Se nos han ido a Escocia. Precisamente a la cuna de uno de los más insignes pensadores y teóricos de las libertades económicas y los valores morales. Adam Smith, fundador de la economía moderna y, por tanto, uno de los teóricos a quien debemos los mayores avances y progresos conocidos. Esperemos que sus vestigios sobrevivan el aquelarre y que estos penitentes no propongan en alguna de sus procesiones de autosugestión derribar su estatua en la Universidad de Glasgow, retirarle el nombre a sus centros o bibliotecas o quemar en plaza pública sus libros. Capaces son.

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El caso es que en Escocia tenemos reunidos a estos nuevos-viejos brujos. Los mandatarios mundiales, adinerados y glamurosos personajes de la incultura y la «influencerciología», activistas de todo pelaje provistos de financiación pública o corporativa sin límites, para decirnos a nosotros, al populacho inconsciente y nada moderno, que estamos acabando con la vida, que estamos en emergencia y debemos empezar a vivir obsesivamente como si mañana fuera nuestro último día, que nos empleemos a fondo para obedecer y financiar todas sus ocurrencias sin rechistar.

No creo que el mundo haya conocido un delirio colectivo de tamaña magnitud. La propaganda y la sugestión es de tal intensidad, que a veces uno cree estar a dos telediarios de que todos estos chalados, como una secta que son, apoyen y financien suicidios colectivos

Entre los conjurados para guiar los designios del nuevo mundo podemos identificar algunos de los más señalados tiranos que democrática o antidemocráticamente gobiernan hoy a lo largo de los hemisferios, pero también unos cuantos responsables de un malestar en ascenso que nada tiene que ver con el preconizado en su día por el chamán mayor, el señor George Soros. Este nuevo malestar se proyecta sobre el sistema democrático mismo y hace que amplias capas de la sociedad desconfíen ya de su entorno: de los vecinos, socios, amigos, parejas, familiares o compañeros de trabajo… Porque no sabemos si han sido infectados con alguno de los venenos que toda esta gente ha puesto en circulación y podemos ser señalados en cualquier momento por desviarnos o incluso por existir. El clima ellos creen que debe ser revolucionario porque se pretende una revolución.

En efecto, la meta que se proponen estos desquiciados chamanes es ni más ni menos que cambiar la civilización. Haciéndonos sentir culpables por no se sabe muy bien qué, implicarnos activamente en eso que llaman la superación del capitalismo. Sí, sí, ese sistema que les permite vivir como seguramente no imaginaron nunca; y sustituirlo por otro que, según prometen, nos consentirá vivir en paz, tranquilidad y armonía con el medio ambiente. Cómo resistirse a esta nueva religión si son todo ventajas…

El caso es que este grupo creciente de prohombres y mujeres de alto nivel, observados detenidamente, parecen haber salido de una fosa, y cada cual con su chifladura, se muestra dispuesto a cometer todos los crímenes necesarios con tal de evitar, según ellos mismos, un crimen aún peor. Recuerda en cierto modo «El Club de los Incomprendidos» de G.K. Chesterton, o yo qué sé… Uno ya no sabe si citar a alguien respetable o limitarse a recordar a Matías Prats gritando aquello de: «pero qué es esto, qué es esto…», o incluso a Torrente en su idilio con una activista medioambiental italiana en no sé qué capítulo de la saga.

La tomadura de pelo es de tal magnitud que ya resulta absurdo escribir o criticar con lenguaje serio. Total, ¿para qué? No creo que merezcan el esfuerzo y además ni siquiera lo van a entender, así que hay que referirse a todo este circo como lo que es, un circo. Con sus fieras y sus payasos. Un espectáculo que dejaría de ser algo grotesco e intrascendente si no fuera porque diariamente se presenta con una relevancia nunca vista. Sinceramente, no creo que el mundo haya conocido un delirio colectivo de tamaña magnitud. La propaganda y la sugestión es de tal intensidad, que a veces uno cree estar a dos telediarios de que todos estos chalados, como una secta que son, apoyen y financien suicidios colectivos.

En cualquier caso, es legítimo preocuparse por el devenir de los acontecimientos. No sé si hasta tal punto de tener miedo ante lo que parece una lobotomía generalizada y sus previsibles consecuencias. Un allegado me dice que no debemos exagerar, que debemos considerar todo esto como una cosa de «hippies de mierda», como si estuviéramos ante esos personajes de la maravillosa cinta de Tarantino. Unos hippies de mierda, pues. Lo dice él.

En fin, esta cofradía del fin del mundo es seguramente el producto más acabado de la fauna colectivista encaramada a las Administraciones y organismos, ricos y obsesos del protagonismo, también los ideólogos de esa basura que es el pensamiento único o lo políticamente correcto. Pero ojo, esta gente gobierna hoy el mundo. A usted y a mí sólo le queda la autotutela, saber que, como hace medio siglo, ralentizar la economía para detener la contaminación es equivalente a emplear una bomba de neutrones para matar una mosca (Lester C. Thurow, La sociedad de suma cero). Sepa también que, sea cual sea la fórmula que empleen estos cofrades y sus podridas mentes para reducir la contaminación, el consumidor es quien va a pagar y cuanto más profunda sea la chaladura mayor será la factura. Y no olvide por último que ellos se van a beneficiar… ¿Y quiénes son ellos? Pues es evidente, son los que sólo ven la contaminación generada por otros.

Foto: Number 10.


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