Mike Tyson, aquel carismático boxeador, dijo una vez esto: “Todo el mundo tiene un plan hasta que recibe el primer puñetazo”.
El gobierno de España lleva ya tantos puñetazos con la crisis del coronavirus que uno llega a dudar de si antes había plan, si es ahora cuando lo hay o si nunca lo ha habido.
En el mundo de las excusas hay dos que destacan por encima del resto: “Cuando yo llegué ya estaba así”- popularizada por Bart Simpson y Mariano Rajoy – y la socorrida “…y yo qué sabía”.
La esencia de la excusa es paradójica, ya que consiste en aplicarse uno mismo un bálsamo que espera que tenga un efecto calmante sobre los demás. “Y yo qué iba a saber” dice Pablo Echenique cuando le preguntan por qué azuzó las manifestaciones del 8M.
El esfuerzo de alinear lo que nos dicen los datos con la realidad que nos construimos en consecuencia no es algo exclusivo de la era de Internet. Mire si no lo que dijo el político demócrata Daniel Patrick «Pat» Moynihan en los 80 del siglo pasado: “Uno tiene derecho a tener sus propias opiniones, pero no sus propios hechos”.
Estamos donde estamos por la actitud negligente de quienes nos gobiernan y en algún momento, cuando todo esto pase, habrá que pedir responsabilidades, de las políticas y de las otras, por haber ayudado a escribir una de las páginas más amargas de la Historia de España
El camino que transita entre los hechos y las opiniones es agreste, sinuoso y tan desconcertante que en ocasiones no te deja claro de dónde partes o adónde vas. Es el juego de la gallinita ciega donde tú eres la pieza central que sin visión trata de ubicarse mientras una pléyade de opinadores te zarandean a discreción. Gallinita, gallinita ¿qué se te ha perdido en el pajar? Una aguja y un dedal… Da tres vueltas y la encontrarás.
Uno debería caminar desde los hechos a las opiniones solo o con compañeros de conveniencia. Una vez en el destino ansiado, con un criterio bien fundamentado, todo debería encajar como piezas de Tetris: Aquí un dato, aquí una opinión; aquí los hechos, aquí mis conclusiones. Todo en perfecta armonía.
A nadie se le puede escapar que la dramática situación que hoy vivimos es consecuencia de decisiones no basadas precisamente en los datos. Aquellos que fungen de gobernantes eligieron el camino fácil, el atajo más pancista con el fin de evitar que los hechos estropearan unas expectativas o cualquier otro interés espurio.
Se ignoraron los hechos, se les rebajó al nivel de ruido mediático, y ha quedado claro que no por no atender a los acontecimientos estos dejan de ocurrir. Es habitual que aquellas personas que se encuentran sumidas en una quiebra económica dejen de abrir las cartas del banco o los certificados y burofaxes de sus acreedores. Detrás de esa actitud hay una falsa esperanza de que si no lo atiendo dejará de existir. Los niños lo saben bien.
Yo no soy más listo que los demás, solo soy un ciudadano que se cree bien informado porque habla inglés y accede también a medios internacionales, carentes del sesgo ideológico que puedan tener los locales, que conoce datos que son públicos e incuestionables y con ellos se construye sus opiniones. Yo soy también ese mismo ciudadano que desconoce otras fuentes confidenciales al alcance únicamente de los gobernantes, que intenta cocinarse una realidad con los pocos ingredientes que le dejan, sin conjeturas, sin prejuicios ni expectativas.
En toda esta historia que nos ocupa y preocupa ha habido desde el principio un conflicto larvado entre los hechos y las opiniones de aquellos que nos deben marcar el camino. En los prolegómenos de este 2020 nos llegaban todos los días noticias preocupantes de casos de contagio en China y en su entorno geográfico. Se trataba de esos números que deberían ser el inicio del camino hacia nuestras opiniones y por tanto a nuestras reacciones. Pero algo no iba bien. El ambiente informativo que se creó era de una gran incoherencia, era de nuevo ese Tetris pero en esta ocasión con fichas que se agolpaban sin opción de encastrarse ordenadamente. Una partida mal enfocada que se dirigía a un implacable Game Over.
China confinaba a millones de habitantes, construía hospitales en tiempo récord, Rusia cerraba la frontera, las bolsas se desplomaban, y aquí se nos transmitía tranquilidad y se trataba de alejar nuestro pensamiento de aquellas latitudes. “Tendrá un impacto imperceptible en nuestra economía” dijo Nadia Calviño. A la vez, renegábamos de esas multinacionales que decidieron no venir al Mobile de Barcelona. “Son unos alarmistas”, les decían. “No está justificado el pánico” les recriminaban. Y parece que sí, que los Ericsson, Facebook, Google y demás, sí tenían información veraz con la que tomaban decisiones coherentes.
Mientras tanto, ante tanta ignominia, en una pequeña aldea al sur de la Galia, siempre fuerte en sus principios, nos encontrábamos al que sí sabe, a Fernando Simón, coordinador de emergencias sanitarias, que en el momento álgido de la infección en China dijo: “España no va a tener como mucho más allá de algún caso”. Este al que usted seguirá a día de hoy viendo en televisión dando el parte de guerra.
Todo el gobierno de una u otra manera dio la espalda a los hechos con el fin de mantener el corral tranquilo, sin sobresaltos, y sus proclamas, que no eran más que filfas, nos arrastraron en su caída. Los hechos eran también que la OMS el 30 de enero estableció la alerta sanitaria, el 11 de febrero la amenaza muy grave, el 28 de febrero amenaza muy alta y, finalmente, el 11 de marzo la pandemia. Para qué quiero hechos si tengo opiniones.
En un capítulo de la irreverente serie de dibujos South Park sale un superhéroe que se llama “Capitán Aposteriori”. Este sosias de Superman acude a la llamada de los ciudadanos ante una catástrofe y en lugar de ayudar se limita a enumerar todo lo que se hizo mal para que ese desastre haya ocurrido. A muchos nos señalarán con el dedo con desdén acusándonos de posicionarnos a hechos consumados, y en parte tendrán razón. Pero eso no resta un ápice de responsabilidad a un gobierno y a sus asesores técnicos que con toda la información sobre la mesa no quisieron ver lo que estaba ocurriendo, no fuera que sus ideas zozobraran.
La escritora alemana de medidos del siglo XX Hannah Arendt dijo que el sujeto ideal de los regímenes totalitarios, manipuladores, no son los individuos convencidos, sino aquellos que no diferencian realidad y ficción, verdad y mentira. Y esa fue la sociedad que se construyó en esos escasos dos meses, un pueblo entregado con fervor a la indiferencia de sus gobernantes porque en el fondo su mensaje falso sí encajaba con las expectativas de aquellos. Nos engañaron y nos dejamos engañar.
“Lo siento, me he equivocado, no volverá a ocurrir”, aunque vacía de contenido y recorrido, esa fue la palinodia de nuestro Rey emérito. No espero ver a Pedro Sánchez mostrando su arrepentimiento en público, de hecho, ya hace tiempo que se escuda tras el mantra “lo que nos dicen los científicos”, elevando al asesor a categoría de gobernante in pectore.
Hoy somos el segundo país del mundo con el peor escenario sanitario y apuntamos maneras para llegar a ser los primeros. Y esto no es producto de una casualidad o un hecho azaroso impredecible como pudiera ser un terremoto. Estamos donde estamos por la actitud negligente de quienes nos gobiernan y en algún momento, cuando todo esto pase, habrá que pedir responsabilidades, de las políticas y de las otras, por haber ayudado a escribir una de las páginas más amargas de la Historia de España, que no es precisamente un tratado de poesía.
Pedro Sánchez y sus palmeros deben de estar cerrando todos los días los ojos con fuerza y se dirán a sí mismos: “Cuando abra los ojos todo esto habrá pasado”. Y si el dinosaurio sigue ahí, siempre pueden decir eso de: “…y quién lo iba a saber”.