Podemos encontrar la base de las relaciones humanas en el Principio de No Agresión. En román paladino, si tú me tratas bien, yo te trato bien. Puesto que la mayoría de nosotros, en principio, queremos recibir un trato positivo nos comportamos de una manera acorde y evitamos ser unos estúpidos o unos violentos. Es evidente que no siempre esto ocurre, el miedo o la ignorancia, incluso el mero hecho de tener un mal día por la razón que sea nos lleva, en ocasiones, a iniciar las hostilidades o a responder de forma descontrolada a otros semejantes. A veces, sin duda, pagan justos por pecadores. Además, no hay que olvidar el “Factor Imbécil”, como suelo llamarlo. Hay personas que son rematadamente estúpidas, maleducadas o simplemente malvadas. Es un hecho inevitable que siempre estará ahí y que condicionará nuestras relaciones sociales.

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De la misma manera, nuestras relaciones con el poder tienen ese trasfondo de reciprocidad. No negará que la génesis del Estado, por muy moderno que sea, es violenta e impositiva y somete a sus ciudadanos a innumerables desafueros, como no paramos de comprobar diariamente. No obstante, desde la popularización en el mundo occidental de las democracias liberales, existen mecanismos de control y contrapesos varios contra la manu militari a la que tienden irremediablemente quienes alcanzan el poder. Las constituciones del mundo moderno se sirven de los parlamentos para, pacíficamente, modificar los preceptos que nos gobiernan, permitiendo menguar la violencia o eliminar las agresiones que desde su génesis tiene el propio Estado, para alcanzar, en definitiva, un Estado de Libertades, el Estado de Derecho. Los mecanismos incluidos en la propia legislación permiten, en el límite, eliminar todo atisbo de violencia estatal y llegar pacíficamente a una situación idílica, pero, como siempre que se trata de Libertad, frágil e inestable.

Los ciudadanos hemos de hacer ver al conglomerado de políticos, lobbies, medios de comunicación, etcétera que no es posible el cambio en la dirección que ellos proponen. Desde la sociedad civil, a través de asociaciones y agrupaciones cabe esta posibilidad. También por supuesto con nuestro voto. Pero si todo esto falla y nos vemos convertidos en una especie de Cuba habrá que ir pensando en otras opciones

Hoy en día, no cabe duda de que nos movemos en sentido contrario y estamos muy lejos de acercarnos hacia esa utopía de Libertad. Nuestros gobernantes empujan en dirección totalitaria, cercenando una y otra vez nuestros derechos, incluso los más básicos, algo para lo que esta pandemia les ha venido de perillas. No estamos muy lejos en el que no sea posible cambiar en la dirección adecuada y entonces, como ocurre por ejemplo en Cuba o Venezuela, estará perfectamente justificado desde un punto de vista moral el uso de la violencia contra nuestros gobernantes. Si no cabe posibilidad de cambio pacífico, no queda más salida que usar sus propias armas.

Es por esto qué muchos abogamos por una intervención en Cuba. Sus ciudadanos han levantado la voz, no tienen otros medios para pedir ayuda y es deber moral de los países donde nos llenamos la boca hablando de Libertad y derechos civiles acudir en su ayuda. No es que nuestras democracias anden para echar cohetes, la española es de las peores, desde luego, pero al menos aun queda un atisbo de Libertad que permite, por el momento, cambiar algo sin echarse al monte.

Por esto mismo es tan grave lo ocurrido con el Tribunal Constitucional estos días, cuya misión, que rara vez cumple en tiempo y forma, es servir como uno de esos contrapesos que antes mencionábamos, al poder político. No todo vale porque, por suerte nuestro sistema todavía tiene los mecanismos suficientes para ser cambiado desde dentro. El peligro de conculcación de las Libertades civiles está previsto mediante mecanismos que se supone garantizan la Libertad de todos, y nuestros gobiernos prefirieron saltárselos. Podremos estar de acuerdo o no en que estas garantías sean suficientes – también cabe la posibilidad de ampliarlas de forma constitucional o eliminar los preceptos que nos parezcan dictatoriales o incivilizados – pero, una vez establecido el hecho de que un gobierno ha estado saltándose repetidamente la ley durante más de un año, solo cabe su dimisión y la convocatoria de elecciones, poniendo a disposición de la judicatura a aquellos que se saltaron la ley para depurar responsabilidades si las hubiera.

Las excusas de la premura o la dimensión de los acontecimientos son indiferentes. Existiendo los mecanismos para la modificación de cualquier precepto legal, solo cabía haberlos aplicado correctamente. Por otro lado, solo hay que echar un vistazo para comprobar que sigue habiendo países dónde las cosas se hacen bien y otros donde se hacen mal.

Es por ello que me permito afirmar que esto nunca fue un problema sanitario. Siempre ha sido un problema con las Libertades. Cabe insistir también en que no se trata de oscuras conspiraciones en sótanos lúgubres y húmedos si no de una triste confluencia de intereses. Intereses de lobbies medio ambientales o políticos, de empresas cuya preponderancia en el mercado las hace muy reactivas a la competencia y prefieren vivir bajo las alas del poder. Personas e instituciones que pretenden mantener su nivel de vida o su posición y que se sirven de los resortes que la democracia pone al servicio de todos. Y no olviden tampoco el “Factor Imbécil” del que les he hablado.

Los ciudadanos hemos de hacer ver al conglomerado de políticos, lobbies, medios de comunicación, etcétera que no es posible el cambio en la dirección que ellos proponen. Desde la sociedad civil, a través de asociaciones y agrupaciones cabe esta posibilidad. También por supuesto con nuestro voto. Pero si todo esto falla y nos vemos convertidos en una especie de Cuba habrá que ir pensando en otras opciones.


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