Luis estudia ingeniería y es un joven muy activo en diversas organizaciones estudiantiles. Al poco de enterarse de las medidas de cuarentena decretadas por el gobierno para intentar frenar la velocidad de expansión del traído y llevado coronavirus, llamó por teléfono a sus comilitones del sindicato estudiantil para organizar cadenas de ayuda civil, como él decidió llamarlas. La idea era ofrecer servicio0s varios a las personas que, por su mayor índice de riesgo, los necesitasen: ir a la compra, bajar la basura, … cosas sencillas pero elementales. Esa misma noche se encontraban unos 20 estudiantes en su piso, organizando los diferentes comités, las cadenas de comunicación, los diseños de los carteles de anuncio y las campañas en las redes sociales.
Marta, compañera de Luis en la facultad, aprovechó una pequeña pausa en la febril actividad para servir unos tés verdes y comentar sus experiencias en la marcha del 8M del día anterior. Les habló de las emociones compartidas con tantas mujeres en lucha, de los nevos contactos realizados, ¡del saludo cordial que le regaló una ministra! “Nos dio la mano a todas” relataba recordando el momento culminante de su domingo reivindicativo.
Ya llevaban unos cuantos días de frenética actividad social, cuando Jorge recibió la llamada de Pablo, su vecino del sexto. El hombre había enviudado el año anterior y todos los vecinos veían cómo su vida, solo y sin el apoyo de su esposa, poco a poco se iba a pagando. ¡Era tan joven! Apenas 65, creían saber los más cercanos. Se trataba de recoger una tostadora que había dejado encargada la semana anterior en la ferretería. El ferretero ya no podía abrir la tienda y tampoco podía llevársela él mismo a casa. Jorge se mostró diligente y generoso: “no se preocupe, yo me encargo”.
Fermín el ferretero estaba ya esperando. Mientras empaquetaba la tostadora, le contaba a Jorge, en tono confidencial, cómo había podido saludar a uno de sus políticos favoritos el domingo anterior, en un acto del partido. “Bueno, espero que sepa que … ha dado positivo al coronavirus. Aquello fue una irresponsabilidad” respondió Jorge. Fermín, que no sabía nada, puso cara de preocupado, un momento nada más, antes de decir con desparpajo eso de “a mí no me pasará nada de eso, bicho malo nunca muere”. La tostadora llegó impoluta a manos de Pablo. Al poco sonaba el timbre de su casa. Era Luciano, el vecino del octavo, que traía una tortilla que había hecho su mujer, pensando que “igual el hombre ese del sexto no ha podido ir a comprar”. En ese momento Pablo recordó que el año pasado, cuando lo de su mujer, Luciano le había prestado un libro. Se lo devolvió. Estuvieron charlando un buen rato.
La esposa de Luciano ha muerto esta mañana, Luciano está ingresado. Nadie tiene la culpa.
Capítulo 2. En el ministerio
Los años de remar en el seno del partido, de sortear enemigos, envidias y traicioncillas, habían dejado huella en el rostro del ministro. Preocupado leía el último informe de la Organización Mundial de la Salud sobre el coronavirus. Los primeros casos ya ocupaban las portadas de los periódicos españoles, hasta ese momento ocupadas con las horribles noticias que llegaban de China o Italia. Los datos de la OMS no dejaban lugar a dudas, y las recomendaciones expresas del organismo internacional eran contundentes: aquellos países que presentaba casos de coronavirus debían suspender o aplazar los actos multitudinarios para evitar la propagación de la epidemia. Llamó al presidente para comentárselo. En las siguientes jornadas la actividad gubernamental fue frenética. La divisa era propiciar la mejor motivación posible de cara a la celebración masiva y festiva y reivindicativa del Día Internacional de la Mujer. Los socios de coalición querían el máximo apoyo del gobierno. Y el debido protagonismo. Las manifestaciones fueron un éxito y más de 100.000 personas se reunieron en Madrid y otras ciudades españolas para mostrar al mundo que ellas no temían al virus, nos temían a los hombres.
Epílogo
Más de 11.000 infectados, de ellos más de 500 en Unidades de Cuidados Intensivos.
Más de 490 fallecidos.
Nadie tiene la culpa.
FIN
La política no ha sabido, o no ha querido, asumir el liderazgo responsable que se le debe exigir. Y nosotros, los ciudadanos, adiestrados y obedientes, hemos estado esperando a que el estado nos diga qué tenemos que hacer para protegernos y proteger a nuestros vecinos. Son dos derrotas con consecuencias graves, muy graves. Pero, al final, nadie habrá tenido la culpa.