La prensa se ha hecho eco con cierta relevancia del enorme impacto que ha tenido la investigación llevada a cabo por un grupo totalmente independiente de ciudadanos de diversos países en torno a las desinformaciones, paradojas y puras falsedades que se han establecido respecto a la cuestión del origen del virus causante de la pandemia que estamos padeciendo.

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Uno de los promotores de este grupo al que se conoce como Drastic es un joven ingeniero español, Francisco de Asís de Ribera, que ha realizado contribuciones de mucho valor a una investigación capaz de modificar la postura oficial del gobierno de los EEUU sobre la cuestión.

La imagen que ahora mismo se empieza a perfilar como más adecuada se aleja bastante de dos tópicos extremos, el que ha querido ver en el virus una agresión deliberada del poder chino, y la que quiere presentar e caso como una desgracia natural fruto del maligno cerco que, según algunos ecologistas, ejerce la civilización sobre el universo animal

La aportación de estos ciudadanos debiera servir para corregir muchas políticas públicas en torno a la cuestión que todos hemos padecido con notable paciencia. El fondo del asunto está en que conocer exactamente el origen de la pandemia es esencial para acertar con prontitud a tomar las medidas necesarias y para evitar que fenómenos parecidos puedan repetirse, al menos con facilidad.

La dificultad de sus trabajo deriva de dos fuentes fundamentales, el interés de las autoridades chinas en tapar todo lo posible cualquier información que pudiera perjudicarles y los prejuicios sociales y políticos concomitantes con ese interés chino, sea a través de los contratos con empresas de propiedad china, sea por el convencimiento de que cualquier idea que tuviese la menor cercanía, por matizada que fuere, con una acusación blandida por Trump debiera ser desechada de inmediato y por completo.

Aunque no se pueda dar por finalizada esta pesquisa, Drastic ha permitido que se empiece a investigar como el caso merece. La imagen que ahora mismo se empieza a perfilar como más adecuada se aleja bastante de dos tópicos extremos, el que ha querido ver en el virus una agresión deliberada del poder chino, y la que quiere presentar e caso como una desgracia natural fruto del maligno cerco que, según algunos ecologistas, ejerce la civilización sobre el universo animal. Pues parece que no, que resulta más cercano a los hechos una hipótesis que mezcla la ambición académica de un grupo de científicos en Wuhan, lograr la descripción completa de la causa de una zoonosis vírica y, al tiempo, su vacuna, algo que les depararía un Nobel como una casa, junto con chapucerías de laboratorio debidas a las prisas, las economías y las deficientes medidas de seguridad.

Si el virus hubiese sido un arma biológica china no parece probable que la fuesen a soltar en sus propias narices, y si se tratase de una condena de la irascible naturaleza por el acoso al medio animal resulta raro que eso haya pasado en el momento en que en China la convivencia habitual con especies que nos resultan extrañas se está regulando y evitando con eficacia desde hace unos años. La verdad tiene estas cosas, que la maldad se puede confundir con la chapuza, aunque sea evidente que muchas chapuzas han causado suficiente mal como para tomarlas a broma.

Los obstáculos del gobierno chino a la investigación imparcial han sido clamorosos, pero no ha sido menor el empeño de muchos mandarines académicos y funcionariales en considerar que las hipótesis que conducían a pensar en un fallo humano, sin animal intermediario de por medio, eran del todo conspiranoicas y ahí el factor Trump ha sido decisivo, porque vivimos en un clima de opinión en el que si Greta Thumberg afirmase que los pájaros maman se procedería a revisar la ornitología, pero si Trump hiciese suya una verdad obvia, por cierto que sea que esa no ha sido su ocupación primordial, se cernirían con toda rapidez las más espesas sombras sobre su verosimilitud.

Muchos académicos relevantes han empeñado su palabra en defender hipótesis incompatibles con los abundantes hechos probados que los beneméritos miembros de Drastic han ido alumbrando, y aunque ya se observa en algunos una cierta tendencia a cambiar el digo por el Diego, puede ser difícil para muchos de ellos reconocer que se equivocaron. Si Fauci dijo hace unos años que este tipo de investigaciones como las que se hacían en Wuhan merecían el riesgo de una pandemia es muy humano que le cueste reconocer, tras más de 600.000 fallecidos en su país, que no anduvo fino en el cálculo de riesgos ni en la exigencia de garantías y transparencia sobre estas investigaciones, requisitos que en China han sido obviados de manera sistemática.

¿Quiere esto decir que hay que poner freno a toda clase de investigaciones que puedan resultar sospechosas? No, por cierto, pero sí que desarrollar ciencia y tecnología de alto riesgo sin los debidos controles de trasparencia, responsabilidad y seguridad no debiera ser una conducta permisible porque resulta demasiado arriesgado someter a tentación la decencia de investigadores que buscan el éxito y la fama con una admirable energía.

Los logros de Drastic son ya, por otra parte, un rayo de esperanza de significado más profundo. Es mucho lo que pueden hacer unos pocos si trabajan con entusiasmo y con espíritu de colaboración para afrontar los muchos enigmas que nos circundan. En este caso, gente que ni siquiera se conocía personalmente, virólogos, ingenieros, matemáticos, médicos, etc. pero que se ha encontrado en la red y ha comprobado que compartían inquietudes y algo tan básico como llegar a saber de verdad qué había pasado, se ha puesto a trabajar con sus talentos y pericias para perseguir un bien público primordial, que la verdad sobre lo que fuere prevalezca por encima de intereses, prejuicios y relatos piadosos de diversa especie.

Vivimos en una sociedad que, se diga lo que se diga, es en exceso crédula y necesita curas de buena lógica, buen sentido, y esfuerzo por conocer las verdades que de modo habitual se nos ocultan para proteger los intereses y prestigio de diversos mandarinatos, el académico, el político, el tecnológico y un largo etcétera. Es maravilloso que en Drastic hayan llegado tan lejos y es de esperar que cunda el ejemplo y no se vuelvan a consentir el tipo de groseras mentiras que se han hecho circular como ciencia cierta o como política benéfica.

Para terminar, no debiéramos torcer el gesto cuando se hable del virus chino, con razones mucho más poderosas que las que hacen que el mundo entero se refiera a la mortífera gripe de hace más de cien años como la gripe española.

Foto: Global Panorama.


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J.L. González Quirós
A lo largo de mi vida he hecho cosas bastante distintas, pero nunca he dejado de sentirme, con toda la modestia de que he sido capaz, un filósofo, un actividad que no ha dejado de asombrarme y un oficio que siempre me ha parecido inverosímil. Para darle un aire de normalidad, he sido profesor de la UCM, catedrático de Instituto, investigador del Instituto de Filosofía del CSIC, y acabo de jubilarme en la URJC. He publicado unos cuantos libros y centenares de artículos sobre cuestiones que me resultaban intrigantes y en las que pensaba que podría aportar algo a mis selectos lectores, es decir que siempre he sido una especie de híbrido entre optimista e iluso. Creo que he emborronado más páginas de lo debido, entre otras cosas porque jamás me he negado a escribir un texto que se me solicitase. Fui finalista del Premio Nacional de ensayo en 2003, y obtuve en 2007 el Premio de ensayo de la Fundación Everis junto con mi discípulo Karim Gherab Martín por nuestro libro sobre el porvenir y la organización de la ciencia en el mundo digital, que fue traducido al inglés. He sido el primer director de la revista Cuadernos de pensamiento político, y he mantenido una presencia habitual en algunos medios de comunicación y en el entorno digital sobre cuestiones de actualidad en el ámbito de la cultura, la tecnología y la política. Esta es mi página web