La semana pasada se conmemoró en Volgogrado el 80 aniversario de la victoria soviética en la batalla de Stalingrado. Una victoria decisiva porque la rendición del 6º Ejército del general von Paulus marcó el inició de la derrota alemana en el frente oriental y en la Segunda Guerra Mundial. La ciudad, que recibió el nombre de Stalingrado en 1925 y fue renombrada Volgogrado en 1961, podría recuperar su antigua denominación y volver a ser la “ciudad de Stalin” por una petición de los veteranos de la batalla y, según la agencia TASS, el gobernador regional Andrei Bocharov ha formado un consejo cívico para estudiar la opinión pública al respecto. En plena efervescencia soviética, el miércoles se inauguró un nuevo monumento a Stalin, un busto, cerca del Museo de la Batalla de Stalingrado, junto a los bustos de los mariscales soviéticos Georgy Zhukov y Alexander Vasilevsky. Los “arquitectos de la victoria de Stalingrado”, como afirmó el presidente de la Duma Regional de Volgogrado, Aleksandr Bloshkin. Durante la ceremonia, una guardia de honor depositó flores en los tres monumentos. No es el primer monumento al tirano en Volgogrado, en diciembre de 2019 se inauguró un busto de hormigón de dos metros, junto la sede local del Partido Comunista, para conmemorar el 140 aniversario del nacimiento de Stalin.

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Enormes carteles con la imagen de Stalin se colocaron en algunos edificios, dando la impresión de que la ciudad había retrocedido en el tiempo hasta mediados del siglo pasado. El culto a Stalin ha vuelto con fuerza a la Rusia actual de la mano de un régimen que evoca con nostalgia, por encima de todo, el pasado soviético. A pesar de ello, buena parte de la “derecha” occidental parece completamente ciega al neosovietismo de Putin. Ante las imágenes de estos días, los defensores del supuesto conservadurismo del Kremlin repiten que se trata de Stalingrado y de que los rusos simplemente celebran su victoria en la Gran Guerra Patriótica. Dentro de ese saco sinfín entrarían también el izado de las banderas soviéticas o la reposición de las estatuas de Lenin, aunque el líder de la Revolución de Octubre no tenga nada que ver con la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, para despejar cualquier duda de que la nueva Rusia se parece mucho a la antigua, sólo es necesario consultar el nuevo callejero que los ocupantes rusos están imponiendo en las ciudades ucranianas bajo su control. El politólogo Sergej Sumlenny, cuyo trabajo académico se centra en Europa del Este, pone como ejemplo la ciudad ocupada de Melitopol. Evidentemente, en muchos casos el cambio del callejero responde a la intención de eliminar todo rastro ucraniano de la ciudad, la cuestión está en que los nuevos nombres toman como referentes a generales y verdugos estalinistas y a figuras históricas del comunismo. Es una vuelta al pasado, a cuando esos lugares pertenecían a la Unión Soviética.

Karl Marx dijo sobre el golpe de estado de Luis Bonaparte, que pretendía emular a Napoleón, que la historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa

Así, la calle dedicada a Pilip Orlik, autor de la primera Constitución ucraniana, ha sido renombrada como Vasili Konstantínovich Blücher. Comandante del Ejército Rojo durante la Guerra Civil Rusa y posteriormente gobernador militar de la región del Extremo Oriente, donde alcanzó en 1935 el rango de mariscal de la Unión Soviética. Cuando empezaron las purgas en el Ejército Rojo en 1937, Blücher fue uno de los generales que participaron en la acusación contra el mariscal Mijaíl Tujachevski. A salvo de la purga, Blücher regresó al Extremo Oriente y comandó a las fuerzas soviéticas que se enfrentaron a los japoneses en la batalla del lago Jasán (julio-agosto de 1938). Los soviéticos vencieron, pero Moscú consideró que las bajas sufridas habían sido excesivas y eso provocó su caída en desgracia. El NKVD le acusó de espionaje en favor de Japón y lo arrestó el 22 de octubre de 1938. Blücher se negó a confesar y fue torturado, muriendo en prisión el 9 de noviembre.

Otro estalinista que ha regresado al callejero de su ciudad de origen es Izrail Iakovlevich Dagin. Miembro del Ejército Rojo desde 1917, Dagin se unió a la Cheka y al Partido Comunista en 1919. Su eficacia en los órganos de represión soviéticos (Cheka-OGPU-NKVD) le hicieron merecedor de dos insignias de honor de la Cheka/GPU en 1924 y 1932, y distintos ascensos hasta convertirse en comisario de la seguridad del Estado de tercer grado. Dagin desempeño su actividad en el Cáucaso norte y en noviembre de 1938 fue ascendido a jefe de la 1ª Sección (protección de dirigentes) de la Dirección Principal de Seguridad del Estado. Como otros muchos chekistas, Dagin corrió la misma suerte de sus víctimas. Detenido en mayo de 1938, fue condenado a muerte el 21 de enero de 1940 en Moscú y ejecutado al día siguiente.

El socialismo internacional también tiene su lugar el nuevo callejero y las calles antaño dedicadas a Oleksandr Dovzhenko, pionero del cine soviético pero ucraniano, y a Yaroslav el Sabio, Gran Duque de la Rus de Kiev, han sido renombradas en honor a Karl Liebknecht y a Rosa Luxemburgo, fundadores del Partido Comunista Alemán.

Karl Marx dijo sobre el golpe de estado de Luis Bonaparte, que pretendía emular a Napoleón, que “la historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa”. Putin no es Stalin ni Pedro el Grande, el ejército ruso no es el imparable Ejército Rojo, ni la Rusia actual es la Unión Soviética. El intento de resucitar el imperio soviético va camino de convertirse en una miserable farsa, pero ya es una gran tragedia.

Foto: Steve Harvey.


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