Que la política sea virtuosa o calamitosa no depende sólo de los políticos profesionales. Depende fundamentalmente de la opinión pública, de los votantes o electores. De ahí se deduce que estamos ante una responsabilidad individual que no cabe diluir en la abstracta responsabilidad compartida.

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La política existe desde que hay estado. El origen del estado y de la política se produjo en el tránsito de los grupos humanos jerarquizados por la fuerza (el guerrero o cazador más fuerte) o la senectud (el anciano más respetado) de grupos de recolectores y cazadores a la polis, a la ciudad.

La polis es un marco que confiere seguridad, estabilidad y atiende y trata de resolver una complejidad social de relaciones mucho mayor que el mundo y vida de los cazadores y recolectores. La polis es un nuevo mundo de agricultores, de comerciantes, de soldados, de ciudadanos que organizan un sistema de normas y de poder político originariamente monárquico y en otras ocasiones republicano o senatorial.

Además de las naciones estado, en el presente se atisban tres modelos de estados contemporáneos: el estado autoritario capitalista chino, la democracia presidencialista americana y el super estado, la UE, de despotismo ilustrado en construcción (todo para el pueblo, pero sin el pueblo) de la vieja Europa

Así surgió el estado y la política y desde entonces los cives, los ciudadanos, formamos parte de una polis o de un grupo de polis que constituyen, al cabo de decenios de vida en común, una nación. El estado (sobre todo si es el resultado de una prolongada convivencia como nación, como es el caso de España) es una obra de arte, porque es garantía de convivencia y libertad. Por eso hay que defenderlo frente a sus enemigos: los exclusivistas, los iluminados y los demagogos. El estado, como obra de arte, es caro, delicado y frágil. Un gobierno democrático que es la evolución más deseable de la política, que garantice la seguridad, la propiedad, la libertad, y no sea abusivo, es una carga ligera, imprescindible y valiosa.

El siglo XXI está lleno de incertidumbres y ataques a la libertad que pueden florecer en el marco de crisis institucionales, económicas o, ahora, pandémicas o tecnológicas. Frente a esas amenazas, los ciudadanos que deseamos vivir en libertad estamos obligados a defender y valorar instituciones sólidas; estados seguros bajo el imperio de la ley.

Las personas que padecen más sufrimientos son aquellas que habitan en zonas geográficas que no tienen seguridad ni fronteras definidas y que son estados fallidos, “no estados”, en  Haití, en la antigua Siria, Libia o en el Sahel. Cuando se ataca al gobierno de la polis como institución se comete un error de bulto. Es mejor un mal gobierno que un no gobierno. El mal gobierno puede reformarse o ser cambiado; si no hay estado ni gobierno estamos en la ley de la selva, en manos de los señores de la guerra.

En La virtud de la política (Unidad Editorial, 2022), González Quirós une una reflexión desde un amplio conocimiento de filosofía y de teoría política junto a una dilatada experiencia personal en los asuntos públicos, desde la época del partido Unión de Centro Democrático en España en los años ochenta del pasado siglo hasta el desperdiciado periodo de la mayoría absoluta del PP, en 2011 y en el presente.

La virtud de la políticaEsta unión de experiencia práctica y conocimiento de teoría política y filosofía de González Quirós hace a La virtud de la política una rara avis en el panorama de los ensayos españoles. Por mi parte confieso que me aproximo más a la política desde una perspectiva histórica, junto también, con una cierta experiencia en la acción política en la época de la dictadura franquista y después en la democracia española.

Creo que tener experiencia en el funcionamiento práctico, diario e intenso, unido a un conocimiento de historia, sociología, ciencia política o filosofía hace que el autor de un ensayo, como el presente, se diferencie de un modo muy notable del escritor que sólo tiene experiencia política o del teórico sin experiencia que analiza la política desde fuera. Son dos visiones (el sólo político o el sólo teórico) necesariamente parciales y esa limitación se advierte de una manera muy evidente en los textos que escriben y publican.

Voy a poner un ejemplo. Don José Ortega y Gasset fue sin duda el filósofo español más influyente en España y muy reconocido en Europa en la primera mitad del siglo XX. Sus textos eran de gran agudeza y visión de conjunto, pero la ausencia de experiencia política le llevó a errores de apreciación, al menos, en dos ocasiones decisivas de la época que le tocó vivir (o padecer).

La primera ocasión fue la buena acogida de Ortega y Gasset a la dictadura de Primo de Rivera el 23 de septiembre de 1923. Fue un error en el que cayeron buena parte de los intelectuales y de la opinión española con la excepción de los líderes y dirigentes de los partidos dinásticos. Los políticos de la Restauración comprendieron y advirtieron inmediatamente que aquel golpe de Estado iniciaba una peligrosa deriva de inestabilidad constitucional que podría llevarse por delante el Trono e iniciar una polarización de graves riesgos para España. Acertaron; es lo que ocurrió.

En honor a la verdad Ortega y Gasset no tardó en percatarse tres meses después de septiembre de 1923 que el dictador Primo de Rivera prefería mantenerse en el poder sin control antes que  proceder a una reforma de las insuficiencias y defectos del régimen de la Restauración. El general Primo de Rivera fue un acérrimo crítico de los políticos dinásticos y lo resolvió sustituyéndolos por sus políticos. Los primeros estaban bajo control parlamentario; los segundos bajo el control personal del dictador. Al poco tiempo Ortega y Gasset pasó a engrosar el amplio frente anti dictadura.

La segunda ocasión de rectificación de Ortega fue el fuerte impulso que numerosos intelectuales en 1930 y 1931 dieron a la ruptura contra la monarquía y contribuyeron a traer la República. El proyecto conspirativo republicano también fue concebido  como  un golpe de estado insurreccional en el Pacto de San Sebastián del 17 de agosto de 1930.

En 1931 Ortega y Gasset lideró el nacimiento de la Agrupación al Servicio de la República que fue un grito bienintencionado de influyentes intelectuales españoles (Marañón, Pérez de Ayala, Antonio Machado y otros) por la parálisis del gobierno Berenguer. La Agrupación llegó a tener trece diputados en las elecciones constituyentes del 28 de junio de 1931. Ortega y Gasset, decepcionado por el camino radical y sectario de Azaña y del PSOE, se desligó de la acción política advirtiendo (en esta ocasión con visión y acierto) un futuro dramático para la República y para España. El 9 de septiembre de 1931 don José publicó un importante artículo en el diario El Sol, “No es esto, no es esto” en el que advertía:

Una cantidad inmensa de españoles que colaboraron con el advenimiento de la República con su acción, con su voto o con lo que es más eficaz que todo esto, con su esperanza, se dicen ahora entre desasosegados y descontentos: “¡No es esto, no es esto!”. La República es una cosa. El “radicalismo” es otra. Si no, al tiempo.

González Quirós señala que la política, los políticos tienen mala prensa, pero el mayor error es desentenderse de la cosa pública puesto que dado que, afortunadamente, tenemos un estado, siempre habrá políticos que lo administren. Es mucho mejor que sean políticos elegidos, y eventualmente relevados o cesados por el resultado electoral, que aquellos que se mantiene in eternum gracias al monopolio de la fuerza.

La clave de la vida política, de la convivencia en seguridad, paz y libertad, es la potencia y prestigio de sus instituciones. Si se produce una campaña de deterioro de las instituciones y desprestigio de todos los políticos, el riesgo de ruptura y de instalación de una dictadura es más que probable. La experiencia nos enseña que eso es lo que ocurrió en España en 1923 y en 1939. Pero ni la política ni los políticos desaparecen en regímenes autoritarios, populistas o totalitarios. Los nuevos políticos son elegidos desde arriba por el dictador de turno y es quien los remueve o cambia hasta que él mismo cae o desaparece derrotado por una guerra (Hitler, Mussolini) o por edad (Stalin).

Incluso en los regímenes autoritarios como el de Franco, y más en los totalitarios como los sistemas de Hitler o Stalin, se produce otra forma de hacer política. En el caso de España las “familias” o corrientes políticas (católicos, falangistas, tradicionalistas, tecnócratas…) pugnaban por el favor del Caudillo para ocupar, mantener o ampliar posiciones de poder. Incluso en el ámbito próximo de Franco, en el Palacio del Pardo, se constituían camarillas palaciegas influyentes, que luchaban entre sí, por favores, temas y cargos políticos de alta responsabilidad.

Cuanto mayor es la opresión y poder del déspota menor es la presencia de “familias” o corrientes políticas internas. Esas corrientes eran impensables en la Alemania Nazi o en la Rusia de Stalin. En aquellos sistemas totalitarios la “política” interna se orientaban al mejor posicionamiento para ocupar cargos, tener la estima del déspota y situarse lo mejor posible en la sucesión del dictador. Un buen ejemplo fue, la lucha en Berlín entre Goering, Goebles y Himler entre 1939 y 1944. Lo mismo ocurrió en Moscú entre Malenkov, Beria y Kruschev, al inicio de los años cincuenta del pasado siglo.

Ese es el modelo de política y lucha por el poder reconocible en el imperio Romano o en los imperios orientales de China o Japón. La política en aquellos sistemas se reducía a luchas palaciegas en los que el veneno y conspiraciones de esposas, familiares, generales y concubinas emergían como una lucha despiadada por el poder o la sucesión del monarca o emperador. El fracaso significaba, en el mejor de los casos, el ostracismo y, con mayor frecuencia, la tortura y la muerte.

Es evidente que política en sus diversas modalidades ha existido en el pasado desde que hay estado y que la habrá en el futuro. La política del pasado pesa en el presente a través de la experiencia y las vivencias. La visión global del pasado corresponde a las investigaciones de los historiadores, a las memorias de la época y los documentos o fuentes conocidas o por revelar. La historia que escriben e imponen los políticos como historia oficial es propia de los sistemas totalitarios.

La experiencia del totalitarismo y la victoria final de la democracia en 1989, con la caída de muro de Berlín, demuestran que cuanto más cerrado es un sistema (las dictaduras) más reducido es el ámbito de la acción política. Por el contrario cuanto más abierto y liberal es el debate político más amplia es la participación política (en las democracias). De ahí que la libre información y el debate social en el que participan los ciudadanos permitan configurar la esencia de la libertad y la democracia a través de elecciones libres y, en su caso, preguntando a los ciudadanos la resolución de un tema transversal en referéndum.

González Quirós se centra en los rasgos dominantes de la política del Estado contemporáneo que es muy diferente de los sistemas de gobierno y de poder en el pasado, desde el inicio de la política. A diferencia de los gobierno del pasado, antes del siglo XIX, el estado actual es omnipotente y omnicomprensivo. Y terrible cuando es totalitario. En el mundo antiguo greco romano, el ámbito privado era sagrado y ni el gobierno ni aquel incipiente estado osaba entrometerse en el domus. Por el contrario  el estado contemporáneo se ocupa en determinar, con gran celo y de modo invasivo, cómo tiene que ser la educación de nuestros hijos.

Con ello quiero significar, como hace el autor, que cada época vive la política de una manera diferente. En Europa, el debate central del siglo XIX fue determinar el camino por el que finalizaba el Antiguo Régimen del barroco hacia los regímenes parlamentarios liberales. El Reino Unido eligió un modelo evolutivo;  Francia, uno revolucionario, mucho más costoso y sangriento. Pero al final el signo de aquella época, del siglo XIX fue, en todas la naciones e imperios europeos, incluso en Rusia, articular sistemas parlamentarios más o menos liberales.

El siglo XX estuvo determinando por la evolución del parlamentarismo liberal a la democracia que se completó con la caída del muro de Berlín en 1989. Y ahora la pregunta es ¿Cuál es el signo político de este siglo XXI?

En el siglo XXI hay nuevos e inesperados actores protagonistas: la revolución tecnológica, la pandemia y los superestados (grandes naciones o conjunto de naciones con cientos de millones de habitantes, como Nigeria, Indonesia, Méjico, Brasil, la Unión Europea…).

Los grandes actores tecnológicos se configuran como poderes supranacionales. La pandemia emerge como una amenaza global de futuro y consecuencias desconocidas.  Los superestados dibujan una geopolítica mundial diferente a la del siglo XX. Esos superestados tienen el reto de garantizar la propiedad y la seguridad. En ellos, la libertad, la representación y control político es muy deficiente.  En la práctica, salvo en los Estados Unidos, es difícil conjugar todos esos objetivos por la complejidad que conlleva. Pero incluso en los Estados Unidos han emergido casos como Donald Trump, un presidente que recogía un notable descontento de muchos ciudadanos con el stablishment americano.

La competencia en el mundo global de este siglo, si se reduce a la lucha por la hegemonía económica, será un capítulo pacífico y positivo para los once mil millones de habitantes del planeta calculados al final de 2099. Si la competencia conduce a enfrentamientos militares o tecnológicos  por el control o conquista de espacios territoriales, el siglo XXI puede ser más catastrófico aun que el siglo XX.

Además de las naciones estado, en el presente se atisban tres modelos de estados contemporáneos: el estado autoritario capitalista chino, la democracia presidencialista americana y el super estado, la UE, de despotismo ilustrado en construcción (todo para el pueblo, pero sin el pueblo) de la vieja Europa.

Es imposible hacer predicciones sobre el complejo (y apasionante) futuro que nos aguarda. Lo que sí me parece claro, y esta es la principal aportación de González Quirós, es que el camino de salvación de las sociedades o naciones libres y prósperas pasa por la política, por la buena política realizada por ciudadanos competentes, patriotas y responsables. La política es una profesión que sólo se aprende en la acción, en la experiencia, y se complementa con la lectura y debate de los autores clásicos y conociendo los hechos relevantes de la Historia y sus consecuencias.

Como finaliza González Quirós este interesante libro, nos queda la esperanza:

Por extraño que pueda parecer vuelven a aparecer partidarios de muy viejas formas de establecer el orden y parte de esas tendencias encuentran apoyo en la filosofía con la que se mueven grandes monopolios casi universales que controlan las tecnologías de comunicación. Todo parece apuntar, en ocasiones, hacia un mundo sombrío, pero evitarlo es una posibilidad que todavía está abierta a la virtud de la política.

Imagen: El fusilamiento de Torrijos y sus compañeros en la playa de Málaga (Antonio Gisbert Pérez, 1887-1888).


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Guillermo Gortázar
Nací en Vitoria en 1951. Estudios en San Sebastián, Madrid y en La Jolla, California. He sido “político” cuatro años contra el franquismo por las libertades, entre 1972 y 1975. Licenciado en derecho y Dr. en historia. Después de quince años en los que trabajé en banca, enseñanza media y universidad, retorné a la actividad política en 1990: fui diputado en tres legislaturas, hasta mi dimisión en 2001; inmediatamente después, volví a mi plaza de profesor de historia en la Universidad. El cesarismo en el PP y el nulo o escaso debate político terminaron por convencerme que aquello (esto) no terminaría bien. He dedicado buena parte de mi obra reciente a criticar la deriva partitocrática que, a mi juicio, es la base de la crisis política española. Para ampliar estos puntos de vista, publico un blog diario. Sugiero consultar libros y publicaciones en mi página web personal.