Allí donde la política y la ciencia se encaman, florecen la irracionalidad y el fanatismo. Los científicos se dedican principalmente —deberían— a descubrir y describir las relaciones existentes entre lo que nos rodea y, por lo tanto, de su actividad investigadora surgen inevitablemente nuevas preguntas. Los políticos, al contrario, están particularmente interesados en aquellas respuestas que apoyan su agenda y que pueden usar bajo el marchamo absolutista de verdad definitiva: “lo dice la ciencia”.
La hipocresía política crece a partir de la necesidad de escoger entre el ramillete de la creciente cartera de conocimientos científicos-técnicos, únicamente aquellos que mejor sirvan a los objetivos fijados. El sinsentido aquí radica en que, si bien la elección así realizada proporciona apoyo a la argumentación del político, también reduce el campo de posibles acciones … políticas, sociales o científicas.
Uno de los temas que mejor ilustra lo que les cuento es el del debate climático, donde un proceso físico como el efecto invernadero se considera evidencia suficiente para promocionar la descarbonización de nuestra forma de vida. Y esto a pesar de que probablemente ni los políticos que han adoptado esa agenda, ni los periodistas que la inculcan, serían capaces de explicar con corrección —más allá de cuatro cifras aprendidas y un par de citas bien escogidas —qué es eso del cambio climático.
Lo cierto es que el clima de la tierra es, además de complejo, muy variable. La vida en nuestro planeta se ha desarrollado subiendo y bajando en la montaña rusa tectónico-oceánica-climática: de épocas glaciares a períodos cálidos en los que crecían palmeras en el Círculo Polar Ártico, pasando de pangeas a continentes y sorteando las nuevas cadenas montañosas que surgían tras la colisión de dos placas tectónicas.
En lo que al clima se refiere, los últimos 500 millones de años están bastante bien caracterizados por la ciencia de la paleoclimatología. Para este período, que corresponde aproximadamente a la era del Fanerozoico (es decir, la edad geológica en la que han surgido las formas de vida complejas), los científicos pueden hacer reconstrucciones bastante precisas del clima. Usan para ello los llamados «proxies», obteniendo información de los anillos de los árboles, sedimentos marinos o núcleos de hielo.
Los hallazgos fósiles demuestran que los cocodrilos y las tortugas vivían al norte del Círculo Polar Ártico. En ninguna parte, ni siquiera en los polos, la temperatura media era inferior a cero grados centígrados
De forma muy resumida: vivimos hoy en un período relativamente cálido (interglacial) dentro de un período muy frío (edad de hielo). Hace 100 millones de años, en el período Cretácico, la Tierra se veía muy diferente a como la vemos hoy. Los hallazgos fósiles demuestran que los cocodrilos y las tortugas vivían al norte del Círculo Polar Ártico. En ninguna parte, ni siquiera en los polos, la temperatura media era inferior a cero grados centígrados. Como el agua no estaba fijada en los glaciares, el nivel del mar era 200 metros más alto que hoy.
La bajada de temperaturas que condujo a la edad de hielo actual comenzó hace unos 50 millones de años. Las razones de ello son controvertidas. Una de las teorías más aceptadas supone que la propagación y la posterior sedimentación del helecho de agua dulce Azolla capturó cantidades significativas de gases de efecto invernadero, como el CO2. En los últimos doce millones de años, la caída de temperatura se ha vuelto más fuerte, culminando en una rápida sucesión de glaciaciones cada vez más intensas que han caracterizado los últimos tres millones de años.
¿Y el Homo sapiens? Hace unos 12,000 años, en el Neolítico, comenzó una transición global por la que las culturas de cazadores-recolectores pasaron a convertirse en culturas de campesinos sedentarios. Con el fin de obtener tierras para la agricultura y material para generar energía (calor, cocina, industria de los metales…), comenzamos a talar y quemar bosques de forma cada vez más extensiva, liberando cantidades significativas de CO2. A esto hemos ido agregando el metano generado a través de la cría de ganado y el cultivo de arroz (los campos de arroz son esencialmente pantanos artificiales).
Es muy probable que esta tendencia al calentamiento «antropogénico continúe en las próximas décadas
Con la industrialización en el siglo XIX, la concentración de CO2 siguió aumentando debido a la quema de carbón y más tarde de petróleo y gas natural. Aunque ignoramos si esto es únicamente debido a la acción humana, podemos afirmar que desde el año 1000 DC, el contenido de CO2 de la atmósfera ha aumentado de 280 partes por millón (ppm) a más de 400 ppm.
El resultado es una tendencia de calentamiento en plena época interglacial. Dado que las emisiones de gases de efecto invernadero siguen aumentando para generar prosperidad en las economías emergentes y en vías de desarrollo, es muy probable que esta tendencia al calentamiento «antropogénico continúe en las próximas décadas.
Y hasta aquí hemos llegado: la ciencia pone estos conocimientos en manos de los políticos y ellos deciden planificar nuestro futuro. El primer paso: descabonizar la economía, que es lo mismo que decir descabonizar nuestro modus vivendi. Ocurre que, incluso si nos abandonamos al principio de precaución más absolutista, ignorando todos los imponderables asociados a las proyecciones, pronósticos y modelos al uso, una estrategia destinada principalmente a reducir y evitar las emisiones de gases de efecto invernadero no carece de alternativas.
Incluso si se parte de la premisa de que los riesgos potencialmente concebibles de un calentamiento global progresivo nos obligan a la acción, la investigación científica básica no determina qué debemos hacer. Al contrario, lo normal en ciencia sería que surgiesen conceptos y propuestas diametralmente opuestos a la política climática actual, o cuando menos, diferentes alternativas.
Lo normal en ciencia sería que surgiesen conceptos y propuestas diametralmente opuestos a la política climática actual, o cuando menos, diferentes alternativas
Alrededor de las traídas y llevadas consecuencias del calentamiento global nos encontramos con muchos malentendidos. Contrariamente a la creencia popular, un aumento de temperatura media del planeta no es un desastre para la biodiversidad. Dado el tamaño de la tierra y la diversidad de sus hábitats, la ciencia sobre la biodiversidad todavía está en su infancia. Hasta ahora, los biólogos conocen alrededor de 1,75 millones de especies animales y vegetales. Sin embargo, cuando se trata de la cantidad de especies desconocidas que existen, las estimaciones científicas varían ampliamente. Podríamos estar hablando de tres millones o 10 millones de especies.
Con tanta incertidumbre, es prácticamente imposible hacer ninguna afirmación confiable sobre el tema. Afirmar, sin embargo, que un mundo más cálido debería ser menos rico en especies parece la menos plausible de todas. Cuanto más cerca del ecuador —clima más cálido— mayor es la biodiversidad; en latitudes más altas (es decir, más frías) y en las montañas la biodiversidad disminuye. En la historia de la tierra, los períodos cálidos fueron siempre los más ricos en especies.
El cambio climático antropogénico tampoco ha sido un problema importante para la humanidad hasta el momento. Puede parecer contraintuitivo, pero, de hecho, las muertes relacionadas con fenómenos climáticos han estado disminuyendo dramáticamente durante décadas. El número de muertes por tormentas, sequías, inundaciones, deslizamientos de tierra, incendios forestales y temperaturas extremas ha disminuído, según datos de la Agencia Americana para el Desarrollo Internacional (OFDA) y el Centro Belga de Investigación sobre Epidemiología de Desastres Naturales (CRED), considerablemente en los últimos 90 años y esto a pesar de que durante el mismo período la población mundial se ha más que triplicado. Las razones son el progreso tecnológico, el acceso a energía abundante y barata y el consiguiente aumento de la prosperidad. Cada vez podemos predecir mejor el clima extremo (por ejemplo, a través de la tecnología satelital) y protegernos físicamente de él (por ejemplo, a través de diques, sistemas de drenaje o edificios más robustos).
el calentamiento global no puede considerarse una perturbación del «equilibrio natural». Nunca hubo tal equilibrio
Por último, el cambio climático antropogénico no parece ser una desviación relevante de las fluctuaciones que se han producido en el contexto de la variabilidad natural durante millones de años (¡la Tierra sigue en una época de frío!). En términos de velocidad —la famosa aceleración imprecedente— tampoco podemos calificar el cambio actual como infrecuente (los rápidos cambios climáticos también ocurren naturalmente, véase la llamada fluctuación Misox hace 8200 años, que provocó una caída de la temperatura global de alrededor de tres grados Celsius en 150 años). Por lo tanto, el calentamiento global no puede considerarse una perturbación del «equilibrio natural». Nunca hubo tal equilibrio. El cambio climático antropogénico no es principalmente un problema para la naturaleza, sino para los humanos. Esto se debe a la extensa infraestructura física (ciudades, tierras agrícolas) que hemos creado cerca de la costa y que está amenazada por el aumento del nivel del mar.
Una respuesta racional al cambio climático podría incluir medidas para proteger áreas costeras y no entorpecer —mediante absurdas leyes que únicamente atienden a determinadas agendas políticas o intereses de algún lobby— el desarrollo, la mejora y la aplicación de tecnologías de generación de energía de coste bajo y fácil acceso. Sin embargo, las voces racionales son raras en el debate actual. En los círculos occidentales dominantes, impera la visión por la que el cambio climático es únicamente consecuencia de la acción humana sobre una naturaleza «siempre armónica y en equilibrio», o incluso como una especie de «castigo» por nuestra arrogancia. Este punto de vista se ve respaldado por el alarmismo de los ecologistas —y los políticos que compran su agenda—, algunos científicos «activistas», y los periodistas que toman esas afirmaciones y esa visión del mundo de manera totalmente acrítica haciéndolas propias.
La ciencia del clima es todavía una disciplina relativamente joven. No conocemos las respuestas a casi ninguna pregunta
La ciencia del clima es todavía una disciplina relativamente joven. No conocemos las respuestas a casi ninguna pregunta. La investigación seria sobre el clima es, por lo tanto, útil y necesaria. Precisamente por esta razón se debe sospechar siempre de una política de protección climática consistente en gastar mucho dinero del contribuyente e intervenir con más y más reglas en la economía y la sociedad. Es más sensato seguir investigando para comprender mejor el clima, para desarrollar tecnologías que nos permitan hacer frente (adaptarnos) a las consecuencias del cambio climático y, en última instancia, para influir en el clima de forma selectiva.
Necesitamos un debate serio y abierto sobre el cambio climático, sus posibles consecuencias y nuestras opciones de acción. Únicamente desde una relación libre de intereses entre ciencia y política lograremos nuestros objetivos.
Debe estar conectado para enviar un comentario.