En el cerco a la industria de la censura que se está haciendo y estoy recogiendo en esta serie de artículos, hablaba en el segundo, el anterior a este, sobre el sesgo a la izquierda de los verificadores. Matt Palumbo ha escrito sobre estas empresas, titulado Fact-Checking the Fact-Checkers: How the Left Hijacked and Weaponized the Fact-Checking Industry, del año 2023. Este año, en el mes de mayo, Palumbo ha destilado algunos de sus hallazgos en una serie de cinco artículos para el Capital Research Center. Yo, a su vez, voy a resumir esos cinco artículos, y así tendremos una visión mucho más cercana sobre esta vuelta de tuerca del periodismo, es decir, de la política.

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El título de su libro deja sin espacio a la imaginación sobre el contenido del mismo. De hecho, en el primero de sus artículos, Matt Palumbo dice que, con escasas excepciones, los verificadores “sirven como un caballo de Troya para justificar la censura por parte de la izquierda política”. Es decir, llega a la misma conclusión que este autor.

Contar con fondos sin fondo otorga a PolitiFact una libertad enorme. La libertad, claro, no es frente a quienes ponen el dinero y exigen resultados, sino frente a la verdad y frente al público

El origen de la industria de los verificadores tiene una fecha concreta: el 8 de noviembre de 2016. No porque ese día se creara un conjunto de empresas dedicadas a ello, claro, sino porque fue el día de las elecciones presidenciales que llevaron a Donald Trump a la presidencia. Donald Trump llegó con una plataforma ideológica netamente anti izquierdista. No por una plataforma especialmente a la derecha; ha sido criticado por liberales (en el sentido europeo) y conservadores. No. Llegó como un ariete contra la izquierda.

Con los medios de comunicación situados, en su inmensa mayoría, a la izquierda, los críticos de Trump quedaron sumidos en el desconcierto y la desesperación. Si los medios eran suyos, ¿cómo podía haber ganado un candidato que blasonaba de estar dispuesto a echar por tierra todas las batallas de la izquierda? Si los medios no son suficientes para asegurar una hegemonía permanente, ¿qué nos queda? La culpa cayó de inmediato en las redes sociales, y en los medios recalcitrantes.

Pero ¿cómo (a)callarlos? El recurso a la vieja censura era inviable en los Estados Unidos; había que arbitrar nuevas formas de censura más acordes con las posibilidades legales y tecnológicas del momento. El instrumento que se arbitró fue el de los verificadores. La democracia no puede funcionar si triunfa la mentira (fake news), de modo que la labor de los verificadores consistiría en luchar contra las noticias falsas, y por esa vía salvaguardar la democracia. No se secía que los objetivos verdaderos eran asegurar la hegemonía cultural e ideológica de la izquierda e impedir un nuevo Donald Trump.

Palumbo dice que no es mera coincidencia que el auge de los verificadores coincida con el declive de la prensa. Una prensa, por otro lado, que se ha escorado mucho más a la izquierda que la propia sociedad, y que quizás porque lucha contra ella en lugar de servirla, está languideciendo en una lenta pero inexorable decadencia.

Glenn Kesser recogió nada menos que 30.000 mentiras de Donald Trump durante su presidencia. Su trabajo fue refrendado por el Washington Post, que publicó un artículo con ello. Nadie cayó en que ese ritmo al proferir mentiras exigía a Donald Trump decir más de una cada hora, sin descanso, si le concedemos al hombre ocho horas entre el sueño y otros quehaceres básicos. Kesser, en su quantofrenia, tomó por mentiras las ironías, exageraciones y meras expresiones de preferencias por parte de Trump. El esfuerzo debió de dejar exhausto a Kesser, pues a los cien días de la presidencia de Joe Biden abandonó su proyecto de recoger mentiras presidenciales.

Quizás la defección de Kesser no se deba sólo al cansancio, y haya que mirar a los fondos. Porque fondos, para sufragar la labor política de los verificadores, hay. Vamos al más señero de los verificadores en los Estados Unidos. PolitiFact pertenece al Poynter Institute. Y, según detalla Palumbo, “La mayor parte de la financiación de la organización matriz de PolitiFact, el Poynter Institute, procede de la Open Society Foundations de George Soros, la Tides Foundation y el Tides Center, respaldados por Soros, la John S. and James L. Knight Foundation, la Ford Foundation y la Carnegie Corporation de Nueva York, entre muchas otras”.

Contar con fondos sin fondo otorga a PolitiFact una libertad enorme. La libertad, claro, no es frente a quienes ponen el dinero y exigen resultados, sino frente a la verdad y frente al público. Este verificador no necesita convencer a los lectores de que son los más serios, en un entorno competitivo.

Por eso se producen situaciones tan chocantes como la que expresó Bill Adair, fundador de PolitiFact, cuando le preguntaron sobre la metodología que seguía para comprobar la veracidad o falsedad de una noticia o una afirmación: “Sí, somos humanos. Tomamos decisiones subjetivas. El Señor sabe que la decisión sobre una calificación de Truth-O-Meter es totalmente subjetiva”. El Truth-O-Meter es un índice de veracidad (¿?) que va desde “cierto” a “pantalones en llamas”, una divertida expresión destinada para las mentiras más flagrantes. En otra ocasión, Adair explica que, en contra de lo que señalan sus “críticos conservadores”, tener un sesgo es bueno en el periodismo. Por lo que vemos, es muy bueno, al menos para el Poynter Institute y PolitiFact.

Palumbo menciona otras empresas dedicadas a la verificación (fact-check), y están todas cortadas por el mismo palo. Lead Stories es una criatura que si no es hija es al menos sobrina de la CNN. También está FactCheck.org. Se creó por el Annenberg Public Policy Center, de la Universidad de Pennsylvania. La directora del centro es Kathleen Hall Jamieson, que previamente había estado en el Center for Public Integrity (Soros). Y otros medios de comunicación, que deberían estar más preocupados por no caer ellos en errores en sus informaciones, incluyen su rama vinculada a la verificación.

Foto: Max Muselmann.

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