Tian Qing es un joven de 25 años que ha cursado estudios superiores en una prestigiosa universidad china, lo que le sitúa entre la élite del país. Sus padres, agricultores, tuvieron que hacer un gran esfuerzo para pagar sus estudios universitarios, porque en China la educación sólo es universal y gratuita hasta el equivalente a nuestro bachillerato. Las carreras universitarias son de pago, igual que la sanidad. La carrera de Tian costó a sus padres 20.000 euros, una cantidad más que respetable para una renta media que apenas alcanza los 7.000 euros anuales.
Antes de la Covid, encontrar un empleo acorde con la cualificación de Tian habría sido relativamente fácil, aunque no tanto como antes de 2011. Hoy, sin embargo, Tian sólo consigue trabajos esporádicos con los que a duras penas puede costearse el alquiler de su diminuto apartamento. Tras más de dos años de infructuosos intentos y cientos de currículums enviados, Tian ha tomado una dolorosa decisión: regresar a la casa de sus padres y vivir en una región pobre y campesina a cientos de kilómetros de Shanghái.
Entre los jóvenes, cada vez más desengañados, se ha puesto de moda un lema que traducido al español sería algo parecido a “déjalo pudrirse”. Una declaración de guerra con la que muchos jóvenes renuncian a esforzarse para vivir de manera contemplativa
El caso de Tian no es excepcional. Es uno más entre millones. Los jóvenes chinos afrontan dificultadas crecientes en la búsqueda de empleo. Las cifras totales del desempleo juvenil se desconocen. El gobierno de Pekín sólo proporciona porcentajes imposibles de cuantificar. De hecho, el año pasado el Partido Comunista Chino (PCCh) excluyó de sus estadísticas a los universitarios en paro, con el argumento de que incluirlos podría dar una imagen errónea del mercado laboral, aumentando artificialmente las tasas de desempleo juvenil. Sin embargo, este nuevo criterio se aplica aun cuando los estudios universitarios estén finalizados. Sencillamente, los desempleados con estudios superiores que entran dentro de una determinada horquilla de edad han dejado de ser contabilizados.
Según el PCCh, a finales del año pasado el desempleo juvenil se situaba en el 17%. Pero los expertos más prudentes estiman que el porcentaje real supera el 21%. Otros, sin embargo, ante la falta de trasparencia gubernamental y los signos externos de la economía apuntan a que podría ser escandalosamente mayor. Y probablemente tengan razón. Entretanto, la juventud china se muestra cada vez más crítica con el PCCh. A lo lago de 2024 se ha registrado más de 600 manifestaciones. Y entre los jóvenes, cada vez más desengañados, se ha puesto de moda un lema que traducido al español sería algo parecido a “déjalo pudrirse”. Una declaración de guerra con la que muchos jóvenes renuncian a esforzarse para vivir de manera contemplativa.
Las señales
Durante 2024 los economistas occidentales han tratado de delimitar el alcance de la crisis de China basándose en las estimaciones de crecimiento del producto interior bruto. Desde esta perspectiva, se ha establecido el consenso de que China creció un 4.5% en 2024. Una cifra que, aunque bastante inferior a lo acostumbrado, supondría un crecimiento respetable, especialmente si lo comparamos con el de Estados Unidos (2,8%) o Europa (0,8%).
Algunos documentos son sobrecogedores, como el que muestra el centro comercial más importante de Shanghái, el Global Harbor Mall, con apenas una decena de visitantes en la tarde del sábado, y la mayoría de sus establecimientos cerrados con carteles de ofertas de traspaso
Sin embargo, al margen de esta forma de estimar el alcance de la crisis del gigante asiático, hay señales peor que preocupantes, como el despoblamiento de Shanghái, símbolo por excelencia del milagro económico chino. Se estima que en los últimos dos años han abandonado la ciudad entre 3 y 5 millones de residentes. Y la tendencia es que el éxodo continúe en 2025.
Circulan por las redes sociales innumerables testimonios gráficos que muestran las calles antaño más populosas de Shanghái, como Nanjing Road, literalmente desiertas, con la gran mayoría de comercios cerrados por cese de actividad. Otro tanto sucede con los centros comerciales, en los que apenas permanecen abiertas unas pocas boutiques, mayoritariamente de multinacionales occidentales.
A pesar de que los censores del PCCh se apresuran a eliminar todos estos testimonios y cerrar las cuentas de sus protagonistas, son tan abundantes que antes de que puedan ser borrados, otros influencers tienen tiempo para de acceder a ellos, conservarlos y rebotarlos desde sus propias cuentas.
Algunos documentos son sobrecogedores, como el que muestra el centro comercial más importante de Shanghái, el Global Harbor Mall, con apenas una decena de visitantes en la tarde del sábado, y la mayoría de sus establecimientos cerrados con carteles de ofertas de traspaso. A lo largo del pasado año, centros comerciales muy populares anunciaron que 2024 sería su último año de actividad.
Otros vídeos realizados por trabajadores y profesionales chinos dan testimonio de las radicales reducciones de plantillas de las empresas. En uno de ellos, una joven explica que en 2023 el departamento de la empresa en la que trabaja contaba con 70 personas. Y que a finales de 2024 sólo quedaba ella. El resto había sido despedido. Cuando grabó el vídeo aguardaba su propio despido porque la empresa ya había anunciado el cierre.
También los hay de pequeños empresarios en los que informan de que sólo les queda liquidez para cubrir los gastos de la semana en curso. Y que para la siguiente habrán cerrado. También hay testimonios de gerentes de compañías bastante más grandes, con decenas de sucursales y miles de trabajadores anunciando el cese de la producción por acumulación de estocaje, y advirtiendo con desolación que a pesar de todos sus esfuerzos no han conseguido el apoyo financiero necesario para continuar y que no podrán abonar las nóminas del mes.
No sólo se trata de vídeos. En 2024, la cadena de panadería Farine, muy popular en Shanghái con más de 100 establecimientos, cerró sus puertas de un día para otro. Farine era conocida por sus productos de panadería de estilo francés y había ganado una numerosa clientela. La explicación de este inesperado cierre es que la situación de la clase media es tan mala que incluso ha tenido que renunciar a los lujos más sencillos, como comer pan de boutique. Lo que da una idea de la profundidad de la crisis.
Una crisis formidable
Si el PCCh tiene algún mérito este es su decisiva contribución a una crisis formidable. Los logros del régimen comunista en el crecimiento económico son inversamente proporcionales al control que impone a sus ciudadanos. Sólo cuando el PCCh afloja su control sobre los particulares, estos hacen cosas extraordinarias. Incluso hacen florecer empresas sin fuentes fiables de capital.
Buena parte del público occidental cree en el milagro del capitalismo chino porque piensa que las grandes empresas chinas son esencialmente privadas, como lo son en sus países. Nada más lejos de la realidad
Durante mucho tiempo, el PCCh favoreció la financiación para una cierta clase de empresas: casualmente las que están controladas por el partido. Estas empresas y corporaciones estatales operan en industrias clave como la tecnología, la energía, la industria aeroespacial, la farmacéutica y otras con las que el PCCh busca el dominio económico y estratégico global. Es hacia estas compañías que los grandes bancos (todos públicos y controlados por el PCCh) han orientado la financiación, dejando fuera al resto.
Por su parte, los pequeños empresarios han obtenido el capital de la familia, de amigos y, al principio, de los bienes familiares ocultos durante años, cuando tenerlos podía llevar a la confiscación y la detención. Más adelante, estas empresas, para seguir funcionando, obtienen sus recursos de los beneficios y del crecimiento, pero también, desgraciadamente, del mercado negro y los usureros omnipresentes en la economía sumergida.
Buena parte del público occidental cree en el milagro del capitalismo chino porque piensa que las grandes empresas chinas son esencialmente privadas, como lo son en sus países. Nada más lejos de la realidad. En China el 80% de ellas son públicas, y el resto, inclusive las extranjeras, están participadas en alguna medida por el PCCh a través de entidades intermediaras impostadamente mercantiles.
En cuanto a las pequeñas empresas de los particulares, cuando alcanzan un cierto tamaño entran en un circuito donde el PCCh impone su control, bien sea de manera formal, mediante participaciones forzosas, bien sea de manera informal, mediante el pago de “peajes”. Esta simbiosis es condición indispensable para acceder al crédito bancario y obtener licencias y permisos. El gansterismo gubernamental se manifestó de forma muy temprana, sin embargo, es a partir de 2013, año en que Xi Jinping asume la presidencia de la República Popular China, cuando se volverá asfixiante.
Desde la década de 1990 hasta aproximadamente 2011, año en el que China, alcanza su máximo apogeo como fábrica del mundo, hubo un acuerdo tácito entre los ciudadanos chinos y el PCCh: los ciudadanos no cuestionarían la dictadura y el PCCh les dejaría cierta libertad para emprender y enriquecerse. El problema, como en la metáfora del escorpión y la rana, es que, en la naturaleza de los regímenes totalitarios, como el chino, está acabar matando a aquel de quien depende.
Así fue. Gradualmente, este acuerdo tácito fue traicionado por el PCCh mediante un intervencionismo y una corrupción crecientes, además de un control cada vez más abrumador. Esto llevará a que, a partir de 2011, la deslocalización de las compañías occidentales se reoriente hacia países con gobiernos menos ambiciosos a la hora de imponerse y participar de las ganancias, como Méjico, India, Paquistán, Tailandia, Vietnam, Singapur o Taiwán. China seguirá siendo fundamental en la producción global, pero poco a poco su capacidad industrial dejará de poder mantener por sí misma crecimientos del PIB de dos dígitos. Es aquí cuando el PCCh realizará la peor intervención de todas, la que desencadenará la grave crisis actual.
Para sostener el ritmo de crecimiento, el PCCh pondrá en marcha incentivos para que la demanda doméstica compense la ralentización del crecimiento industrial. La pieza clave de esta estrategia será el sector inmobiliario, al que se estimulará con políticas financieras muy agresivas para abaratar los créditos hipotecarios y permitir que la pujante clase media china acceda a ellos con gran facilidad. Esta reorientación del crédito hacia el ladrillo dará lugar al boom urbanístico. Y también a un creciente gasto en infraestructuras que muy a menudo se acometerá sin ningún estudio de viabilidad y que disparará el endeudamiento no sólo del gobierno central, sino también y sobre todo de los gobiernos provinciales.
Aquí hay que señalar que la centralización del sistema fiscal de 1994 dejó a los gobiernos provinciales a expensas de las transferencias del gobierno central, lo que en la práctica se tradujo en la falta de recursos para hacer frente a sus gastos. Sin embargo, los gobiernos provinciales encontraron una forma de obtener ingresos: vender tierras a los promotores inmobiliarios. Y el truco de los gobiernos provinciales para captar el interés de los promotores y engordar las ganancias de ambos fue acometer infraestructuras que revalorizaran los terrenos.
Cuanta más financiación de los bancos estatales fluía hacia el sector inmobiliario, más terrenos ponían en venta los gobiernos provinciales, más gastaban en infraestructuras… y más se hipotecaba la clase media. Esta dinámica degeneró en un círculo vicioso que acabó descontrolándose. La oferta de viviendas no sólo desbordó con mucho la demanda, millones de casas se construyeron o proyectaron en lugares en los que la gente no tenía ningún interés en establecerse. China se llenó así de ciudades fantasma, líneas ferroviarias sin pasajeros, redes eléctricas sin consumo, aeropuertos sin aviones y puertos sin barcos… Y todo esto en base a un endeudamiento que ni gobiernos provinciales, ni promotoras inmobiliarias, ni familias hipotecadas y quebradas podrán jamás pagar.
Cuando el PCCh se dio cuenta del alcance de la burbuja, entró en pánico e hizo lo peor que podía hacer: cerrar de golpe el grifo del crédito. Como las inmobiliarias apenas tenían un 20% de activos frente a un 80% de pasivos, la colosal burbuja estalló. Las dos mayores inmobiliarias chinas, Evergrande Group y Country Garden Holdings quebraron. La primera, con una deuda de 300.000 millones de dólares, una de las mayores deudas corporativas de la historia; y la segunda, con otra de 189.000 millones de dólares.
Uno de los aspectos que más malestar ha causado en la sociedad china este colapso es que muchas de las promociones de estas compañías se han vendido sobre plano. Esto significa que un número indeterminado de familias, quién sabe si miles, decenas de miles o cientos de miles, están pagando hipotecas por casas que no tienen y que seguramente nunca tendrán.
El PCCh reabrió el acceso al crédito con la esperanza de que el sector se recuperara. El problema es que la confianza de empresas y consumidores se había deslomado, y con razón, y las promotoras y constructoras han utilizado el acceso al crédito para desapalancarse, y no para acometer los proyectos comprometidos, concluir los iniciados y mucho menos para retomar su actividad en un mercado con millones de viviendas nuevas que nadie quiere ni puede comprar.
Por si el estallido de la burbuja inmobiliaria no fuera suficiente, el creciente control del PCCh sobre la economía productiva ha llevado a que el resto de la financiación se orientara en dos direcciones. Una, hacia sectores industriales estratégicos controlados por grandes compañías dependientes del PCCh, como el del automóvil eléctrico, el de la industria de las energías renovables y el de las nuevas tecnologías. La otra, hacia la Nueva Ruta de la Seda. En ambos casos, la racionalidad económica está supeditada a intereses geopolíticos y, en particular, a lograr la dominación global que Xi Jinping anhela.
En el primer caso, el de los sectores industriales estratégicos, lo que Xi Jinping ha conseguido es quebrar el equilibrio económico global, poniendo en grave riesgo las economías occidentales y de otros países, y colocando industrias como la automovilística al borde del colapso. Además, ha agravado su propia crisis al generar una sobrecapacidad productiva que ni el mercado exterior ni interior pueden asimilar, lo que más tarde o más temprano dará lugar a un ajuste brusco que ya está afectando a pequeñas y medianas empresas chinas emparedadas entre una competencia imposible con las grandes compañías apoyadas por el PCCh y la falta de financiación.
El segundo caso, el proyecto de la Nueva Ruta de la Seda, se ha convertido en una trampa de la deuda para los países a los que China ha vendido infraestructuras con las que incorporarse a ese gran proyecto comercial global. Cuando estos países no pueden cumplir los compromisos de pago de sus contratos, en los que la letra pequeña es abundante, China impone como mecanismo de compensación la cesión de la gestión y explotación de esas infraestructuras, acaparando así sus beneficios, tanto económicos como de empleo, pues lo que suele hacer el PCCh es establecer en el país sus propias compañías y mano de obra china, expulsando a las empresas y trabajadores locales. Una jugada aparentemente maestra pero que en última instancia engorda aún más la creciente denuda pública de China y encarece su acceso al crédito. En la actualidad, la deuda pública china alcanza ya el 90% del PIB… sin contar con la deuda de los gobiernos provinciales, que el PCCh esconde bajo las alfombras.
¿Vientos de guerra?
Durante décadas, el milagro económico chino ha provocado fascinación en Occidente. Numerosos políticos y expertos han sido seducidos por el éxito aparente del comunismo capitalista. Una paradoja que ha servido para que muchos cuestionen la democracia liberal como modelo político ideal.
Habrá quien se alegre de que el mito chino del capitalismo totalitario se desmorone. No seré yo quien le agüe la fiesta. El problema es que la historia nos muestra que cuando un régimen expansivo entra en crisis, sus gobernantes reaccionan bastante mal
El PCCh no sólo habría acabado con la idea de que la democracia liberal es necesaria para la prosperidad; habría demostrado que la democracia resulta contraproducente en comparación con el modelo totalitario, pues durante décadas China creció a ritmos de dos dígitos, muy por encima de las economías democráticas occidentales.
El concepto de libre mercado occidental, donde se combinan la libertad política y económica, está en discusión. Para un número creciente de políticos, tecnócratas y expertos, el régimen autoritario chino, con su planificación centralizada y su capitalismo, es el nuevo paradigma del progreso. De hecho, conforme el milagro chino parecía consolidarse, buena parte de occidente se ha vuelto más intervencionista, como si sus políticos, tecnócratas y burócratas asumieran tácitamente el nuevo paradigma y aspiraran a imponerlo a sus conciudadanos.
Sin embargo, lo que hay que cuestionar no es la democracia, sino el régimen del PCCh. Lo cierto es que el pueblo chino durante décadas se desarrolló a pesar del PCCh, no gracias a él. Dicho de otra forma, el papel de la dictadura en el desarrollo de la economía china no fue tanto por lo que hizo, sino más bien por lo que no hizo. De hecho, en el momento en que el PCCh decidió instrumentalizar ese éxito, la mecha de la bomba se prendió.
Son muchos los errores del PCCh, entre ellos destaca, además de todo lo anterior, la imposición durante décadas de la política del hijo único, que ha llevado al envejecimiento acelerado de la población. China alcanzará en 2025 uno de los índices más bajos de fertilidad del mundo, 1,0 hijos por mujer. Si al desplome de la natalidad y el vertiginoso envejecimiento añadimos que en 2025 en China se jubilará una cantidad de personas equivalente a toda la población de Alemania, el panorama resulta aterrador.
No sólo en China, también en Occidente, muchos cantaron victoria antes de tiempo. Dieron por descontado que el imperialismo económico dirigido con mano de hierro por el PCCh controlaría el mundo. Pero la historia es larga y los excesos, tarde o temprano, acaban pasando factura. China o, más bien, el PCCh ha cometido infinidad de errores, algunos muy graves, y ahora toca pagar las consecuencias.
Habrá quien se alegre de que el mito chino del capitalismo totalitario se desmorone. No seré yo quien le agüe la fiesta. El problema es que la historia nos muestra que cuando un régimen expansivo entra en crisis, sus gobernantes reaccionan bastante mal. En vez de aprender la lección y aceptar la cura de humildad, emprende una huida hacia delante que, desgraciadamente, siempre acaba mal, para ellos y para el resto del mundo.
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