Un reciente artículo explica los motivos por los que la libertad de expresión debe de tener límites; pero no límites en la invasión de derechos ajenos, como cuando se acusa a alguien falsamente de cometer un delito, sino derivados de la sumisa asunción de la norma moral del momento.

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El artículo deja claras sus intenciones desde las primeras palabras: “Aunque la libertad de expresión es fundamental, no carece de límites. Las mismas consideraciones éticas que deben subyacer a la ciencia sobre los humanos, se aplican a la investigación con participantes humanos”.

A medida que los criterios científicos se substituyen por los ideológicos, vemos que hay publicaciones difícilmente reprochables que no se publican porque no conviene, mientras que otras salen a la luz porque la revisión de pares ha dictaminado que es ideológicamente válida

Hay unos organismos dedicados a “la ética de la investigación”, que deben examinar “si los proyectos de investigación con participantes humanos se ajustan a los principios éticos”. Dicho así, es difícil oponer una objeción. No sería ético someter a una población a privación de agua bajo condiciones controladas, para ampliar nuestro conocimiento sobre los efectos que produce la ausencia de ese mineral en nuestro cuerpo: cómo comienzan a fallar los órganos, en qué condiciones se produce la muerte, y demás. Sólo que, claro, el artículo no habla de eso sino de libertad de expresión. Es decir, que prevé que la expresión de una idea por parte de alguien no se ajuste a “los principios éticos”, sean estos los que sean, que el artículo todavía no nos ha informado de ello.

No va a tardar mucho en hacerlo. La expresión de ciertas ideas puede causar daño. Un daño “indirecto”, dice el artículo, pero no por ello menos real. Y no se refiere a una mera opinión, sino a las conclusiones de una investigación científica con todas las garantías: “Por ejemplo, la investigación puede estigmatizar -involuntariamente- a personas o a grupos humanos. Puede ser discriminatoria, racista, sexista, capacitista u homofóbica. Puede justificar el menoscabo de los derechos humanos de determinados grupos, simplemente por sus características sociales”.

Bien, podría ser un artículo como los periódicos se ven compelidos a publicar para cubrir un expediente ideológico, o para servir a un interés especial que, en este caso, se pueda sentir amenazado por lo que otros puedan pensar. Pero no, es un editorial de una revista científica, Nature human behavior (NHB).

Lo que plantea la revista, lo ha dejado claro a estas alturas, es limitar el pensamiento, abjurar de la ciencia como el camino (¡método!) tortuoso e inseguro, pero único, de acercarnos a la verdad. La verdad, nos dice Nature human behavior (lleva el pecado original en el nombre), puede hacernos daño; puede herir nuestros sentimientos, o puede cambiar o reforzar el pensamiento que tengan los demás sobre nosotros, o puede hacer que zozobren nuestras opiniones sobre el mundo, o impedir que nosotros impongamos las nuestras sobre él.

Que una revista, que se ha considerado científica hasta el momento, quiera sustituir la episteme por la doxa, quiera sacrificar a la política la razón y el conocimiento resulta a la vez sorprendente y escandaloso.

El título es equívoco: “La ciencia debe respetar la dignidad y los derechos de todos los humanos”. Quizás es que NHB tenga “human” en su nombre, pero lo cierto es que la revista tiene un problema con la utilización de la palabra “persona”, que no utiliza. Pero el equívoco no es ese, sino la idea de que los hallazgos de la ciencia puedan suponer un ataque a la dignidad de una, permítanme decirlo, persona. O que alguna contribución al conocimiento, aunque sea provisional e insegura, pueda menoscabar los derechos de nadie.

El artículo ha tenido bastante impacto. Entre quienes todavía aprecian el valor de la ciencia ha sido recibido con un punto de resignado cabreo. La resignación proviene de que en realidad no propone nada que no esté ocurriendo ya. A medida que los criterios científicos se substituyen por los ideológicos, vemos que hay publicaciones difícilmente reprochables que no se publican porque no conviene, mientras que otras salen a la luz porque la revisión de pares ha dictaminado que es ideológicamente válida, aunque el contenido científico sea escaso o nulo.

Este asunto ha sido expuesto con gran profusión de referencias por Jukka Savolanien en el City Journal. Savolanien pone un ejemplo de cómo funciona este mecanismo de expulsión de la ciencia en los órganos dizquecientíficos, que es muy ilustrativo.

El ejemplo de lysenkoismo se refiere a un artículo publicado en el Proceedings of the National Academy of Sciences, PNAS, que concluyó que no había evidencias de que los policías blancos tuviesen un prejuicio anti negro en los tiroteos con presuntos criminales. La revista Science criticó aquél artículo, pero no por su contenido sino por la redacción de un resumen abierto al público que decía: “No es más probable que funcionarios blancos disparen a civiles pertenecientes a minorías que los funcionarios no blancos”. El asunto saltó a The Washington Post, y finalmente los autores se avinieron a cambiar la redacción del resumen, pero no cambiaron el contenido del artículo.

Hasta aquí, el asunto no es muy reseñable. Lo interesante es que una vez resuelta la cuestión, y cuando varios medios como el propio City Journal empezaron a hacerse eco de las conclusiones del artículo, más de uno empezó a considerarlo peligroso. Los datos, convenientemente analizados, echaban por tierra la teoría crítica de la raza y el discurso de la organización multimillonaria Black Lives Matter. De modo que más de 800 científicos firmaron un escrito de condena del artículo del PNAS. Ante el revuelo político causado por las conclusiones del artículo científico, los autores lo retiraron.

Que el miedo a la libertad de investigación, al acercamiento a un conocimiento más cercano de la realidad, surja de un órgano científico da la idea de hasta qué punto los científicos se han corrompido.

Foto: Bakhrom Tursunov.


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