Decía Borges que hay que elegir bien a los enemigos porque uno acaba pareciéndose a ellos. Los pensantes posmodernos que predican por tele, web y radio se sumaron a la noble tradición luchar contra el fascismo, ese enemigo sin forma ni fondo, al que caben todas las críticas que se les pudieran ocurrir a sus cabecitas tan cool. Ser antifa mola. Ser feminista también. ¿Quién puede estar a favor de un estado totalitario? ¿Quién está en contra de los derechos de las mujeres en el mundo occidental? Si lo preguntas así, en frío, solo unos pocos cabezabuques chiflados contestarán positivamente. Lógico.

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La cosa, sin embargo, se complica cuando para luchar contra tu enemigo olvidas completamente las razones por las que luchas contra él. La confrontación inercial y acrítica termina necesariamente dando la razón al escritor argentino. Los antifascistas de hoy son los fascistas del mañana, solo que hoy ya es ayer y mañana es hoy.

Cuando el gregarismo, tan humano, por cierto, se merienda cualquier discrepancia, olvidas de pronto que las críticas del fascismo al marxismo de entre guerras se debían fundamentalmente a la vocación internacionalista de la Revolución Rusa, que pretendía trasladar la dictadura del proletariado al resto del mundo. Se te pasa que ambos tenían en común el mismo desprecio por el capitalismo liberal. Mussolini y Hitler lo criticaban con proverbial vehemencia en infinidad de discursos. Recuerdo a un joven pretendidamente combativo en el campus de una universidad, americana si no mal recuerdo, repitiendo palabra por palabra un discurso del Führer, al que los asistentes congregados aplaudían embelesados. Los asistentes no eran cabezas rapadas con cazadoras bomber y botas de punta de acero.

Vivimos rodeados de multitud de personas que efectivamente se creen con la potestad no solo de juzgar nuestros actos, si no de ejercer censura y coacción para que no los llevemos a cabo

En este orden de cosas, los fascistas de hoy, también llamados antifascistas, rinden entiendo que, sin querer, pero sobre todo sin saber, cumplido culto al poder de los fasces y, como en la antigua República Romana, pretenden convertirse en lictores para impartir la justicia discrecional que los magistrados curules, en forma de líderes del movimiento, determinan. Así funciona para ellos el imperium de la ley. Es el imperio que pretenden. No hemos cambiado demasiado en 2000 años, según parece.

Como la religión es el opio del pueblo es necesario ponerla en la picota. Además, en España, la dictadura franquista fue ampliamente apoyada por las altas instancias católicas. Esto convierta al Caudillo en una bicha con dos cabezas que hay que cortar, el fascismo y el catolicismo. Poco importa que esté muerto, enterrado, desenterrado y vuelto a enterrar. Es una coartada infalible. Un dos por uno. La oferta que nunca caduca.

La generación más titulada de la Historia no puede conseguir el título en autocrítica, porque eso no se enseña en la escuela ni en la universidad. Las consecuencias son ya patentes. El antifa feminista de hoy es un calco del censor con sotana de ayer. Es un franquista moderno, que defiende a capa y espada la Seguridad Social creada por el Generalísimo. Un meapilas con cresta de colores. Si la estética exterior difiere, la esencia interior es un calco. La moral superior adquirida por imposición de manos o el carné del partido, los convierte en lictores ejecutores de la Justicia y conocedores de la Verdad Suprema y Única.

Cuando a una universidad se le ocurre programar un seminario sobre ese cine para degenerados que todos vemos a oscuras en casa, no solo hay que protestar. Hay que protestar y amenazar hasta cancelarlo. ¿Cómo se les ocurre anunciarlo con una chica practicando una tradicional técnica de ataduras sicalípticas japonesa que data del tiempo de los samuráis?

Todo lo que son incapaces de comprender o compartir debe estar prohibido y cancelado. Ayer y hoy. Perseguido y censurado. La Verdad y la Justicia les han sido reveladas y, puesto que esto les es ajeno y difícil de digerir, es digno del mayor de los oprobios, debe penarse con cárcel y perseguirse sin descanso. El enemigo es el diferente, el disidente. No olviden, que, si tenemos en cuenta que todos somos diferentes, cualquiera puede ser el enemigo en su caza de brujas. Usted y yo.

Cuando uno va cumpliendo años y conociendo gente distinta, hablando de todo y relacionándose en distintos ámbitos y en cualquiera de las formas que se les ocurran, acaba por conocer gente que disfruta de la vida y de su cuerpo de las maneras más bizarras y extravagantes. Desde el bocadillo de mejillones con nocilla a las mayores depravaciones. Para gustos, colores. A mi no me gusta el queso y también veo vídeos de esos, solo en mi casa. ¿Y qué? Quizá hubiera asistido al curso suspendido en mis años mozos.

Con un poco de reflexión se comprende que es inevitable la diferencia. Con una pequeña dosis de distancia y algo de tolerancia se adivina que todos tenemos nuestros vicios, pequeños o grandes, y que es necesario un mercado que los satisfaga. Cuando el mercado es libre compite y cumple. Ya sea con el tabaco o el alcohol, con los mensajes del grupo de whatsapp subidos de tono o aquellos viejos cines de sesión continua donde proyectaban “Qué buena ranura para una cosa tan dura”, los vicios existen desde que el hombre es hombre y siempre habrá quien esté dispuesto a satisfacer nuestros anhelos más secretos y ocultos. Si lo criminalizamos, los vicios se satisfarán en el mercado negro, donde la ilegalidad atrae a quien está dispuesto a saltársela ante la promesa de un mayor beneficio económico, con el riesgo que esto conlleva. Aquí nadie está a favor del sometimiento y la trata de personas, de la esclavitud a la que se han visto sometidas muchas mujeres. Pero media un abismo entre esto y la imposibilidad de que un grupo de mujeres, que trabajan en lugares oscuros con mucho humo y le hablan de tú sin conocerle de nada, que, a la postre, ejercen libremente el oficio más antiguo del mundo, creen una asociación que las represente, como ocurrió hace unos años.

Vivimos rodeados de multitud de personas que efectivamente se creen con la potestad no solo de juzgar nuestros actos, si no de ejercer censura y coacción para que no los llevemos a cabo. Justifican el uso de la violencia contra todo aquello que no les parece bien, esgrimiendo las razones más peregrinas. No se trata solamente de satisfacer esas fantasías que rara vez confesamos. Ya se vislumbran negros nubarrones sobre nuestros pecadillos más veniales, como la comida o algunas bebidas. Están en tela de juicio el tabaco o el alcohol desde mucho antes de que yo naciera. La ciencia ya no es cierta. Es la aplicación del rodillo totalitarista la que llama a nuestras puertas, sin duda ninguna. La censura llega a tal punto que hemos tenido que reformar este artículo, llenándolo de eufemismos y eliminando cualquier referencia que pueda hacer saltar las alarmas de los buscadores y calificarlo como inadecuado. No se puede escribir sobre todo lo que uno quisiera y de la forma que uno quisiera, en un medio como disidentia.com so pena de ser penalizado y tachado de malhechor. Hoy, ya, aquí.

No se fíen de quien no tiene vicios. Desconfíen del que quiere acabar con sus malas costumbres. El más recto de los censores es a buen seguro el más depravado de la comarca, como el asesino en serie es educado, amable y poco amigo de líos. No se trata de liberar a nadie y menos a la mujer, si no de someternos a todos. De pillar su parte de pastel en el 1984 que preparan. Para ellos Orwell, que luchó en la guerra civil española en el bando republicano, Orwell el de “voy a matar fascistas porque alguien debe hacerlo” es un fascista neoliberal de tomo y lomo. Escrito lo tienen.

Foto: Benjamin Ranger


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