El pasado mes de junio se produjo una noticia en el mercado editorial estadounidense. No se trataba de la publicación de un libro; por el contrario, se trataba de la decisión de una autora de meter su manuscrito en un cajón, justo en el momento en que la editorial acababa de anunciar su publicación. No es la decisión más fácil de adoptar por parte de un escritor. Con el trabajo ya hecho y la editorial dispuesta a gastarse el dinero en manchar papel y distribuirlo en paquetitos por varias librerías, sólo le quedaba esperar a que el capricho de los lectores soplase en esta ocasión a su favor. Este acto de contrición no está motivado por una renovada conmiseración con los posibles lectores. La autora, Alexandra Duncan, ha explicado los motivos en una carta pública.

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La editorial anunció la próxima publicación de su obra, Ember days. Acompañaba a la portada una breve descripción que alimentaría el interés de los compradores. La novela se sitúa en la cultura gulá, una lengua criolla creada a partir del inglés con aportaciones de varios idiomas africanos. El lenguaje se hablaba en un arco sobre el Atlántico tendido desde Jacksonville, en Florida, hasta Cabo Fear, en Carolina del Norte. La competencia del inglés ha limitado su influencia prácticamente a la zona costera de Carolina del Sur (Lowlands).

Bethany C. Morrow, otra autora que produce novelas para adolescentes, se vio en la necesidad de intervenir. Y escribió un tuit haciendo la siguiente denuncia: “Estoy repentinamente preocupada porque aparentemente una autora blanca no sólo escribe sobre un personaje gulá, un grupo de gente especialmente infrarrepresentado y reprimido, sino que escribe sobre una hechicera. ¿Qué está escondiendo a la vista de todos?”.

Cada uno de nosotros, como miembros de una raza, cargamos con todos los agravios y las culpas adheridas a nuestra piel. Lo que nos define no son nuestras acciones; lo que Martin Luther King llamaba nuestro carácter, sino nuestra raza. Somos víctimas o verdugos por cuestiones que van más allá de nuestras acciones

Morrow aplica los cánones racistas del momento. Una autora que es blanca no puede escribir sobre una cultura que pertenece a personas de otra raza. Es apropiación cultural. La lógica subyacente nunca se explicita. Las culturas son subproductos históricos de las razas. Todas son preciosas, siempre que no sean propias de la raza blanca. Unas fenecieron por la agresión de la raza blanca. Otras sobreviven, agonizantes.

Cada uno de nosotros, como miembros de una raza, cargamos con todos los agravios y las culpas adheridas a nuestra piel. Lo que nos define no son nuestras acciones; lo que Martin Luther King llamaba nuestro carácter, sino nuestra raza. Somos víctimas o verdugos por cuestiones que van más allá de nuestras acciones. Nada de lo que hayamos hecho justifica o anula la sentencia histórica adherida a nuestra piel. Para los blancos es una sentencia ontológica. Para el resto, la promesa de que su cumplimiento nos redimirá de nuestro fatal destino.

Lo único que podemos hacer, unos y otros, es humillarnos ante las razas preteridas, orilladas o masacradas por la historia, y ceder los espacios que sólo nos pertenecen por nuestro privilegio histórico, o hacer que la historia se dé la vuelta y nos otorgue lo que nos ha sido robado. Si tiene que ser por medio de la violencia, sea. Porque nuestra cualidad de víctimas nada tiene que ver con lo que hayamos hecho, o podamos hacer.

La apropiación cultural es otra cosa. Así como cada uno de nosotros pertenece a una raza, nuestra raza nos pertenece a cada uno. Y podemos hablar en nombre de ella. Pero referirnos a otra raza o trabar relaciones con ella que no sean de humillación, es un crimen indecible, pavoroso.

Morrow, inmediatamente escandalizada al ver con sus negros ojos la noticia editorial, pasó a denunciar el hecho. Eso no es lo que ha llamado la atención de la prensa, sino la reacción de la autora de la novela.

Ha cancelado la publicación de su obra, y ha representado una exomológesis. Expuesta ante su crimen tras la denuncia de Morrow, ha reconocido en sus culposos actos la apropiación cultural. Su piel le tiene vetado escribir sobre los Gulás.

Es el mismo mecanismo de las públicas expresiones de culpa bajo el régimen comunista, pero sin politburó y con la sola amenaza de la muerte civil. Incluso la estructura narrativa de la culpa es idéntica: “La cultura gulá gichi ha sido represaliada y borrada de forma sistemática, y con mi desencaminado intento de escribir un libro que fuera inclusivo de las culturas de Charleston y de las tierras costeras de Carolina del Sur, donde se sitúa el libro, participé en este borrado en marcha”.

¿Qué le hace pensar que ella contribuye a la invisibilidad esa cultura escribiendo una novela sobre ella? “Mi propia visión limitada, como persona blanca, me hizo pensar que podría representar responsablemente a un personaje de esta cultura”. El mismo hecho de que ella no fuera consciente de su racial incapacidad para escribir sobre esta cultura es por sí sola una evidencia de que no era la persona adecuada para realizar ese trabajo. “Estoy profundamente avergonzada por haber cometido un error de esta magnitud”, continúa diciendo. Y concluye con una lista de libros escritos por autores con la raza adecuada al respecto.

Alexandra Duncan dice que no hay aquí sombra de censura, que la automutilación ha sido voluntaria. Entra en un terreno oscuro, en el que la mirada no alcanza a ver la pisada. No hay órgano alguno que le prohíba publicar su novela. Ese mecanismo es descentralizado, pero eficaz. Duncan sabe que un paso en falso puede acabar con su carrera de escritora, justo cuando acaba de empezar.

Publishers Weekly, con buen criterio periodístico, recogió esta historia. Pero entonces Morrow empezó a ser criticada en Twitter. Con temor de que Morrow pudiera ser víctima de la misma cultura de la cancelación que ella azuzó contra Duncan, la revista acabó por borrar el artículo.

Como señala un editorial del Wall Street Journal: “Una autora cancela su propio libro, una revista informa la auto cancelación, la revista cancela el artículo sobre auto cancelación porque el artículo puede ser una fuente de cancelación”. Como dice el editorial, resulta un poco confuso, pero ilustra en qué consiste la cultura de la cancelación: “La incapacidad para hacer o decir nada sin desdecirlo o deshacerlo inmediatamente”. Es la cultura de Penélope, que destejía de noche lo que tejía por la mañana.


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