Estos días, al oír tantas menciones revisionistas a la Transición, he vuelto a leer el libro que Eduardo Navarro (con un estupendo prólogo de Jorge Trías) dedicó a recordar los primeros años del Gobierno de Suárez y no he encontrado ninguno de los rasgos que, más de cuarenta años después, algunos, que no suelen saber de lo que hablan, consideran esenciales en un período que les parece de lamentable pasteleo con lo que entonces se llamaban los poderes fácticos. Como tengo la “desgracia” de haber vivido aquellos años, el recuerdo escrito se cruza con la memoria personal y permite rescatar un presente que fue bastante más comprometido e incierto de lo que se pinta. Todos los extremistas estaban empeñados en que fracasase un proceso que el Rey y Adolfo Suárez empujaban con brío y con menos ayudas de las necesarias. Los extremistas de la derecha mataban a los abogados de Atocha, pero el Grapo y ETA hacían de las suyas sin parar y golpeaban donde más dolía.
Ahora algunos quieren revisar todo aquel proceso como si hubiese sido una continuada traición a las “clases populares”, como si se hubiese llevado a cabo no bajo la dirección de quien estuvo sino a las órdenes de militares fascistas de bigotillo fino. Con tal de tener una munición ocasional que les disculpe de proponer ideas aceptables para la mayoría, parte de la izquierda en el Gobierno y los nacionalistas de toda laya se dedican a falsear aquel período presentándolo como una abyecta claudicación de las fuerzas del progresismo de la que vendrían a rescatarnos ahora los herederos directos de la ETA (en muchos caso nada herederos sino los mismos etarras), los cínicos que quieren estar al tiempo en el Gobierno y en la subversión, y los separatistas siempre atentos a sacar tajada de los momentos de postración de España. Y para guinda, el gobierno que trata de obtener con esta relectura de un pasado que muchos podemos recordar un parapeto tras el que ocultar de forma chapucera lo mal que le están saliendo las cosas. Ni a unos ni a otros les importa un comino el riesgo que siempre tienen las siembras de discordia, lo que da una exacta medida de su sentido de la responsabilidad.
Toda esta patulea intenta convencernos de que España no es un país normal, pero, aparte de que nunca dicen cuál es el modelo que tienen en la cabeza para comparar, lo que en realidad pretenden hacer es que nos olvidemos de su obvia anormalidad
No se trata de ver en el pasado un período de rosas, una edad dorada. En la transición, como en cualquier otro momento, se cometieron errores y torpezas, hay unas cuantas cosas que es seguro que se pudieron hacer mejor, pero ese es un dictamen que cualquier momento de la historia puede hacer sobre cualquier pasado. No es reconocer esto lo que resulta incivil, demagógico y grotesco. Lo que es delirante es que quieran dar lecciones sobre cómo se debe vivir y cómo se tendrían que haber hecho las cosas quienes se siguen considerando amigos de Maduro, de los Castro y de Ortega. Que lo hagan en comunión con quienes han recurrido a la cobardía del tiro en la nuca hasta que han tenido que dejar de hacerlo, bastante a su pesar, gracias al sacrificio y al esfuerzo de las fuerzas de seguridad y a la paciencia y rechazo de la venganza de millares de víctimas y de familiares de asesinados, mutilados y rotos. Y que la guinda la constituyan los procesistas que se han saltado la Constitución, la ley y hasta las leyes de su Parlamento, para tratar de destruir la unidad de la única nación europea cuyas fronteras son las que son desde hace centenares de años.
Produce estupor que estos sujetos sean capaces de intentar la deslegitimación de un período en que se supo avanzar con decisión hacia una democracia sin exclusiones, como la que ahora tenemos, una democracia que, en aras de la convivencia supo amnistiar, incluso, a quienes tenían delitos de sangre bastante recientes. Es obvio que esa buena intención resultó inútil, porque ETA ha matado a mucha más gente en democracia que antes de ella, pero eso no le quita ejemplaridad, generosidad y arrojo al perdón que supuso.
Toda esta patulea intenta convencernos de que España no es un país normal, pero, aparte de que nunca dicen cuál es el modelo que tienen en la cabeza para comparar (y no lo dicen porque hasta ellos tendrían vergüenza), lo que en realidad pretenden hacer es que nos olvidemos de su obvia anormalidad, de que no podríamos encontrar personajes similares en ningún país civilizado.
Pero hay todavía otro aspecto más truculento en esta clase de episodios tan poco ejemplares. Cabe temer que esta epidemia de disparates políticos, que solo podrá cesar si se caen del guindo tantos electores poco reflexivos, sea solo el anuncio de peores panoramas futuros. Me explicaré. Son muchos los que piensan que el Gobierno Frankenstein, que es un mote que inventó el difunto Alfredo Pérez Rubalcaba para lo que entonces era solo una improbable desgracia, es por su naturaleza algo extraordinario, inestable, imposible en el fondo. Pues se equivocan muy mucho, porque todo este barullo revisionista y desquiciante al que nos hemos referido, no es sino un catalizador más de un proceso que ese monstruo gobernante necesita para sobrevivir.
Un PSOE muy distinto al de décadas atrás está dispuesto a sobrellevar la incomodidad que les pueda producir, si es que se lo produce, este tipo de baladronadas y este pisoteo al buen sentido y al común de los españoles, si con ello se garantiza un acceso al gobierno que, de otro modo, tendría muy en el alero. Los partidos enemigos de ese revisionismo pueden ganar las elecciones, pero pueden tener muy difícil alcanzar los 176 diputados que garantizan la investidura de un presidente. La práctica desaparición del PP de Cataluña y del País Vasco puede ser el escabel que permita que nuevas mayorías Frankenstein alcancen la investidura, de donde se deduce con facilidad que el PP debiera dedicar una parte muy importante de sus energías a revertir esa situación.
No son muchos los que saben que una de las razones que llevó a los autores de la ley electoral a preferir el sistema proporcional frente al mayoritario era el riesgo de que en esas regiones desapareciesen casi por completo los diputados con respeto a la unidad histórica de España, como habría podido pasar con un sistema mayoritario. Lo que nadie podría haber imaginado es que esa cuasi desaparición, en la práctica, se haya producido a consecuencia de errores evidentes en la dirección política de los partidos concernidos. Basta recordar que el PP solo tiene un diputado por Barcelona para ilustrar el desastre.
Por su parte, el PSOE nunca ganaría unas elecciones generales en España si se descontasen los votos que le aportan el PSC o, en su caso, la ERC. Eso hace ver que es bastante difícil que el PSOE se preste a facilitar una imposible independencia de Cataluña, pero explica bastante bien que a Pedro Sánchez le interese que el modelo Frankenstein se convierta en un soporte estable y que haga todo lo posible por mantener, alimentar y repetir la fórmula. Sobre las razones por las que el proceso de deslegitimación de la transición, el intento de anular la Ley de amnistía, y la amigable convivencia con los pistoleros convertidos en políticos progresistas, son armas muy válidas para limitar las posibilidades electorales de la derecha, la inteligencia de mis lectores me excusará de proporcionar más detalles.