cambio”.
El mejor ejemplo en este punto es el que ofrece el expresidente Mauricio Macri, quien salió a brindarle un apoyo incondicional a Javier Milei y de quien se sospecha que tenía un acuerdo con el candidato libertario incluso previo al resultado de octubre. Me refiero a que, en estos últimos días, Macri afirmó que Milei era una incógnita pero que al menos nunca había gobernado; o, lo que es peor, indicó que votar a Milei es como cuando “vas en un auto a 100 km y te vas a chocar con el paredón y sabés que te matás, entonces te tirás del auto. ¿Vas a sobrevivir? Qué se yo, pero tenés una chance». Evidentemente, vamos a convenir que no es la metáfora más feliz, especialmente si se trata de ofrecer tranquilidad al electorado. Pero a su vez, solo puede entenderse en el marco de un clima cultural en el que ya no importa el contenido; lo que importa es cambiar. No importa hacia dónde; cambiar como un fin en sí mismo.
Sin embargo, en su torpeza, Macri también expone lo que es un sentir de los propios mercados: Milei es un salto al vacío. Efectivamente, sus propuestas son tan radicales y de tan dudosa aplicabilidad y éxito que los propios mercados rechazan al candidato más promercado que diera la política argentina en su historia. Así, salvo aquellos sectores cuyas diferencias ideológicas con el gobierno son insalvables, no es descabellado afirmar que la gran mayoría de los denominados “mercados” preferirían un triunfo de Massa, quien es, por cierto, el más liberal de los peronistas y quien supo enfrentarse y vencer al kirchnerismo en 2013 más allá de que hoy se encuentre apoyado por este espacio. De hecho, Massa tiene vínculos estrechos con la Embajada de Estados Unidos, ha afirmado que Venezuela vive una dictadura, se solidarizó sin peros con Israel tras el ataque de Hamas y tiene una agenda en materia de seguridad que sectores del kirchnerismo no dudan en considerar “de derecha”.
Es más, aunque será materia de otro artículo, el gran diferencial de Massa es que no es kirchnerista y hasta hay buenas razones para imaginar que un Massa con poder acabaría definitivamente con un kirchnerismo que en la actualidad ocupa el lugar de minoría intensa y se encuentra refugiado en la frontera más populosa de la provincia de Buenos Aires.
Ahora bien, más allá de las acciones de Massa desde agosto hasta aquí para lograr dar vuelta la elección, no se debe pasar por alto un elemento central para comprender cómo el peronismo, a pesar de que ha perdido muchos votos desde el 2019 hasta aquí, resulta competitivo. Me refiero a la división de la oposición entre una suerte de derecha más o menos liberal/republicana y una propuesta anarcocapitalista, moralmente conservadora y con un líder con aspectos claramente populistas. Es más, se debería afirmar taxativamente que este era el único escenario en el que el gobierno peronista podía ser reelecto, esto es, ofreciendo su candidato más liberal, con una división de la oposición y con el ingreso al balotaje de la versión más radicalizada de la oposición. Así, si algún demiurgo hubiera diseñado idealmente la única posibilidad de triunfo, sin duda se hubiera parecido a ésta (de hecho, hay buenas razones para confirmar que el aparato electoral peronista “cuidó” los votos de Milei en agosto para debilitar al espacio de Macri, y no se debe pasar por alto que tres días antes de pactar con Milei, Bullrich y Macri seguían afirmando que el libertario tenía un pacto con el peronismo).
Dicho esto, la propia dinámica de los balotajes y la enorme división que afecta a la sociedad argentina prometen un final cabeza a cabeza. Si prima el clivaje peronismo vs antiperonismo, incluso más que el de cambio vs continuidad, por las razones antes esgrimidas, Milei corre con buenas chances para imponerse. De hecho, su discurso “casta vs anticasta” ya ha mutado a “kirchnerismo (peronismo) vs antikirchnerismo (antiperonismo)”. Del otro lado, claro está, se ofrecerá la misma receta que ha sido efectiva en España pero también en Brasil y hasta en Estados Unidos: “democracia vs fascismo”.
Cualquiera sea el resultado, habrá una recomposición del mapa político argentino lo cual siempre es determinante para la región: si triunfa el oficialismo, la incógnita es cómo podrán cohabitar el kirchnerismo y el massismo en un mismo espacio sin que esas disputas afecten la gobernabilidad. Si triunfa la oposición, se supone que habrá un clima de tensión constante en las calles ante un eventual avance de las propuestas más radicales de Milei y quedará por ver cómo será la relación entre el presidente y Macri, quien aparecería como el verdadero poder en las sombras.
En este último escenario se demostraría que en la Argentina tanto o más importante que la mitología peronista, es la mitología antiperonista y veríamos el sueño de una derecha moderna liberal y republicana adoradora de Obama sucumbir ante una oferta populista y ultraliberal en lo económico con el único fin de acabar como sea y para siempre con el peronismo.
Decían que eran antipopulistas pero eran, simplemente, antiperonistas.
Foto: Alanbouraine.