Tiempo antes de realizarse el referéndum sobre el Brexit, el actor inglés Ian McKellen fue consultado acerca de qué posición adoptaría y él, quien llevaba “fuera del closet” mucho tiempo ya, declaró: “El Brexit no tiene sentido si eres gay (…) Si eres gay eres internacionalista”. Sin embargo, ese mismo año, Peter Thiel, cofundador de Paypal y uno de los primeros inversores de Facebook, subía al estrado de la Convención Republicana para brindar un apoyo abierto a la candidatura de Donald Trump. Allí pronunciaría el siguiente fragmento: “Estoy orgulloso de ser gay. Estoy orgulloso de ser republicano. Pero sobre todo estoy orgulloso de ser americano”. Estas palabras causaron muchísima controversia en la prensa puesto que al igual que McKellen, quien consideraba que ningún gay podía estar a favor del Brexit, se suponía que ningún gay podía estar a favor de Trump y, menos aún, evidenciar que la condición gay puede generar tanto orgullo como ser republicano o americano. La reacción no se hizo esperar y, como describe Douglas Murray en su libro La masa enfurecida, una de las principales revistas gay de los Estados Unidos, Advocate, le dedicó un artículo a Thiel donde se le espetaba que ser gay era más que simplemente tener relaciones con otros hombres. Ser gay debía ser, además, abrazar la causa gay que, a diferencia de lo que sucedió en los años 70 con las luchas liberales por la igualdad de los derechos civiles, hoy está identificada con la lucha identitaria nucleada en el espacio LGBT. Un gay que solo estuviera con otros hombres pero que tuviera pensamiento de derecha, no debía ser considerado gay.

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Un caso similar narra el propio Murray pero, en este caso, a propósito de la condición racial. Se trata del rapero negro Kanye West quien en una red social elogió a la activista conservadora, también negra, Candace Owens, quien había hecho una crítica al movimiento del Black Lives Matter por, según su punto de vista, quedar presos de la lógica de la opresión. Las palabras de Owens que merecieron el elogio de West fueron: “Lo que ocurre actualmente en la comunidad negra (…) es que hay una guerra civil ideológica. Hay personas negras que se centran en el pasado y gritan contra la esclavitud. Y hay personas negras que se centran en el futuro. Lo que tenemos aquí es la mentalidad de la víctima frente a la mentalidad del vencedor”. Al igual que ocurriera con Thiel, West fue acusado de ser un traidor a la causa y se señaló que su negritud no era tal ya que se estaba volviendo blanco y translúcido tal como pretendiera Michael Jackson.

Todo movimiento es definido por un conjunto de valores que le da cierta unidad pero subsumir la identidad a una ideología probablemente acabe generando un sinfín de fragmentaciones en la medida en que son cientos de miles los gays, los negros y las mujeres que entienden que sus vidas son multidimensionales y que sus padecimientos son independientes a ser de derecha o de izquierda

Como bien indica Murray en la página 196, con estos ejemplos “se da a entender que ser negro no tiene que ver con el color de la piel ni con la raza, o no solo con eso, sino que ser negro –como ser gay- es una ideología política”.

Los casos se replican en diferentes latitudes. En Argentina, por ejemplo, el congreso sancionó una ley de paridad por la cual las listas deben incluir mitad de varones y mitad de mujeres. A pesar de que aquí también comienza a imponerse el lenguaje queer del no-binarismo, tal como sucede en distintas partes del mundo, esta ley binaria fue celebrada como una conquista por sectores del feminismo. Sin embargo, al momento del armado de las listas, naturalmente, las ideologías de los distintos partidos jugaron su rol y exhibieron que no todas las mujeres que participaban de las listas eran “feministas” e incluso muchas ellas estaban en contra de, por ejemplo, la legalización del aborto. En otras palabras, quedó en evidencia que el hecho de ser mujer no te transforma en feminista. Esto generó una importante campaña en las redes exigiendo “feministas en las listas”. De fondo estaba la idea que apareció en los casos anteriores: toda mujer debe ser feminista. Si no eres feminista no eres mujer. La paridad no debía ser entre mujeres y varones sino entre feministas y varones.

Pareciera entonces que no alcanza con ser gay, negro, o mujer para pertenecer a la minoría oprimida. En todo caso es una condición necesaria pero no suficiente. Hace falta abrazar la ideología que está de fondo y que convierte a estos grupos en minorías para poder ser aceptado. Parafraseando al viejo marxismo, hace falta una suerte de “conciencia de minoría” que reemplazaría a la extinta “conciencia de clase”.

Lo dicho aquí no va en detrimento de muchas de las causas nobles que persiguen los espacios mencionados pero pareciera que solo se puede acceder a la identidad gay, la identidad negra o la identidad mujer si se es de izquierda o, al menos, si y solo si, no se es de derecha. El requisito para poder ingresar a la identidad es, entonces, ideológico y plantea un desafío importante de cara al futuro porque estas minorías acaban siendo expulsivas de puntos de vista alternativos. De hecho no resulta casual el auge y el reagrupamiento de distintos tipos de pensamientos de derecha que encuentran una prenda de unidad en la oposición a las políticas identitarias.

Todo movimiento es definido por un conjunto de valores que le da cierta unidad pero subsumir la identidad a una ideología probablemente acabe generando un sinfín de fragmentaciones en la medida en que son cientos de miles los gays, los negros y las mujeres que entienden que sus vidas son multidimensionales y que sus padecimientos son independientes a ser de derecha o de izquierda puesto que obedecen al simple hecho de ser gays, negros y mujeres. Esto se vio muy fuerte en Brasil donde gays, negros y mujeres votaron, en algunos casos mayoritariamente, a un candidato que había ofendido en reiteradas ocasiones a esas minorías. ¿Lo votaron por tontos reaccionarios, manipulados por whatsapp y traidores a la causa minoritaria o porque sus vidas incluyen más aspectos que el hecho de ser gays, negros o mujeres, como les sucede a las personas que son no gays, no negros y no mujeres? ¿Y si simplemente votaran lo que votan por ser reaccionarios, padecerían menos discriminación a pesar de ser gays, negros o mujeres? Cuando un policía mata a un negro por negro; un empleador rechaza a un gay por gay; y un varón amenaza a una mujer porque cree que es su dueño, ¿tiene en cuenta si los afectados son de derecha? Claramente no. Eso significa que los pertenecientes a una minoría, sean de derecha o de izquierda padecerían, a priori, lo mismo. ¿Y entonces por qué el requisito ideológico para poder acceder al lugar del oprimido?

Por todo esto, privarles de su identidad a determinadas personas, cancelarlos, quitarle legitimidad a sus padecimientos por ser de derecha o no aceptar los cánones de la corrección política, parece un doble castigo y un favor a la misma derecha. ¿Por qué? Porque en la carrera por la victimización, utilizando la lógica de su adversario, la derecha está advirtiendo que ahora son ellos los que están sufriendo la discriminación y a este reclamo se está sumando una enorme cantidad de grupos heterogéneos de distintas tradiciones ideológicas y experiencias que acabará abroquelándose frente a un adversario que avanza a pasos agigantados. Y eso es un problema por al menos dos razones. En primer lugar porque esta discriminación existe realmente. Y en segundo lugar porque la reacción que sobrevendrá será igualmente monstruosa.

Foto: Ahmed Zayan.


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