Ya están los “líderes mundiales” reunidos en Glasgow, en su conferencia salvífica, encantados de sí mismos desde su superioridad moral. El circo no cuenta en esta ocasión con la actuación de los bailarines chinos – China, que poco antes de la reunión de G20 informó a las Naciones Unidas sobre sus nuevos planes climáticos: apunta a su “pico” en emisiones de CO2 en 2030 y quiere volverse climáticamente neutral para … ¡el 2060! – pero nadie los echará de menos una vez que se asegura la presencia de Leonardo DiCaprio, Bill Gates o Jeff Bezos, grandes estrellas de la prestidigitación.

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Los impactos innegables de la «protección del clima» quedan escondidos tras los grandilocuentes sermones que escuchamos y escucharemos estos días

Y todos ellos con las mallas ajustadas de “la ciencia”. La misma ciencia que condujo a la industrialización, en la que los procesos técnicos y económicos generaron la transición de la economía agrícola de subsistencia a la economía industrial y la prosperidad. El camino recorrido propició el desarrollo económico individual de miles de millones de personas.  Cada uno de nosotros dispone hoy de entre 3 y 4 veces más recursos que cualquier hombre preindustrial en la Edad Media. Y esa disponibilidad de recursos económicos y energéticos se manifiesta en nuestro nivel de vida técnico, en la disponibilidad y calidad de los alimentos, en la información y la comunicación, en el transporte y la logística, en nuestra atención de la salud y, por tanto, en nuestra esperanza de vida individual.

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El desarrollo del nivel general de vida depende fundamentalmente de la energía disponible individualmente. El alimento y los combustibles fósiles (que son los que nos han traído hasta aquí) son esa energía – y hoy disponemos en el primer mundo de ambos de forma casi ilimitada. Cada uno de nosotros. Cada día. La limitación del hombre medieval al alimento disponible estacionalmente, la leña y unos cuantos molinos de viento y agua se describe correctamente como una economía de subsistencia. Aquellas sociedades ecológico-preindustriales dependían para su subsistencia del Dios de la lluvia.

Deberíamos estar felices e intentar que nuestra prosperidad alcanzase los últimos rincones del planeta, pero no es así: tenemos mala conciencia … porque nos va bien.

En nuestra prosperidad hemos olvidado lo que significa ser realmente pobre y tener que salir cada día a la naturaleza a luchar por la supervivencia; como si nuestro nivel de vida fuese un don inmerecido y misericordioso de algún ente sobrehumano. Abrazamos de nuevo viejas supersticiones y denunciamos nuestra cultura occidental, nuestra industria de valor añadido y nuestra efectivísima agricultura. Necesitábamos un nuevo tótem, un nuevo Dios, nuevos profetas.

Y ahí están, en Glasgow, ávidos de micrófonos y titulares. La reunión del G20 en Roma les ha servido de “precalentamiento”. Boris Johnson, por ejemplo, habló claramente de un posible fin del mundo. Usó la analogía de una bomba apocalíptica que tenía que ser desactivada al estilo del agente James Bond. Este es el mismo primer ministro británico que dio su bendición para nuevos pozos de gas natural en el Mar del Norte en septiembre pasado. La crisis energética lo hace posible.

¿Grotesco? Quizás más grotesco que el mensaje de radio del presidente de Palau, quien teme el colapso de su nación insular, pero olvida que su propio país está en el grupo de cabeza en términos de emisiones de CO2 per cápita. Pero quizás menos grotesco que el discurso del secretario general de la ONU, António Guterres, quien advirtió que la humanidad estaba cavando su “propia tumba”. Y: “Es hora de decir: basta. Basta de ataques brutales a la biodiversidad. Basta de autodestrucción a base de carbono

Grotesco porque muchas de las medidas de «protección del clima» se contradicen con la protección de la biodiversidad. Por ejemplo, a través de monocultivos para biogás y biocombustible. El Gas-Run desencadenado por la ineficiencia de las «energías renovables». La destrucción de los bosques antiguos y la trituración de aves por los aerogeneradores. La dramática destrucción medioambiental que supone la extracción de litio y cobalto para que el coche enchufable de los ricos pueda tener una nueva batería. Los impactos innegables de la «protección del clima» quedan escondidos tras los grandilocuentes sermones que escuchamos y escucharemos estos días.

Y todo ello desde el ombligo occidental, por supuesto.

Grotesco. El déficit crónico de electricidad accesible y fiable es un obstáculo clave para el desarrollo económico del continente africano. Alrededor de 600 millones de personas, casi la mitad de los africanos, no tienen acceso a la electricidad. Y allí donde el suministro de electricidad es posible en principio, suele ser poco fiable o desproporcionadamente caro. La pobreza energética es un problema social importante tanto para la creciente clase media de las grandes ciudades como para las zonas rurales. Incluso dentro del África subsahariana hay diferencias considerables: por ejemplo, mientras que en Sudáfrica más del 80% tiene suministro eléctrico, en Sudán del Sur no lo tiene ni el 9% de la población. En muchas ciudades africanas se producen regularmente cortes de electricidad. El zumbido de los generadores diésel para el autoabastecimiento es un sonido familiar allí.

Los africanos que sufren cortes de luz o no tienen red eléctrica en las zonas rurales confían en los recursos existentes: las nuevas centrales eléctricas de carbón [34 centrales de carbón, 19 de ellas en Sudáfrica] suministran actualmente un tercio de la electricidad necesaria en el continente. Aunque a los activistas europeos del clima no les guste: en Sudáfrica, el 90% de la energía procede del carbón. Botsuana, Zimbabue, Tanzania, Mozambique y otros países también quieren reducir el déficit de suministro y se centran en las inversiones en el sector del carbón.  En el continente están previstas numerosas centrales eléctricas de carbón. La mayoría de las centrales eléctricas previstas o en construcción se encuentran en el sureste de África.

Los países africanos seguirán ampliando su producción de energía. Para un continente en el que millones de personas siguen viviendo sin electricidad, la generación de energía a partir de combustibles fósiles sigue siendo importante para impulsar el crecimiento económico en las próximas décadas. El carbón es relativamente barato y el funcionamiento de las centrales eléctricas no depende de los caprichos de la naturaleza, como ocurre con la energía solar, eólica e hidroeléctrica. A los predicadores de la COP26 sólo les quedan dos salidas acrobáticas del trapecio: o deciden que los occidentales debemos pagar el coste de una transición (primero implantación) energética en África, o deciden que África permanezca mayoritariamente en la época preindustrial, con hambrunas, problemas de suministro, apagones, falta de atención sanitaria, …

La situación de precariedad de los países africanos es un mal que en gran parte ellos mismos han generado, es decir, el resultado de una gobernanza corrupta, ignorante y económicamente incompetente y de sistemas educativos débiles. Y en todas partes los mismos procedimientos de malversación, los mismos pequeños “arreglos”, las mismas trampas, el mismo clientelismo, la cultura de la impunidad, la misma penosa cobardía de las élites.

Por supuesto, estos políticos africanos – a menudo gobernando de forma autocrática – tienen un gran interés en recibir miles de millones de los países industrializados. Estos políticos atribuyen la miseria de sus países -el colonialismo, tras 60 años ya no da para más- al cambio climático, para distraer la atención de sus propios fracasos, a menudo apoyados por los buenistas europeos.

Es grotesco. Podría hablarles en términos similares de muchas regiones en Hispanoamérica, de ciertas partes de India, del Pacífico.

Una última anécdota: mientras los líderes del mundo se reúnen en Glasgow, la propia ciudad está lejos de gozar de la mejor salud. Al parecer, los sindicatos aprovechan la publicidad mundial para imponer sus reivindicaciones. El servicio de recogida de basuras está afectado. Además de los cierres de una semana y el aumento astronómico de los precios de los hoteles debido a la escasez de espacio, la ciudad está amenazada por una invasión de basura. El gobierno de la ciudad ya había decretado que la basura sólo se recogería cada tres semanas en lugar de dos. Desde el punto de vista organizativo, las manifestaciones previstas no mejorarán las cosas. Así, mientras la ciudad se hunde en el caos y la basura, los delegados pernoctan en cruceros en la bahía, los gigantes del CO2 de los mares, mientras se consumen canapés veganos en la conferencia.

No, no les he hablado del clima. No es el tema de esta COP26.

Foto: COP26.


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